El comportamiento de los seres humanos resulta, en no escasas ocasiones, controvertido, absurdo y de difícil comprensión, no sólo ante los ojos de los demás, sino también ante nuestra propia conciencia, cuando después de la “tormenta” llega esa calma que adviene con la “lucidez”. La imprescindible facultad de la racionalidad, que debe estar permanentemente alerta para guiar nuestros actos, a veces parece desaparecer de nuestras capacidades, provocando que abundantes respuestas, ante los avatares de cada día, sean erróneas y lesivamente equivocadas. Pero son muchas las veces en que persistimos en no querer darnos cuenta de lo más evidente y racional, con las consecuencias, en absoluto positivas, que tal errónea actitud conlleva.
Este era el caso de Florencia Aspiral, una mujer que, a sus sesenta y dos años, relativamente bien llevados, había entrado en una dinámica personal de exagerada y obsesiva preocupación con su salud. Estaba casada con Fabiano Galiana, un año menor que su mujer, profesional entregado responsablemente a su trabajo en una empresa de gestión inmobiliaria, propiedad de un cuñado con el que siempre se había llevado bien. Los dos hijos del matrimonio llevaban años emancipados. Bernal, en los primeros tiempos de su treintena, ejercía de técnico informático en una empresa de arreglos y reparaciones rápidas para productos y máquinas digitales. Casado con Aline tenían un crío de cuatro años. Paloma, trabajaba en una estafeta de correos y era dos años menor que su hermano. Convivía junto a su pareja Benicio y por ahora no habían decidido tener descendencia.
El problema fundamental de Flora (como solía llamarle su marido) es que disponía de excesivo tiempo libre para las numerosas horas del día. Debido a su pasividad física, añadida a la débil voluntad que mostraba ante determinados productos alimentarios, había ido “cogiendo” muchos gramos y “peligrosos” kilos, para la conformación de su imagen y el estado general de su salud. Aunque alguna tarde compartía la merienda en concurridas cafeterías con alguna amiga (con amplias sesiones de críticas y cotilleos, a diestro y a siniestro) en lo íntimo era una persona que se aburría de manera clamorosa. Era frecuente su comentario acerca de que el cine y la lectura le cansaban. Al menos disfrutaba con el estrés de las compras (preferentemente ropa y zapatos) sentimiento que desaparecía una vez que ya poseía el objeto en el que había centrado sus deseos. En estas circunstancias de tan prolongado y lesivo ocio, inició un proceso de autoobservación compulsiva, adjudicándose “mil y un” padecimientos o enfermedades.
En base a estos supuestos problemas, demandaba de continuo a su joven médico de familia Sandro Margullán, más y más analíticas, placas radiológicas, ecografías o resonancias magnéticas. Siempre aducía tener algún motivo para tan repetidas peticiones: los niveles de glucosa, la tensión arterial, el insomnio, las vértebras lumbares o cervicales, la pesadez en las piernas, los estados de ansiedad, la faringe, el oído, las erupciones dermatológicas, las palpitaciones o arritmias cardiacas, incluso los problemas locomotores por pies planos… El siempre compresivo facultativo preguntaba a la hipocondríaca paciente acerca de su vida personal, a fin de tener una visión más completa de la situación en base a la credibilidad de estas manifestaciones. Flora nunca había trabajado fuera del hogar. Y en la actualidad tenía una asistente de casa, que acudía diariamente a su domicilio durante un buen número de horas. Vicky no sólo se ocupaba de la limpieza cotidiana, sino que además demostraba notable su capacidad para la cocina y durante la semana sacaba horas de su tiempo para atender a la lavadora, el lavavajillas, el tendido de la ropa o algunos ratos para la plancha. Referido especialmente a su habilidad para lo culinario, los elogios de Fabiano eran permanentes al positivo quehacer de la joven.
Una mañana de consulta, el Dr. Margullán, tras repasar la enésima analítica sanguínea y de orina, que su paciente se había hecho, quiso ofrecer una prescripción educativa a la asidua paciente en consulta.
“Vamos a ver, Florencia. Tienes que entender y asumir una realidad que es evidente, para todos esos problemas que dices tener y que en la mayoría de las ocasiones no son tales o afortunadamente de carácter leve. Has de comprender que un organismo humano con 62 años no es igual que un cuerpo con 25. Es lo que coloquialmente se alude como los “problemas de fontanería”. Entonces, cuando vamos cumpliendo años esas molestias o “inconveniencias” van apareciendo, de manera especial cuando no hemos cuidado bien nuestros hábitos cotidianos. Me comentas que no practicas ejercicios físicos en el día a día y esa pasividad corporal suele pasar cuenta en todas las edades, pero de manera especial en las más avanzadas. Te voy a recetar algunos fármacos correctores, pero hay uno, y en tu caso es el más importante de todos, que no te lo van a dar o vender en la farmacia. Además, es gratuito, está financiado al 100%. Para contrarrestar el amplio tiempo libre de que dispones, has de ponerte a realizar ejercicios físicos. Y si no te apetece apuntarte a un gimnasio, yo te recomendaría una actividad que viene bien para cualquier edad: simplemente caminar. Caminar por la naturaleza.
Salir a pasear por la naturaleza tiene numerosos incentivos. Y no me refiero sólo a poder contemplar la belleza de la vegetación y los paisajes, el aroma y el colorido de las flores o ese silencio sólo roto por la brisa que cimbrea las ramas de los árboles. Todo ello es muy saludable, qué duda cabe. Pero es que al caminar activas el mecanismo de tu organismo. Vas quemando esas calorías que has acumulado por la pasividad. Vas frenando la pérdida de masa muscular (que no es lo mismo que la grasa acumulada y tan perjudicial). Las articulaciones, no sólo las de los pies, van funcionando y evitas el anquilosamiento y las artritis. Además, tu corazón bombeará con más y mejor ritmo, limpiando ese cuerpo donde se acumulan tantas toxinas indeseadas. En definitiva, piensa en lo que te digo. Al menos, caminas diariamente un número sustancial de kilómetros, no menos de siete”.
Tan convincentes y sensatas palabras no cayeron en “saco roto”. Esa misma noche, mientras cenaba con su marido, le comentó la lección que le había dado el doctor Sandro. Flora acusaba a su marido de que cuando llegaba un fin de semana se entregaba a sus aficiones futboleras y no salían a la naturaleza, a lo que él le replicaba indicando que trabajaba como un “cosaco” en la agencia inmobiliaria de Estanislao, por lo que necesitaba descansar de todo el ajetreo semanal.
De todas formas, el comentario de Flora tuvo su efecto, según ella comprobó en la cena del siguiente día. Fabiano le explicó que un buen amigo de peña futbolera, Amaro Palencia, solía practicar el senderismo por la naturaleza muchos de los fines de semana. Pertenecía a una sociedad excursionista que realiza periódicamente recorridos muy interesantes por el entorno natural. Este amigo, a petición de Amaro, se ofrecía a realizar con Flora algunos paseos más reducidos en kilometraje, teniendo en cuenta la escasa experiencia de ella en prácticas senderistas. Ambos hablaron por teléfono aquella misma noche, quedando citados el domingo por la mañana a partir de las diez, para emprender un recorrido adaptado a las peculiaridades de una principiante en dicha actividad. El firme y convincente consejo del doctor Margullán había generado una positiva respuesta.
Ese domingo bien temprano, mientras Fabiano recuperaba entre sábanas las energías consumidas en una intensa semana profesional, Flora y Amaro se reunieron en un punto de cita, camino de las estribaciones Este de los Montes de Málaga. El experto senderista, de 49 años, era óptico de profesión. Desarrollaba su acción laboral en un céntrico Instituto para la Visión, en donde no sólo se graduaba la vista y se vendían gafas, sino que también (y era lo más importante) se realizaban tratamientos e intervenciones para regular los problemas oculares. Tenían una importante clínica concertada, en donde realizaban las pruebas y tratamientos más complejos de carácter médico. Tras las presentaciones subsiguientes, Amaro adaptó en todo momento el ejercicio y esfuerzo senderista, a fin de que Flora pudiera mantener el ritmo necesario y desarrollara la ilusión de repetir esta primera experiencia.
Tras la primera hora de marcha, Flora comenzó a dar muestras de un evidente cansancio, a pesar de que el ritmo caminero era manifiestamente light. Entonces acordaron parar en una zona arbolada del camino, para que ella pudiera reponer fuerzas. Compartieron algunos frutos secos y esas palabras amables y anecdóticas, cruzadas entre dos personas que hasta ese día no se conocían. Amaro le confesó a su compañera de marcha que, aparte su dedicación óptica, tenía desde hacía muchos años una interesante afición artesanal, tarea que practicaba cuando tenía algo de tiempo. Esa destreza se la había enseñado su padre, un humilde escultor de figuras religiosas, de escaso renombre fuera del entorno cofradiero.
“Aunque yo no quise dedicarme a la profesión de mi padre (labor que nunca le sacó de las estrecheces económicas) sin embargo él quiso enseñarme las técnicas básicas para tallar la madera. Es una actividad o afición de practico de tarde en tarde, con la que me distraigo y realizo figuras de temática muy diversas. Desde juguetes, bustos de personas, relieves decorativos… Bueno, también he realizado algunas piezas para determinadas cofradías, pero siempre bajo un planteamiento no profesional y desde luego de manera gratuita. La mayoría de las figuras que tallo las guardo en un taller que tengo en el doble garaje de mi casa, muy amplio. Lo verías como un pequeño pero entrañable museo. Si quieres, algún día podemos quedar, a fin de que lo conozcas. Te puede gustar. Igual buscamos alguna pieza curiosa que te pueda regalar”.
Ya en casa, Flora se sentía súper cansada, debido a la falta habitual de ejercicio. Aun así, se mostraba contenta, tras gozar de una confortable ducha. Aunque las típicas agujetas comenzó a sentirlas el mismo lunes, tenía ilusión con repetir la experiencia, no sólo para ir eliminando gramos, sino también para reanudar la agradable conversación de este compañero de marcha, amable y educado, al que percibía con un punto de cierta tristeza cuya motivación quería descubrir. Dicho reencuentro para la práctica senderista tuvo que aguardar dos semanas. Esta vez sería en sábado, teniendo a su lado al compañero Amaro para emprender un más largo paseo, en esta ocasión por otras veredas de los Montes que guarnecían la ciudad. Había preparado unos bocadillos, pues quería invitar a su joven “entrenador”. Ese sábado Fabiano tenía partido en la Rosaleda a las 16 horas, así que había quedado con algunos amigos para ir de tapas y trasladarse después al estadio. Tendría entonces tiempo abundante para dialogar con Amaro.
Fueron haciendo varios descansos, para ir dosificando el esfuerzo. Iban hablando de temas más o menos intrascendentes, pero ya cerca de las 14 horas, acordaron compartir los bocadillos y un par de latas de cerveza que Flora había llevado. Fue el momento propicio para que preguntarle acerca de ese tono de tristeza que, en momentos, aparecía en el semblante y en la expresión de Amaro, depresión anímica que inútilmente trataba de disimular. Al fin las confidencias fluyeron, pues la persona que las sufría y guardaba sentía la vital necesidad de reducir su tensión compartiéndolas.
“La verdad, Flora, que es un tema muy delicado. Lo vengo soportando desde hace tiempo y las posibles soluciones son controvertidas. Hay cosas que no son fáciles de demostrar, pero uno las percibe, pues cree conocer bien a la persona con la que convive. Tengo la convicción de que mi mujer Yasmin mantiene una aventura con otra persona, desde hace unos meses. Si me pides pruebas de esta suposición, te confieso que no podría aportarlas. Pero ese sexto sentido que todos poseemos te está diciendo, una y otra vez, que algo pasa, que algo hay… Ella disimula con gran habilidad, pero estoy convencido de que tiene una doble vida. Posiblemente aplica sus conocimientos escénicos, pues no sé si te he comentado que está vinculada, como afición, pero también profesionalmente, con una compañía teatral que representa obras en pequeños teatros, tanto en Málaga como en otras provincias. Entiendo que tu pregunta o consejo inmediato va a ser ¿Y por qué no hablas con ella, de manera franca y abierta? La respuesta es un tanto compleja. Temo perderla. Soy una persona extremadamente temerosa para enfrentarme con la soledad. Esa palabra me da pavor. Además, ella tiene un hijo de una relación anterior, al que yo trato como si fuera mío”.
Florencia siguió practicando estos paseos senderistas, a veces con Amaro y en otras ocasiones se fue atreviendo a realizarlos ella sola. Se iba convenciendo de que le sentaban bien. Lo intentó también con alguna de sus amigas, pero en general éstas no estaban por la labor. Como el aprovisionamiento farmacológico con su médico de familia, el Dr. Margullán, ya no es tan fácil, pues el facultativo, aplicando el mejor criterio, ha reducido drásticamente las recetas que tantas veces ella le solicita, ahora ha iniciado el camino de las herboristerías y las tiendas de especias. Son establecimientos que venden plantas del campo que ayudan o sanan un número importante de dolencias corporales. Esas medicinas que generan las hierbas y flores de la naturaleza es un recurso al que ahora se entrega esta señora, que sigue teniendo un excesivo tiempo libre, sin saber en qué ocuparlo.
Periódicamente suele llamar por teléfono a su amigo Amaro, sugiriéndole realizar nuevos recorridos por el entorno natural, a lo que este buen hombre accede, buscando algunas horas libres, generalmente en los fines de semana. Ya ha visitado su museo de figuras tallada en la madera, quedando gratamente maravillada del arte y destreza que aplican estos artistas anónimos o poco conocidos, labor que realizan básicamente por su afición y entretenimiento.
Efectivamente, la relación secreta que habían mantenido Fabiano y Yasmín había ya finalizado. Ahora uno y otro buscan nuevas flores en el vergel de la naturaleza humana, en donde libar y compensar sus aburrimientos y rutinas. Dos familias, como tantas otras, con sus realidades, frustraciones y anhelos. -
DOS FAMILIAS
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
30 septiembre 2022
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