UNA EMOCIONADA MIRADA EN EL RECUERDO.
ANTE LA INMINENCIA DEL CAMBIO NECESARIO.
ANTE LA INMINENCIA DEL CAMBIO NECESARIO.
De aquí a muy escasos días asistiremos a la llegada de un nuevo mes. Septiembre. Con su ropaje de transición, entre un verano que se resiste al abandono y un otoño que se esfuerza en su protagonismo de estación equinoccial. Vendrá hermanado de un tiempo más fresco y de un nuevo Curso, no sólo en lo escolar sino también en la propia vida personal y laboral. Para el que estas líneas escribe, el próximo miércoles día 1 será una fecha de cambio profundo en lo vital para la tradición de otros primeros de septiembre vividos con esa expectativa, racional e ilusionada, de vuelta a la normalidad. Aunque todavía la documentación al respecto es más que precaria, es el día en que profesionalmente paso a la situación administrativa de “reserva activa”, utilizando con esta expresión un lenguaje teñido de la connotación castrense que preside lo militar. Por eso considero la oportunidad de este artículo, previo a la fecha del almanaque en que ha de producirse el, para mi persona, importante cambio administrativo. Estas líneas van a estar dedicadas a echar una breve mirada retrospectiva a lo que ha sido mi trabajo en el servicio educativo durante los últimos treinta y cinco años de esta pequeña cronología en lo personal.
No resulta fácil centrar la narración escrita en la propia autoría. Hay que resumir y sintetizar de una manera drástica, aceptando el riesgo inevitable de la subjetividad. Los recuerdos se visten con un ropaje sentimental en el que la nostalgia ilustra muchas de las imágenes que han quedado celosamente grabadas no sólo en la epidermis sino en el corazón íntimo de la memoria. Efectivamente, fue un año en el que la historia de España inició un cambio decisivamente profundo en su trayectoria de convivencia colectiva. Con el fallecimiento del general Franco, y la subsiguiente llegada a la Jefatura del Estado de la nueva monarquía, en la persona de Juan Carlos I de Borbón, se inicia una compleja pero ejemplar fase de transición política hacia un Estado de estructura democrática. 20-22 de noviembre de 1975, respectivamente. Fue a mediados de septiembre de ese año cuando entré, por vez primera, en un aula de clase como Profesor. No era la primera vez que desempeñaba una actividad laboral. Ya lo había hecho con sólo catorce años, edad en la que (eran otros tiempos) se podía iniciar tu vínculo administrativo con la Seguridad Social. Mi primera clase (Lengua Española) fue en una soleada tarde ante en un grupo de 7º de EGB, tras la entrevista matinal con el director del Colegio Cerrado de Calderón. Se trataba de un macro complejo educativo construido, a inicios de los setenta, entre colinas y agrestes depresiones en las estribaciones de la Penibética, frente a ese mar sosegado de los Baños del Carmen que acaricia Pedregalejo, camino ya de la barriada de El Palo. Centro de titularidad privada, con alumnos vinculados a familias de una notable capacidad económica. Esos tres cursos en que permanecí como Profesor del “Cerrado” fueron muy importantes para ir conociendo y aprendiendo las exigencias, dificultades y compensaciones de esta inestimable vocación que supone el servicio a la enseñanza. Era un trabajo de casi treinta horas de clase efectivas a la semana que, a esa edad de los veintitantos, se llevaba relativamente bien. Subir las empinadas curvas del Cerrado de Calderón con aquel entrañable Citröen 2 CV, dos veces al día, era toda una aventura. También utilizaba los elegantes autocares del Colegio que desplazaban alumnos desde Nerja hasta la Costa del Sol esteponera. Todos los días nos llegaban alumnos (también existía un cómodo internado vinculado al Centro educativo) desde esas contrastadas zonas de nuestra provincia. Y comencé mi aprendizaje de tutor, con un grupo encantador de niñas y niños de once/doce años, pertenecientes a 6º de EGB. Hoy, pasearán por Málaga u otros lugares de la geografía con esos responsables cuarenta y siete años de su vida. ¡Habría tanto que narrar! No sé cómo lo hice, pero traté de tranquilizar, con las mejores palabras, la inquietud manifiesta de una agradable y cariñosa alumna que comenzaba a “hacerse mujer”. Y aquella mi primera excursión o visita de estudio a la Cueva de Nerja. En ese grupo tutorial tenía a Carlos, el hijo pequeño del “complicado” empresario director. Era una época en que a los tutores nos hacían no pocos regalos, especialmente en el mes de la Navidad. Recuerdo que una niña, de rostro y carácter angelical, llamada Jacqueline, de nacionalidad holandesa, me trajo un libro dedicado que hablaba de su precioso país. Me enriqueció humanamente el trato con numerosos alumnos de nacionalidad extranjera. En esos tres decisivos años asumí que los contenidos del aprendizaje tenían que navegar en un mar de cariño y compresión amistosa para con unos seres tan jóvenes y tan necesitados de ese anhelado trato afectivo. Mi entrevista inicial con el psicólogo del Colegio no la he olvidado. “De verdad que quieres dedicarte a la enseñanza? Repetir todos los años lo mismo es muy duro….” Un busto cobrizo del Generalísimo presidía el diáfano aposento donde se recibía a los padres y madres de alumnos.
Fue en el Instituto Jiménez de Quesada, en Santa Fé de Granada, donde estuve trabajando un año como funcionario en prácticas. Curso 1978-79. Precisamente las oposiciones a Profesor Agregado de Bachillerato se desarrollaron en el Instituto Ntra. Sra. de la Victoria, el Centro que sería mi segundo hogar durante treinta y un años trascendentes de mi vida. El retorno a Granada, donde había realizado los estudios de Filosofía y Letras, promoción 1969-74, fue especialmente emotiva. Todos los días me desplazaba con el sufrido 2CV a esos 10 kms de distancia de la antigua ciudad nazarí, donde me esperaba un Instituto cuyo edificio estaba en plena construcción, por lo que dábamos las clases en unos pabellones prefabricados, como los que aparecían en algunas de las rancias películas bélicas visionadas en mi infancia. El alumnado era muy diferente con respecto al que había dejado en el Colegio Cerrado de Calderón. Pertenecían aquellos jóvenes a sencillas familias rurales de todo el entorno a esta localidad de tan importantes raíces históricas, en la etapa final de la Reconquista cristiana frente al poder islámico en Al Andalus. Muy trabajadores, respetuosos y voluntariosos ante el estudio. Entre las materias que hube de impartir ese año, se encontraba el francés, para un grupo de primero de B.U.P. Con un voluminoso y antiguo magnetófono de cinta iba a las clases, donde había alumnos que dominaban muy bien el idioma del vecino país. Menos mal que era un grupo donde también explicaba la materia de Historia Universal y ahí sí mejoraban las clases, pues trabajaba una asignatura integrada en mi especialidad. Hubiera podido optar por plaza en la propia capital granadina, pero allí me habrían obligado (horarios ya hechos) a explicar una materia de inglés. Hace unos días he recuperado las fichas de mi tutoría, con sus fotos correspondientes. Me acuerdo perfectamente de aquellos buenos y cariñosos alumnos que hoy serán padres y madres de familia, con unos cuarenta y seis años de edad. Durante todos los fines de semana viajaba a Málaga, desde el Camino de Ronda donde residía. En uno de esos viajes me cogió de lleno una impresionante tormenta, difícil de olvidar. Fue uno de los años en que Málaga sufrió una de sus cíclicas inundaciones equinocciales. En la fase de prácticas, no llegué a conocer al Sr. Inspector, lo cual sería una constante en mi actividad profesional. Mi jefe de Departamento o Seminario era también el Director del Instituto. Me trató con una gran deferencia, dado su carácter bondadoso y apacible. Recuerdo a un compañero de C. Naturales (me comentó que era sedimentólogo) que arbitraba los más insospechados recursos para que le funcionara el seiscientos al que mimaba con esmero. En cierta ocasión pudo llegar a sus clases gracias a una piña (del pinus pinaster) que oportunamente ubicó en determinada estructura del motor. Aquellos SEAT 600 eran más que funcionales. En este Instituto aprendí que la humildad y sencillez en las personas es un tesoro inapreciable en su valor.
En el Concurso obligatorio de traslados solicité plaza en unos quinientos Institutos de la mitad meridional peninsular (todavía era una convocatoria nacional). Tuve la inmensa suerte que se me concediera el primero de esa densa lista de peticiones. El IES. Ntra Sra. de la Victoria me había ya albergado como estudiante durante el Curso 1963-64. Uno de los Institutos de mayor prestigio de la capital malacitana, donde todavía recorrían sus pasillos e impartían su cualificado magisterio Profesores de la talla de D. Fdo. Mañas, D. Juan A. Lacomba, D. Luis Díez, D. Jaime Molina, D. Mª Teresa Bobadilla, D. Alfonso Vallejo, entre otros. Cuando entraba en su Sala de Profesores, me encontraba con algunos de estos venerables y admirados catedráticos que ocupaban usualmente una zona final de la espaciosa habitación. Con gran respeto, los profes más jóvenes atendíamos a sus comentarios y opiniones, observando ese “sanedrín” de sabiduría y buen hacer, atesorado al paso de los años. Era compañera de Claustro la hija de otro gran Profesor de Dibujo, ya jubilado. D. Carlos Mielgo. También hacía no mucho tiempo que Dña. Elena Villamana, una de las “temidas” Profesoras en los años de mi pubertad había dejado su puesto a D. Manuel Rodríguez, Catedrático de Lengua Española, que también ejercía su función como Director. Creo recordar que durante uno o dos años, de mis treinta y un cursos en “Martiricos” (1979-2010) este Instituto conservó su tipología de género como “el masculino” de Málaga. Cuando llegaron las primeras alumnas, muy escasas en número al principio, se sentaban, algo recelosas, juntas (dos o tres por grupo) en las aulas de primero de BUP, contrastando con una gran mayoría de estudiantes masculinos. ¡Cómo ha cambiado aquel panorama! En estos últimos cursos, he tenido grupos donde la sex ratio se ha modificado radicalmente en el sentido opuesto. Era “mi Instituto” en donde he permanecido más de la mitad del tiempo actual que contempla mi existencia. Pude optar a otras plazas por traslado, en algún momento de mi trayectoria funcionarial. Tenía puntuación suficiente para haber cambiado de Centro. Siempre el platillo de la balanza para adoptar tal decisión se inclinó a mi permanencia en el entrañable y vetusto edificio del Paseo de Martiricos. Muchos de los cualificados compañeros y, sobre todo, la naturaleza sociológica y afectiva de sus alumnos me indujeron a tomar la acertada decisión de permanecer tantos años en estas señas de identidad y fidelidad profesional. El matrimonio, la paternidad, la plena madurez, son hitos que me han acompañado como miembro activo de esta querida Comunidad escolar. No se podría entender mi vida sin la grata vinculación a este especial trocito de la vida y la cultura malagueña.
Nunca ambicioné cargos directivos. Razones de índole familiar y, sobre todo, mi discrepancia profunda con las exigencias, trato y determinantes de la Administración educativa hicieron que en los momentos que pudo darse esa colaboración optara por centrarme en mis obligaciones como Profesor y tutor. Debo agradecer (ya lo hice en su momento) a las personas que tan generosamente me ofrecieron su confianza para tal dedicación. Pero siempre me he considerado tutor de alumnos. Creo que un Profesor que ejerce la tutoría puede influir, de manera decisiva, en la atmósfera global y en el comportamiento individual de muchos escolares que están bajo su responsabilidad grupal. Y en este ámbito he tenido experiencias en sumo gratificantes que reflejan la fuerza de la solidaridad humana, no sólo desde el tutor al alumno sino también desde éste a su Profesor. Las función tutorial es complicada, agotadora pero apasionante, por los frutos que puede reportar en aquellos que por su joven edad más los necesitan. Escribir sobre este importante cargo educativo me llevaría a rellenar numerosas páginas de afecto agradecido para aquellos que han estado bajo mi responsabilidad grupal. He tenido alumnos en las tutorías que me han regalado el aprendizaje impagable de su sencilla, y a la vez grandiosa, humanidad. Volviendo a los cargos ejercidos, en algún momento fui encargado de la Coordinación de Área Social y en tres ocasiones distintas tuve el honor de atender la Jefatura de mi Departamento, Ciencias Sociales, Geografía e Historia. Estos dos últimos años, en los que mis compañeros quisieron que ejerciera dicho cargo, resultan para mí verdaderamente inolvidables. Trinidad, Pepe, Yolanda y Rosa…. Gracias.
En el baremo cuantitativo, algunos datos. Treinta y cinco años como Profesor, de ellos treinta y dos como funcionario docente del Estado. Casi cinco mil alumnos en las aulas, donde he explicado las materias de mi especialidad, Geografía e Historia. Más de cuatrocientos admirables compañeros que han compartido conmigo la importante dedicación claustral, en los equipos educativos y en los servicios técnicos y administrativos de la Comunidad escolar. Tres Centros docentes y seis respetados compañeros directores. Debo reconocer y valorar en todos ellos la confianza y ayuda que han sabido prestarme para mejorar, crecer y madurar en mi vocación profesional. Todas las personas te enseñan un poco cada día. A veces no reparamos en la influencia, por acción u omisión, que ejercemos sobre los compañeros que pueblan sociológicamente nuestro entorno social. De una forma u otra, aprendemos y enseñamos. Sólo un mes real de baja médica y un absentismo laboral bastante reducido, en tres décadas y media de profesión. La Administración no debe tener demasiada queja. En lo recíproco no puedo mantener la misma apreciación. Lo mejor que he podido regalarle a la Administración Educativa ha sido mi responsabilidad ante las obligaciones que me competían. Nadie, salvo mi familia, conoce las horas de privacidad que le he regalado a esta “bendita” profesión. Mi valoración acerca del trato recibido por la estructura de la Administración, con sus siglas de leyes y normativas desacertadas, desorientadas, es más que decepcionante. A pesar de ellos y sus incongruencias (véase algunos de mis artículos), en los Colegios e Institutos se forma, instruye y educa a los alumnos. El ímprobo esfuerzo de los profesionales de la educación es más que encomiable. Por cierto, en todo este tiempo nunca tuve una visita de inspección acerca de mi trabajo concreto. Algún día tendría que hablar de la función y labor que deberían llevar a cabo los inspectores de la Consejería de Educación. Como mínimo, y como respeto a tan importante colectivo docente (al que se deben), la obligación y educación de presentarse, ofrecerse y despedirse, con respecto al Claustro de Profesores. Más de uno debería recordarlo.
Estas líneas pueden hacerse exageradamente largas para las características espaciales de un artículo de reflexión y opinión. Debo resumir. Aunque he tratado de reducir al máximo los nombres concretos de mis compañeros de trabajo, más o menos recientes en el tiempo, quiero agradecer a todos, a todos ellos, su buen trato y mejor afecto. Lógicamente, me he sentido más cerca de unos sobre otros. Pero siempre he tratado de ser cordial y buen compañero de todos ellos, con mis errores y con mis aciertos. Por eso nos identifica el sentido y valor de lo humano. Me han ayudado a madurar y evolucionar en muchos aspectos de mi vida. Y ello merece mi gratitud y sincero reconocimiento. En cuanto a esos miles de alumnos que florecen en el recuerdo, confío en haberles aportado no sólo contenidos disciplinares. Hay valores que han de priorizarse sobre el conocimiento erudito y el dato científico. Citaré algunos, entre un amplio listado. La dedicación y el esfuerzo responsable ante el trabajo diario. El respeto y consideración hacia las personas. La ilusión por aprender y por cumplir honestamente con nuestras puntuales obligaciones. La solidaridad con las necesidades de los demás. La humildad de saber rectificar, para mejor avanzar. La racionalidad en la actitud crítica que toda persona debe fomentar, ante el entorno social y, de manera especial, sobre uno mismo. Propiciar la sinceridad frente a la teatralidad y la falsedad. El afecto y la amistad deben ocupar lugares de privilegio sobre las oscuridades y el egoísmo del desamor.
Ahora que comienza el nuevo curso, 2010-2011, debo reprogramar las horas del día con una trayectoria diferente a lo que ha sido habitual en los últimos treinta y cinco años. En esta modificación, que se hace necesaria ante el pase a la reserva profesional, me hace ilusión la permanencia de estos artículos que, durante tres cursos ya, he logrado conformar para cada uno de los viernes en el discurrir fluvial de las semanas. A partir del 1 de septiembre irán firmados con el nombre de su autor y con una sola palabra que atesoro y que siempre me acompañará como identificación y preciado honor personal. Profesor.-
José L. Casado Toro (viernes 27 agosto 2010)
IES. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga. Dpto. CC SS Geografía e Historia.
IES. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga. Dpto. CC SS Geografía e Historia.