Un día más amanece, para una aventura aún sin concretar. Exacto, en su regularidad, escucho su llamada, un tanto indelicada, para el despertar de mi conciencia, entre la rutina y la sorpresa del hoy. Son las 7 a.m. y, aunque aprovecho unos minutos para relajarme en las sábanas, pronto me veo bajo una ducha caliente, previa a un desayuno más que básico. Tan temprano, apenas me apetece tomar nada. No, no me importa deciros la edad. En marzo llegué a los veintinueve, una cronología oportuna para hacer esos cambios que marcarán nuevos itinerarios en la trayectoria regular de tu vida. Seis años hace ya… ¡cómo ha pasado el tiempo! que finalicé la licenciatura de Filología Hispánica. Hoy ya se habla del grado, pero ¿qué más dará?. Sí, claro, dos años los dediqué a prepararme para opositar a la Enseñanza Pública. Nunca llegué a tener especial fe en esta parafernalia administrativa de sainete, por lo cual asumí, sin el mayor deterioro anímico, los fracasos en las listas informativas a finales de julio. Mi nombre, en las bolsas de trabajo para ejercer la docencia, sólo recibió la respuesta enmudecida del silencio. Y vuelta otra vez a empezar, como ayer, como siempre.
Me llamo Elena y soy la hija mayor de una familia de tipo medio. Tengo un hermano, Toño, cinco años más joven, que acaba de terminar Derecho. Se ve que en mi casa la cultura, esto de las letras y la humanística, es algo muy arraigado. Se halla ahora en la fase de enviar currículos, tanto a empresas variopintas en su función profesional, como a diversos bufetes de abogados, confiando que alguna vez llegue la suerte “milagrera” en la respuesta. Él si tiene novia o pareja, Cristi, una preciosa y buena chica, compañera de curso. Los dos vivimos con mi madre, Clara, de ideas muy diferentes a las nuestras. Nunca trabajó, fuera de casa, pero, eso sí, tiene un amplio círculo de amigas, un tanto beatas, impertinentes y criticonas, con las que se reúne no pocas tardes en el mes. Ya ha superado, con largueza, su medio siglo de existencia. Y vive relativamente bien. La pensión que le pasa nuestro padre nos permite tener una tranquilidad económica. Es propietario de dos grandes talleres de mecánica para el automóvil, en la costa, que parece dan rentabilidad y comodidad laboral. Nueve años ya que se prendó en una jovencita que le llevaba la contabilidad, además de otros desahogos menos aritméticos. Está cerquita, a las puertas de los sesenta, y Margari, así se llama nuestra “mami” no genética, creo que tiene un par de abriles más que yo. La verdad es que se les ve muy enamorados, todavía. El otro día me invitaron a cenar y, con toda una ceremonia de tortolitos, me confesaron que esperan un bebé. Parece que voy a tener una hermana, a la que tendré que ayudar en eso de los pañales y las papillas. La verdad es que siempre me han gustado los críos pequeños.
Como dije antes, mi existencia transcurre como una aburrida y previsible rutina. Poseo un empleo temporal, de auxiliar en una biblioteca pública, perteneciente a la Junta. Aunque sólo tengo la categoría de contratada, me han renovado el vínculo laboral por otros seis meses. Las horas que paso en el trabajo son un tanto aburridas, al margen de alguna que otra anécdota para diferenciar la jornada. Catalogación y distribución. Recogida y entrega de libros. Y poco más. Precisamente, ahora vivo una fase de mi vida en la que necesito, con imperativa terapéutica, comunicar, dialogar y transmitir. Paradógicamente cuando las siete horas, que he de estar en la biblioteca, exigen que extreme el silencio, a fin de no molestar a los lectores y estudiantes que la utilizan. Tengo un horario partido, cuatro horas por la mañana y tres por la tarde, de lunes a viernes. Al salir de ese recinto poblado de libros, suelo reunirme con una buena amiga, Lourdes, que, como yo, tampoco tiene pareja. Damos una vuelta y tomamos alguna cosilla que, en realidad, nos sirve para la cena. Son muchas las tardes en que nos gusta ir a ver alguna película, de esas que resultan distraídas y románticas. Y es que así es parte de mi carácter. Por recomendación e insistencia de mi madre, participé, no hace muchos meses, en las actividades de un grupo parroquial, cercano a casa. El problema es que estaba formado por gente mucho más joven que yo, la mayoría muy teñidos de clerecía. La verdad es que a mi no me van estas prácticas, ya que me siento incómoda deambulando por sacristías, arrodillada en confesionarios y ceremonias de golpes en el pecho. Las percibo un tanto vacías, hipócritas y de cara a la galería social. Duré poco allí, ya que percibí un ambiente clerical bastante falso y políticamente ultraconservador. Fábrica o crisol para la formación de parejas y noviazgos. Y sobre este último aspecto, quiero añadir algo de lo que pienso y siento.
No sé por qué otras chicas tienen encarrilada o normalizada sus relaciones de pareja. Yo no lo he conseguido. Tal vez, no he sabido hacerlo. Igual he carecido de la suerte necesaria para encontrar a esa persona que tanto necesito. Tampoco es que me bloquee con la situación. Pero, con veintinueve años, no me parece normal que ningún chico se haya fijado en mí. O yo no me he dado cuenta o no ofrezco los incentivos adecuados para romper ese muro que le impiden acercarse a mi persona. Físicamente no soy gran cosa, lo entiendo. Podría calificarme, en este aspecto de lo externo, como de persona normalita. No me considero especialmente guapa, pero tampoco fea. Aparte la imagen, creo tener una buena conversación, siendo mi carácter un poco tímido, aunque me esfuerzo en aparentar un temperamento agradable y cordial. Pero, la verdad, es que me siento un tanto rara. Sí, bastante sola.
Sobre la sexualidad…. No voy a ocultar que, para mí, va resultando un problema, Y bastante importante. Pero aún es más duro no tener, en perspectiva, esa compañía, ese afecto, esa pareja, con la que poder dibujar un proyecto en familia para mi vida. Tal vez a otras personas no, pero a mí sí que me limita y condiciona ese término de solterona. Hoy día puede resultar un tanto ridículo que, el no tener novio, pueda ser una tara para sentirte frustrada en la vida. Pero miras y observas a tu alrededor y te haces la siempre misma pregunta. ¿por qué yo no he encontrado a esa persona o compañero al que tanto necesito? Aunque disimulo, con bromas y otras expresiones, me hieren esos comentarios y frases, un tanto insidiosas y crueles, de familiares, vecinos y conocidos. “Para cuando…… te vas a echar un novio” “Se te están pasando los años de la oportunidad para encontrar tu media naranja” “Me extraña que no tengas pareja” “Pues no estás tan mal, para que alguien se fije en ti” ¿Y yo que puedo hacer? ¿Meterme en la locura y riesgo de Internet o poner anuncios pagados en las páginas de un periódico?
Y ahora voy a lo más duro de esa sinceridad ante vosotros. Sí, estaba muy deprimida. Ahora, a toro pasado, te das cuenta de las tonterías que se hacen en esos momentos en los que el nublado te impide creer en el sol. Reconozco como una cobardía esa decisión, terrible, de tomarte esas pastillas para hacer un daño irreparable a tu cuerpo, querer poner fin a una vida que, para mi, es un comienzo, un inicio en ese largo o breve camino que debe contemplar tu existencia. Ahora me avergüenzo y arrepiento. Y menos mal que el destino hizo que mi madre entrara en el cuarto, a las dos y cuarto, para dejarme el abrigo que me había dejado encima de su sofá. Fue rápida en sus reflejos, cuando vio encima de la mesilla ese maldito bote vacío y dos o tres píldoras caídas por la mesilla de noche. Las urgencias, a esa hora de la madrugada. El lavado de estómago. Sentirme tal mal, durante esos dos malditos días…. Y el chorreo de visitas ante mi cama de la residencia, con ese bombardeo de sonrisas, disimulos y frases de consuelo, para una jovencita que acaba de cometer la traviesa necedad de no querer seguir luchando por encontrar lo hermoso y bueno que tiene la vida. ¿Por qué lo hice? La verdad es que le he dado muchas vueltas y todavía no me explico como tuve el valor o la cobardía de protagonizar esa gran tontería. Una barbaridad de hacerle tamaño daño a mi cuerpo, a mi corazón y a un alma que, igual es verdad, la tenemos por ahí, cerca de nuestra identidad.
Toño compartía un trocito de la tarde con Cristi, su novia. Les acompañaba Lourdes, que supo dar esa nota de sensibilidad amiga a una reunión en la que todo fueron recuerdos, en medio de la nostalgia. Un par de tazas, con humeantes descafeinados, y un té de color anaranjado fuego, acompañaban, con su acogedora templaza, a tres desconsoladas personas reunidas en torno a una mesa, en el café de la plaza. En su íntima rebeldía, dibujaban una puerta que se abría y, tras ella, aparecía la sonrisa humilde de Elena que, aún tarde, había sabido llegar a esa cita concertada para la amistad. Y, una vez más, la imaginación pudo hacerse realidad. En esa dialéctica cruel, protagonizada por unos ojos cerrados y los sentimientos vitales de la luz, sólo existe un corto sendero. Aquél que dibuja el fiel voluntarismo de la esperanza.-
José L. Casado Toro (viernes 19 agosto 2011)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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