Nos agrada siempre disfrutar, con el rico acervo patrimonial de las leyendas urbanas. Esas historias que, contadas con el arte y magia escénica del narrador, circulan de boca en boca, para asombro y entretenimiento de mentes necesitadas. Son relatos, breves o de mayor extensión, en donde la ficción se reviste con el ropaje de la realidad y ésta se acicala de una coqueta imaginación para la avidez de nuestro conocimiento. ¿Ocurrió? ¿Pudo suceder? ¿Es verosímil? Me animo a contártela, tal y como yo la pude vivir.
Ponían en cartelera una película, de esas españolas que a veces suelen escaparse de la dictadura comercial hollywoodiana. Sí, esos títulos que son acogidos en la pantalla once (poco más, en capacidad, que para una sesión de fórum) de un multisalas acomodado en un gran parque comercial. Si eres aficionado al séptimo arte, apenas dispones de los siete días semanales para su visionado, al margen de calidades, en su contenido y forma. Cumplen, en tan escaso plazo, su cuota empresarial con la distribuidora y, a partir de ahí, guardan cola para el cada vez más decadente negocio de los dvd. Y es una pena, pues a veces hay creadores que conforman bellas y buenas historias, que sustentan su calidad en una óptima artesanía de rodaje. Carecen de presupuesto, apellidos famosos, glamour social y apoyos publicitarios. Pero, durante esos noventa minutos, distraen, nos acercan a una realidad inmediata, vemos otro tipo de cine, diferente del que imperializa la todo poderosa maquinaria USA. Bueno, pues que me acerqué, a una de esas áreas del macro y microtiendas, donde también existen bocados lúdicos para el entretenimiento. Veinte salas y, sólo en una, la marca hispánica testimonial. Precisamente era viernes, día de estreno. La crítica local le había dedicado, en el periódico, no más que tres renglones por cortesía. Un argumento familiar, con amores y desencuentros para la fidelidad, era lo que me esperaba en el género de comedias románticas. Para su joven director, era la “ópera prima” lo que, aún aceptando la inexperiencia previsible, compensa por la frescura, espontaneidad y novedad que el producto lleve consigo. También, siete “bíblicos” espectadores en la sala. Una pareja acaramelada en lo somático (supongo que también rendirían algo de culto a lo espiritual), dos trajeadas, bien peinadas y teñidas amigas, del café o el chocolate a las seis, incapaces de guardar silencio, un señor mayor, con evidentes muestras de sueño atrasado y el típico personaje misterioso, que se sienta en la tercera fila, bien pegado a una abandonada y descuidada pared. En mi caso, busqué otro esquinado angular a fin de estar bien lejos de las “letanías” molestas y banales de esas ineducadas señoras, que hablan y hablan sin importarles para nada la concentración de los demás. Muy suyas e imprudentes.
Transcurría, aproximadamente, un tercio de la proyección cuando ésta dio, de manera insólita, un giro inesperado. La narración se tornó confusa y, en cierto sentido, absurda para la trama argumental. La verdad es que, los escasos espectadores asistentes, aun con la mejor voluntad puesta en el empeño, no dábamos con una explicación racional al cursus literario de la trama. Lo extraordinario del caso fue cuando, en la fase final de la “lectura fílmica, la racionalidad de la historia acabó brillando por una serie de carencias y confusión más que explícitas. Me preguntaba después, caminando por el Parque hacia mi domicilio, por la ausente o enrevesada lógica que había tenido que padecer, en los ciento cuarenta minutos de metraje. ¡Estos directores noveles ya no saben qué hacer para destacar! Inevitablemente, vinieron a mi memoria títulos emblemáticos y directores de prestigio, unos y otros añorados en la distancia del tiempo. Aquel cine, español o extranjero, que sembraba las pantallas de nuestras ciudades con el buen hacer narrativo para la comedia, la intriga, la aventura o el drama. Cine, naturalmente diferente en sus técnicas, medios, recursos y creatividad, que tan bien pudimos disfrutar, hace ya varias décadas, en el calendario de los recuerdos.
Me olvidé de la “experiencia” padecida, pero cuál fue mi extrañeza cuando al repasar la cartelera, en un nuevo viernes renovador de la misma, observo que ese título permanecía activo en la oferta a los aficionados al cine. Incluso mi extrañeza alcanzó un alto nivel cuando, otra mañana, me despierto con una reseña destacada de la película, firmada por un prestigioso comentarista local. Llegaba a utilizar la exagerada expresión de “la nueva vía de nuestro cine, que llega de la mano de un joven realizador, procedente del entorno mediático de la publicidad”. Incluso, en mi centro de trabajo, llegué a escuchar imperativas recomendaciones para no dejar pasar el visionado de la película, elogios puestos en boca de excelentes compañeros, caracterizados por su conocimiento y afición al cine, identificados en su mayoría por pertenecer al entorno de la progresía jacobina, izquierdófila, intelectual y laicista, más que aparente o real.
Dándole vueltas al asunto, aprovecho una tarde ligera de obligaciones para probar de nuevo suerte. No es frecuente en mí tomar esta decisión, pero quise comprobar, en primera persona, el éxito local que estaba adquiriendo esta cinta de nuestra cinematografía. Volví de nuevo a taquilla y compré la entrada, dispuesto a repasar los valores que, en la primera experiencia, no había logrado descubrir. Esto de repetir el visionado de una película, con tan escaso plazo de dilación entre las dos oportunidades de lectura, tiene sus riesgos y ventajas. Básicamente pretendía hallar algo de lógica, a lo que en una primera visión, no había logrado descubrir, sino todo lo contrario. ¿Habría sido por culpa de alguna cabezadita, la culpable de no haber sabido captar la racionalidad lineal del relato?
Veintetrés espectadores me acompañan ahora en la sala, lo cual es un éxito de asistencia al tratarse de un miércoles futbolero. Y a las ocho de la tarde. Entre el personal de butaca, observo bastante gente joven, de claro perfil e indumentaria universitaria. Todo atento, voy siguiendo la trama argumental. Dispuesto a no perder detalle alguno que me impidiera valorar en su justa medida esta “joya del nuevo cine español”, según doctas palabras del comentarista ya mencionado líneas atrás. Pero nada, todo seguía igual. A poco de un tercio del metraje, la normalidad se trastoca y la ilógica campa por su territorio. Secuencias alteradas en el tiempo narrativo, y quebraderos mentales para componer un tejido de malla y entrelazado con una mínima lógica escénica, semántica e interpretativa. Salí de la sala, una vez más chamuscado en mi delirio, asombrado y confirmado en mi inicial apreciación. Incluso tuve que soportar unos aplausos, en cálido fervor, por parte de un joven de coleta, barba y vestimenta descuidada que además portaba un aro totémico, horroroso para el mínimo gusto, como apéndice ornamental en su oreja izquierda, bien dotada por cierto.
Saludé al encargado de la puerta, conocido por mis frecuentes visitas a esta sala múltiple para el paraíso cinéfilo. Casi sin pensarlo, y en uno de esos “prontos” que a veces fluyen de nuestro ser, le comento: “hola ¿sería muy complicado visitar la cabina de proyección? Soy Profesor, y siempre me ha gustado conocer el “sancta santorum” donde se “cuecen” las pelis, para poder contárselo a mis alumnos”. Muy amable, y tras hablar por el intercomunicador, me pide que espere unos minutos. A poco, me encuentro en presencia de un hombre, próximo a la media vida, sonriente y comprensivo, que se presenta como Alex. “De modo que te interesa mucho esto del cine, verdad, pues vamos a la cabina donde trabajo con las películas”. Me comenta, por las escaleras, que cada vez son más las “cintas” que vienen en formato digital. Son unos discos duros, de tamaño similar al una cajita de bombones, con muchos, muchos gigas de contenido, para ofrecer una videoproyección de suma calidad. Para el resto, con sistema analógico, hay que montar o unir los rollos de los 35 mm por fotograma, a fin de concentrar en una única y gran rueda de “celuloide” (actualmente es un material de mejor prestación) los noventa y tantos minutos de proyección. Y en una sola máquina, para evitar los saltos en la continuidad, entre las dos máquinas que tradicionalmente se utilizaban.
Ya en la agradable conversación, o documentada y práctica clase técnica que estaba recibiendo, le pregunté acerca de la película que me había llevado a la sala por segunda vez en una semana. Tras explicarle mi profundo desconcierto con la “exitosa” película, el rostro de Alex fue pasando del asombro inicial a una sonrisa. Al fin, estalló en una carcajada. “Te has dado cuenta. Se ve que has visto muchas películas. Te voy a confesar un secreto para el que te pido la máxima discreción. Llevo en cabina unos veinticinco años. El oficio lo aprendí de un hermano de mi madre, que era un artista para esto de la técnica. Creo que muy pocas veces, pero alguna vez me ha ocurrido. A la hora de unir los rollos (a veces, hasta cinco), te puedes equivocar. Prestas a ello el mayor cuidado pero.... la semana pasada, mi ayudante estuvo un par de días en baja médica. Me vi, yo solito, para atender veinte salas. Hay experiencia y trucos, que te permiten sobrellevar el trabajo, para que todo salga bien. En un primer momento no me di cuenta. Pero, al paso de los días. Veo que acude más y más gente a la sala 19. Es lo que suele pasar cuando se dispara un boca a boca publicitario, generalmente entre la intelectualidad. Te explico. Hay unas bandas sonoras y numéricas que te indican cuando la unión no es correcta. No me fijé en ello y pasaron cuatro días de proyección. En definitiva, que había cambiado un rollo por otro, en el orden lógico. Pensé en recomponerlo todo pero, cuando hablé con el gerente, me dijo que lo dejara. Que la película incrementada día a día los espectadores. De hecho, ahora ha pasado a la sala nueve, que tiene ochenta localidades más. Total que le hemos dado un toque surrealista a la narración, lo que ha caído “de primera” entre los entendidos en la materia. Y en esa estamos. Aunque te parezca de locos, hemos consultado con la distribuidora y nos han ordenado, con el mayor de las prudencias, que dejemos las cosas como están. Ha venido el joven director desde Madrid y tras ver el desaguisado, nos dice que, aquí en Málaga, dado el suculento taquillaje, sigamos hasta donde podamos. Que también, en los montajes, se cometen estas “barbaridades” que son más que simpáticas. ¿Qué te parece toda esta insólita historia? Tú, al menos, has sospechado que algo anormal encerraba esta película......”
Ya en casa. Localicé el recorte de prensa local donde, unos días antes “sublimado”, habían elevado hasta las nubes, a este casi desconocido director cinematográfico. El preciado analista escribía, en uno de sus párrafos, estas elogiosas líneas.
Aire fresco, renovador y esperanzado fluye desde esta ingeniosa e investigativa arquitectura narrativa, para deleite críptico del espectador. Imaginación poliédrica la de este nuevo mago de la cámara, que sabe tender la mano a mentes sensibles, para una lectura inteligente del tempo escénico y conceptual, en los oasis de nuestra rala indigencia. (sic).
Nunca me he reído tanto con la memez que rebosa el intelecto de muchos sabios en la crítica. Cinematográfica, artística o de cualquier otra manifestación en lo humano. Sólo añadiré que los datos aportados, en este peculiar relato, están sustancialmente modificados.-
José L. Casado Toro (viernes, 8 de julio, 2011).
Profesor.
¡Jajjajaja!
ResponderEliminarMe recuerda esta situación a la del cuento de Andersen "El traje nuevo del Emperador". Te digo el motivo: En el cuento, es un niño el que se da cuenta que el emperador va desnudo y lo grita ya que carece del miedo que tienen los adultos a quedar como ignorantes. En el caso de la película, te has comportado como el niño que grita la falta de coherencia; mientras el populacho y la crítica ante no poder comprender el argumento, se han decidido a reconocer a la cinta como el colmo del arte y la intelectualidad, pues todo el mundo sabe que sólo reconocen el arte las personas que verdaderamente son sensibles a él. Vamos como con el traje trasparente del emperador.
¡Enhorabuena!