Profesor ¿y para qué sirve estudiar Historia? La mañana nos había regalado un cielo transparente y azulado para el agrado de románticos y soñadores, con esa temperatura de crucero que, en Málaga, se mantiene durante no pocas horas en los 18º. Además mantenía esa convicción, entre el deseo y la realidad, de que el trabajo que estábamos realizando gozaba del valor práctico que, a más corto o medio plazo, posee la profesionalidad de los docentes y el aprendizaje de aquellos jóvenes que se instruyen en las aulas. Paloma, con la espontaneidad y el desenfado que siempre sabe concedernos, me plantea, en plena explicación, una lógica pregunta en la que no presumo intencionalidad negativa alguna, sino una franqueza basada en la familiaridad de muchas horas compartidas en clase. Bueno, Paloma, tenemos que conocer y analizar nuestro pasado. ¿Por qué? Este esfuerzo de nuestra inteligencia nos va a permitir entender y acercarnos con racionalidad al mundo que nos ha tocado protagonizar. Incluso, a través de las consecuencias que obtengamos con ese conocimiento, podremos tratar de mejorar, cambiar o transformar en positivo un futuro que nos tocará modelar, más pronto o tarde, en nuestras vidas. Otros compañeros Profesores se habrán encontrado, a no dudar, con una pregunta similar en sus respectivas materias de competencia científica. En sus respuestas, habrán añadido que todo esfuerzo en el estudio facilita el ejercicio y desarrollo mental y de las facultades intelectivas para las personas, al margen del específico conocimiento que nos proporcione cada una de las disciplinas escolares o académicas.
¿Es bueno estudiar? ¿Es útil, en la actualidad, dedicar tiempo al estudio? Con cierta intermitencia, en el reconocimiento, me encuentro a entrañables alumnos con los que he compartido el discurrir del tiempo reglado para el aprendizaje escolar. Ellos identifican a ese Profe que “les ha dado clase de….” En lo recíproco, la memorización resulta más complicada. El paso de veinte o más años por nuestros rostros y corporeidad hace que seamos, especialmente ellos, muy diferentes en la imagen que ofrecemos al entorno. El alumno trata con siete/ocho Profesores en cada curso, mientras que un docente ha de convivir con no menos de 150 jóvenes, de forma directa, en cada anualidad. 4.500 alumnos en treinta y cinco cursos….. Aun así, hay muchos que se te han quedado grabados, por diferentes causas, en los compartimentos plásticos de la memoria y en los afectos fraternales para el recuerdo. En muchos de los casos te comentan, con una cierta añoranza, su pesar por no haber sabido aprovechar mejor la oportunidad de que gozaron para el estudio. “No me gustaba, lo dejé y así tuve que dedicarme a…..” Es una expresión que se manifiesta a tiempo pasado, reconociendo el error de no haber rentabilizado mejor la opción disponible en ese momento pretérito. Y debo aclarar que, aun subyaciendo en nuestra dramática presencia una intensa crisis en lo laboral, la disyuntiva entre poseer una mejor y más cualificada formación o sólo tener unos cursos elementales o medios en lo académico, no ofrece dudas posibles en la opción. La persona preparada, aun en tiempos depresivos para lo económico, siempre estará en mejores condiciones en la lucha por una ubicación laboral más idónea con su preparación e incluso para integrar el posible fracaso en esta loable pretensión ocupacional.
En numerosas ocasiones hemos comentado, con aquellos que suman menos años, lo inteligente de saber aprovechar esos momentos, esas oportunidades que, más adelante, pueden no ser tan fáciles en su aplicación a nuestras vidas. Dicho de otra forma, hay que vivir cada tiempo cronológico con la sosegada, pero también vibrante, plenitud. Y esta sugerencia o consejo va dirigida a personas de todas las edades: niños, jóvenes, adultos y veteranos, en su respectivo periplo existencial. El problema principalmente se presenta cuando aquéllos, que atesoran una más corta biografía no saben o no quieren comprender, aceptar e integrar este consejo. En realidad todos “pecamos” de una cierta soberbia contra la humildad a la hora de ser receptivos con las sugerencias ajenas. Pero mientras que en los adultos las consecuencias de alguna tozudez son más reparables por la experiencia acumulada y los “golpes” encajados en el camino, para los jóvenes esos blindajes a las opiniones de los demás (cuando conllevan una marca de racionalidad en el remitente) suelen tener una proyección más lesiva contemplando el devenir de sus respectivas historias.
¿Cuántas veces llegan a nuestros oídos frases similares a éstas? “Me arrepiento de no haber aprovechado el tiempo de Instituto, para haber podido estudiar una carrera” “Pude aprender ese idioma, que ahora me resulta tan necesario en mi currículum laboral. Sin embargo perdí el tiempo en esos dos años que estuve en la Escuela Oficial de Idiomas” “Si hubiera sacado mejores calificaciones en mi expediente, ahora podría optar a esa beca para hacer una estancia en el extranjero, experiencia que tanto me ilusionaría” “Me piden el carné de conducir como requisito inexcusable para poder considerar mi solicitud de trabajo y ahora me arrepiento de no haberme esforzado más en haberlo conseguido. Suspendí dos veces la teórica y dejé pasar la oportunidad que ahora tanto necesito” “Cuando asisto a un concierto, y contemplo a esos maestros en el arte de saber deleitarnos con su música para el goce del alma, lamento que desde pequeño no se me animara en el aprendizaje de ese arte maravilloso que generan los sonidos instrumentales” “Si hubiera practicado más deporte, ahora mi vida gozaría de una mejor salud y mi organismo no estaría tan lastrado de estos problemas que tanto me incomodan”………………….
Estas reflexiones, y otras muchas que se pueden añadir cansinamente, tras escucharlas en el entorno social, reflejan ese pesar con nostalgia y frustración que provoca el no haber sabido, podido o querido aprovechar con inteligencia aquellas posibilidades que, con el paso de los años, se tornan más complicadas para su integración en nuestras vidas. Se mira hacia atrás y nos fluye en la memoria no pocos interrogantes sobre esa aventura nublada de las oportunidades fallidas. Bien es verdad que pronto hallamos respuestas que tratan de justificar algunos por qué para la no acción. Sin embargo también es cierto que, junto a esos determinantes que no facilitaron el hacer, hay otros muchos que hubieran posibilitado la realización de esos objetivos para las ilusiones futuras.
Está en manos de los padres, familiares, maestros y profesores, amigos, vecinos y conocidos, con diferentes porcentajes de influencia sobre los más jóvenes, el que éstos puedan algún día alegrase de ese momento en el que un adulto les aconsejó, animó, facilitó e impulsó a conocer, entender, disfrutar y enriquecerse con un aprendizaje del que, más adelante, podrá valorar y rentabilizar tanto para su existencia. La plástica influencia de un buen ejemplo puede ser la mejor terapéutica o razonamiento para esas almas en desarrollo que tanto lo necesitan. En un domicilio donde hay libros, cuyas páginas se abren al conocimiento de historias, narraciones, leyendas y poesías, se generará, como un hábito, natural y satisfactorio, el placer por la lectura. Unos padres que llevan a sus hijos, desde pequeños, al cine, al teatro, a los conciertos, a recorrer los senderos de la naturaleza, a practicar el ejercicio físico en los polideportivos, a los museos de pintura, escultura y otras modalidades artísticas para el espíritu…. estarán desempeñando con eficacia y responsabilidad su inalienable función educadora. Pero además de cumplir en conciencia con su obligación, estarán sembrando, con el mejor tacto y habilidad, aficiones, senderos y proyectos en aquéllos que están en la mejor edad para el aprendizaje de una vida que tienen por delante.
De manera especial pienso, también, en LOS PROFESORES TUTORES. Ellos se hallan cerca, muy cerca de sus alumnos. Especialmente, para muchos de aquéllos que sufren del abandono o la dejación de sus tutores familiares o legales. ¡En cuantas ocasiones he visto como algunos de mis tutorandos han dejado vacío el lugar donde habían de anotar el nombre y profesión de su padre o madre! Y se les aclaraba, previamente a la cumplimentación del impreso que, en caso de fallecimiento, debían escribir esa palabra en el recuadro correspondiente. Pues bien, esos tutores, al conocer, al hablar, al convivir en lo escolar con sus alumnos, tienen en sus manos una magnífica influencia para estimular, para aconsejar, para despertar una afición, un camino, un horizonte personal en aquellos que están bajo su responsabilidad administrativa. Y esa es la edad en la que se siembran simientes que han de fructificar en esa afición, esa destreza, ese hábito personal que identifica a muchas vidas en su futuro ciudadano, mediato o lejano.
Este artículo va dirigido, de forma especial, hacia la gente más joven. Pero también los adultos deberíamos aplicar estas pautas de comportamiento y no dejar pasar oportunidades que igual no se presentan o tardan en volver a tener presencia testimonial ante nosotros. Aunque todos nos equivocamos muchas veces en el día, debemos aventurarnos en el mejor hacer y rechazar el abandono o la renuncia. Esa frase repetida de “a mi ya se me ha pasado la edad de…..” puede ser errónea, disuasoria, justificativa para la inacción y de la que nos tendremos, muy probablemente, que arrepentir. ¿Por qué no hacemos ese viaje? ¿Por qué no realizamos aquella llamada? ¿Por qué no emprendemos esta reforma? ¿Por qué no escribimos ese correo? Por qué no practicamos esa experiencia? ¿Por qué no actuamos con mayor solidaridad? ¿Por qué no somos más tolerantes? ¿Por qué empobrecemos y desvitalizamos tanto el valor de la amistad? ¿Por qué no disfrutamos más con el amanecer de cada uno de los días?
José L. Casado Toro (viernes, 18 febrero 2011).
Profesor.
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