viernes, 18 de noviembre de 2011

UN ACTOR, PARA DOS MONÓLOGOS SOBRE LA VIDA.

Suelo priorizar la asistencia a una sala cinematográfica, entre otros incentivos, para la distracción y el ocio durante los fines de semana. Casi siempre existe en la cartelera algún título que viene precedido por esa crítica que avala la asistencia del espectador. Sin embargo, aquel sábado en Febrero, aún con frío para abrigarse, compré la entrada de una obra escénica que representaban en un teatro administrado por el gobierno regional de la Junta. La tarde nos había dejado un intenso chubasco, que generó humedad y ambiente gélido en la noche, a esa incómoda hora de las nueve. No me parece el horario más inteligente para iniciar la representación. Te obliga a cenar en el tiempo de la merienda o ya cercanas las solemnes campanadas con las que comienza un nuevo día. Poco más de un cincuenta por ciento, fueron las butacas del aforo ocupadas por un público mayoritariamente joven. Probablemente, estudiantes universitarios. El vestuario que predominaba entre los ilusionados espectadores era muy diferente al de aquellos que gustan asistir a ese otro gran teatro municipal, de preclaro renombre literario, al menos en el selecto patio de butacas.

¿Y cuál era la pieza teatral que iba a ser objeto de representación? Se trataba de una modalidad escénica complicada pero interesante: el monólogo. Ese único personaje, en la habitación escenificada de un hotel, nos iba a introducir en una bella historia de amor, superados los cincuenta, cuando el protagonista había conocido, físicamente, a esa otra persona con la que mantenía una relación on line, desde los dos últimos meses. Lucas (nuestro personaje) y Claudio (así se llamaba el compañero hallado en las redes infinitas de Internet) residían en dos ciudades alejadas por unos 300 kilómetros. Durante la tarde habían tenido su primer encuentro personal, para el descubrimiento recíproco y, tras una cena dibujada con agrados, gestos y nervios, decidieron volver a reunirse para la mañana siguiente. La trama argumental comienza cuando Lucas, sentado a los pies de la cama, reflexiona acerca de lo que puede suponer, para ambas vidas, una relación que avanza hacia la consolidación. Nos habla de su vida, narrando aquel ya lejano matrimonio con Laura, sin sentido desde hacía casi una década. Se lamenta de la ausencia de hijos en su vida y de la renovación que Claudio puede realizar en una trayectoria personal, gris y desmotivada, como la que ha atravesado y sufrido en esos últimos diez años de realidades y necesidades al tiempo. Las bien pronunciadas palabras que el veterano actor nos transmite, generan una profunda atención entre un auditorio que se siente partícipe de las confidencias personales que comparte el único personaje. Nos sentimos trasladados, convidados, con ese respeto incondicional que merece la sinceridad interpretativa, a las vivencias, reflexiones y confidencias de una persona que afronta su gran oportunidad renovadora, para la recuperación del sentir.

En esa impersonal habitación, de un provinciano hotel, observamos el mobiliario. Digno, aparentemente elegante, pero escaso por el limitado espacio disponible. Una luz difusa y algo anaranjada ilumina la desangelada estancia, donde un antiguo televisor, de aquellos analógicos, presenta sus imágenes mudas en el sonido. Lucas ha bajado totalmente el volumen, porque desea pensar y hablar en voz alta. No se ha quitado aún la ropa de calle, lo que nos permite comprobar el esmero que ha utilizado para su atuendo, en ese su primer día para el cambio en su vida. Chaqueta azul marino, pantalones vaqueros de marca y zapatos de piel de nobuk, marrón oscuro. Eligió una camisa de tonalidad rosa pálido, para usar sin corbata. Ha querido ofrecerle a Claudio una imagen que potencie una juventud ya alejada, por la evidencia del calendario y el discurrir de los días. Su compañero de relación parece ser algo más joven, a tenor de una frase en la que alude a la necesidad de compartir y disfrutar la vitalidad juvenil que aquél representa. Esa noche, y otras muchas noches, se viene enfrentando ante una realidad, verdaderamente insospechada, para su atracción sentimental en lo personal. A pesar de algunas fotos intercambiadas en los correos, el impacto visual con su compañero ha sido esclarecedor. Hay detalles que una imagen digitalizada difícilmente puede alcanzar sobre la estricta realidad. Para él, esta presencia ha mejorado el discurso previo de la imaginación, lo que le hace aflorar una sonrisa plena de satisfacción. Han sido unas horas, intensas pero ilusionadas, regadas por los nervios del primer encuentro, con un compañero que puede ser decisivo en la deriva que marca el rumbo de su existencia.

De manera inesperada, y para sorpresa de los espectadores, ocurre uno de los hechos más insólitos vividos en una sala teatral. Llevaba casi una hora la representación cuando el actor protagonista, por alguna razón o motivo que desconocemos, sufre un lapsus de concentración y memoria. Se queda, totalmente huérfano del discurso narrativo, durante unos interminables y tensos minutos. Su rostro refleja el desconcierto, preocupación y ansiedad, ante ese escaparate de miradas que pronto cruzan comentarios y murmullos entre los asientos. ¿Qué le ocurre? ¿Qué le está pasando? ¿Se encontrará mal? El segundero de los relojes camina con una lentitud cruel y desesperante ante la sorpresa general. Tras unos cuatro o cinco minutos de crispado silencio, nuestro actor reacciona. Se levanta de la esquina de la cama donde, en ese instante, recitaba su monólogo, dirigiéndose a nosotros con la cabeza algo baja pero con voz firme y controlada en la modulación.

“Respetados, queridos espectadores. Les quiero solicitar su comprensión y perdón, por esta situación que están viviendo en el escenario de un teatro. Deseo explicarles una circunstancia personal que me afecta. Hace una semana me prescribieron una medicación, para tratar un problema en mi salud. Me aseguraron que no iba a provocarme efectos negativos para mi profesión como actor. Parece que no ha sido así. Ayer tuve un pequeño aviso, por cuya brevedad no le concedí la menor importancia. Por el contrario, hoy, he perdido la concentración y la línea argumental de mi exposición. Les aseguro que, en determinados momentos, he visto con un cierto pánico, como mi memoria se quedaba en la orfandad absoluta de contenidos. Ha sido una sensación verdaderamente incómoda y desagradable, no sólo por el hecho de sufrir una amnesia cruel para mi discurso sino, y sobre todo, porque Vds. han pagado una entrada para asistir a la representación que ha quedado interrumpida. En este preciso instante, no estoy seguro de lo que están manifestando Lucas o Claudio, en el contenido de la obra. Sin embargo, reiterándoles mis profundas disculpas voy a completar, si Vds. me lo permiten, esos veinte minutos, o los que sean necesarios, de la representación. Les hablaré no de esos dos personajes que luchan por una oportunidad sentimental en sus vidas. Voy a contarles, con la seguridad y franqueza de la experiencia, acerca de toda una trayectoria que he recorrido en mi profesión por las tablas, ficticias y reales, de muchos teatros de la geografía española y extranjera. Voy a continuar el monólogo, en el que su único protagonista va a ser aquél quien les habla. Si el respetable público lo autoriza, continúa la representación. Les estaré hablando, con la fuerza de la sinceridad, todo el tiempo que Vds. deseen. Perdónenme, una vez más. Mil gracias”.

El público asistente, puesto en pie, responde con una cerrada ovación al veterano y prestigioso actor. Era la mejor forma de mostrar su comprensión, afecto y apoyo, a una persona que nos había regalado, hasta ese instante, un esforzado y cuidado trabajo representativo, avalado por una brillante trayectoria en las tablas de los escenarios, y en la gran pantalla, por espacio de varias décadas. Volvimos a sentarnos en las cómodas butacas de la gradería escénica. Nuestro artista también lo hizo, utilizando una de las modestas sillas que conformaban el decorado de una habitación en el hotel. Frente a su público, comenzó a narrarnos imágenes, facetas y elementos de toda su vida de actor. Con un hablar pausado, sereno y agradable, nos fue relatando y explicando el apasionado y difícil oficio de dar vida a personajes trazados, con artesana maestría, en la imaginación de sus hábiles autores. Anécdotas, experiencias, logros y dificultades, estuvieron en la base de otro monólogo. Probablemente más interesante, por lo humano y real, que el primero, atendido por un público entregado a la sinceridad del protagonista. Incluso hubo oportunidad para que varios espectadores plantearan algunas preguntas que, con sencillez y agrado, fueron atendidas por el maestro en la escena.

Salimos ya muy tarde del teatro. Las manecillas del reloj marcaban las once y veinticinco minutos. Casi dos horas y media, de minutaje continuado, para un único actor en la sin par experiencia. En realidad se nos brindaron dos monólogos, bien construidos en su veracidad, cuando el precio de la entrada sólo garantizaba uno de ellos. Por cierto, antes de despedirse, el actor aún tuvo el gesto de escenificar los minutos finales de la obra anunciada, a fin de que los espectadores conociésemos el desenlace de la relación entre Lucas y Claudio. El primero recibe una llamada telefónica. Tras atenderla, visiblemente emocionado, pronuncia unas palabras entrecortadas: “gracias amigo, gracias……. amor”. La verdad de muchas vidas, lejanas y próximas, tal y como son en la sinceridad. Un grandioso telón, de fieltro y terciopelo rojo, nos aleja pausadamente al solitario personaje, que observa pensativo sus recuerdos caminando, sin dirección, por la pequeña habitación de su hotel.-

José L. Casado Toro (viernes 18 noviembre 2011)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/


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