LA LÚCIDA TERAPIA DE UNA SONRISA.
La inmensa mayoría de los contenidos de estos escritos son generados a partir de observaciones, reflexiones y vivencias surgidas en cada periplo viajero por el discurrir de los días. Comento un recuerdo reciente.
Muy de mañana, en la clase de los “mayores” como dicen mis jóvenes amigos de primero ESO, explicaba o divulgaba unos contenidos cuya temática no era difícil de asimilar, aunque sí había algo de aridez en algunos de esos epígrafes que organizan los párrafos. Se hacían notar ausencias de algunos rostros muy familiares, en su ubicación, gestos e imagen. Aquél otro, y tú también, estabas repasando unos apuntes que no pertenecían a la temática que ahora nos correspondía trabajar. ¡Es que ahora tenemos un examen de Filosofía. Y después una “recu” de Lenguaje! No se me ocultaba que, mañana y pasado, serían mis materias las “culpables” de esa falta de atención o atmósfera tensionada que parecía inundar los vínculos anímicos del aula. Me dispuse, por consiguiente, a romper esa dinámica de atonía y preocupación, al tiempo, que se respiraba desde muchas de las mesas que rodeaban la mía. Dejé el micro, ese fiel compañero que tanto me ayuda en la potencia y modulación de la voz y forcé un largo minuto de provocado silencio. Crucé mi vista, con lentitud manifiesta, hacia todos y cada uno de los ojos observadores que ahora focalizaban en mi su atención. Comencé a sonreír. Al principio, tal vez algo forzado. A los pocos segundos, notaba ya en mí una cierta naturalidad no exenta de afecto. Mirad, he parado la explicación, porque quiero preguntarme en voz alta ¿qué podría hacer, en este momento, para cambiar en vuestra expresión los dibujos y altibajos de la preocupación por la serenidad. ¿Cómo puedo conseguir amistad de una sonrisa? Y les conté algunas claves de cuando su Profe era el que tenía que afrontar la vorágine de las pruebas, clases y recuperaciones de exámenes. El interés, como respuesta, de muchos era manifiesto. ¿Y a quién le vais a dedicar el esfuerzo de esta larga jornada, plena de trabajo, colaboración y parece ser que revestida de nervios traviesos para vuestro equilibrio? Seguía con mi sonrisa sincera de amigo y pronto me vi rodeado de semblantes que habían tornado su adustez por mímicas amables que traslucían algo de afecto, mayor serenidad y sonrisas contagiadas de confianza.
A veces nos cuesta ser agradables con aquellos que rodean nuestro caminar por los fotogramas que conforman las vivencias compartidas. Pudiendo generar un poquito de alegría en éste o aquél no sabemos o queremos medir las palabras, los gestos, las actitudes. Provocamos, probablemente sin intencionalidad, el ocre nublado de la tristeza acompañado de ese dolor, oculto o explícito, que cubre de infelicidad el ánimo de otras personas que comparten el microcosmos de nuestras respuestas. Y más tarde reparamos que no hubiera sido difícil haber cambiado la oscuridad de la noche por la luminosidad con la que el sol nos gratifica. Y cuando el error es más que evidente, el daño que hemos podido propiciar es tan profundo que cuesta en demasía cicatrizar sus heridas. No ya en lo físico sino en la confianza del ánimo, que todo lo complica más. Y, por supuesto, hay pequeños niveles y nimiedades en el error. Pero también fluyen otros comportamientos en lo humano que están totalmente exentos de cualquier base elogiosa. Como me decía hace pocas horas unas líneas sinceras de un correo amigo. Siembra un poquito de amistad y recogerás una amplia cosecha. Para tu propia felicidad. Pero más importante todavía, para la de aquellos que te rodean y comparten la vida.
¡Cuesta tan poco y se genera tanto! Era un miércoles por la tarde. El centro comercial cumplía con desahogo su misión de albergar a un muy numeroso público ansioso de encontrar compensaciones para sus necesidades, materiales o lúdicas. Hombres y mujeres. La mucha edad en algunos contrastaba, como ocurre naturalmente en cualquier ámbito social, con aquellos otros que están en el aprendizaje de su niñez y juventud. Unos con prisas en su desplazamiento. Éstos simplemente paseaban observando el contenido de aquel escaparate o expositor atrayente en sus ofertas publicitarias. Como siempre ocurre en estos casos, sin previo aviso, mi lector de discos DVD había dejado precisamente de ejercer su principal función. La fiel reproducción de los contenidos grabados en las pistas informáticas. En el servicio de postventa me indicaron que la oficina de ventas podía localizar y duplicar la factura del aparato, pues la original (estas cosas siempre suelen ocurrir en su inoportunidad) no aparecía en casa. Era el requisito imprescindible para optar a la garantía de reparación. Me recibió en ese departamento de atención al cliente una chica joven. De las que saben mirar a los ojos. Pienso que llevaría ya unas cuantas horas ejerciendo el oficio de atender las diversas necesidades de un público más que exigente en sus problemas y consultas. Antes de preguntarme qué necesitaba, me regaló una amable sonrisa, como saludo inicial, que sinceramente, agradecí. Tras escuchar el resumen de mi situación, se esforzó, con diligencia y agrado, en localizar los datos necesarios en su ordenador (no le resultó fácil el conseguirlo) a fin de poder duplicarme esa traviesa factura que me era tan necesaria. Incluso en un preciso momento me atreví a comentarle que lamentaba toda la complicación que le estaba provocando. Nueva sonrisa. “No se preocupe, que lo vamos a resolver”. Cuando la escalera mecánica me desplazaba a la planta baja para la salida del macroedificio, no dejaba de repetirme lo agradable y servicial que había sido aquella joven ¿Sonia? de la que me había despedido con otra sonrisa y palabras de gratitud por la generosidad que había sabido y querido regalarme. En ese momento estaría atendiendo, con su gesto agradable, a un nuevo cliente. Me enorgullecía percibir la buena gente, identificada o anónima, que tenemos tan cerca. Siempre hay un momento, revestido de la mejor oportunidad, para saber aprender y mimetizar las respuestas positivas que nos ofrece el buen ejemplo de los demás.
Podemos preguntarnos si resulta humanamente inteligente, útil o concordante con el entorno de la privacidad religiosa, provocar, con nuestro comportamiento en respuestas, cotas de desánimo, sufrimiento o dolor en nuestra área de influencia social. Precisamente porque la postura contraria siempre reporta frutos más beneficiosos en ese entorno personal que nos rodea. Sin duda, es más grato, alegre y estimulante ofrecer una mejor respuesta. Para con los demás. Para con nuestra propia conciencia. Estoy refiriéndome a una palabra amable. Una mano tendida. Un saber entender. Una predisposición para ayudar. O esa lúcida sonrisa a tiempo. que evita largas explicaciones en palabras, porque sólo con ella es suficiente para comunicar afectos. Es más que evidente que todo ello no resulta fácil llevarlo a cabo. Pues en toda comunicación participan, en principio, dos agentes. Emisor y receptor. Y ha de haber una mínima sintonía positiva entre ambos. Cuando uno de ellos muestra su patente opacidad en voluntad y gestos, la vía comunicativa bloquea sus accesos. Por mucha voluntad que se haya puesto en el empeño. Cuando la opacidad es recíproca, lo que es de muy lamentar, habrá que esperar a tiempos mejores para la llegada del sosiego y la esperanza. Algún día esas sonrisas tendrán que germinar y florecer con su aroma suave y su cromático esplendor. ¿Por qué no ha de ser así?
A nivel de ACCIÓN TUTORIAL ¿qué podríamos diseñar a fin de socializar la terapia de la sonrisa, con su potencialidad simbólica. Con su beneficio, más que real? Veamos algunas simples, pero profundas, posibilidades. Más de una sesión de tutoría colectiva va a estar dedicada a comentar ejemplos y resultados sobre actitudes que aplicamos a nuestro comportamiento cotidiano.
BUSCAR MOTIVOS PARA ESTAR CONTENTOS.
En los momentos de dificultad, siempre podemos hallar alguna razón que nos haga cambiar nuestro semblante. Sea algo más o menos importante. Pero nos debe, nos va a alegrar.
COMPARTIR LA ALEGRÍA.
Esa dicha compartida, es más gratificante. Se hace más solidaria, pues a los demás también les va a enriquecer y ayudar.
APOYAR EN LA DESGRACIA.
En esas situaciones en las que te sientes un poco huérfano de todo, una mano amiga te es más necesaria que nunca. Debes hacerlo. Es más bonito cuando la ayuda sale espontáneamente de ti.
LUCHAR CONTRA LA TRISTEZA.
Existen muchos motivos en la vida que justifican lo necesario de borrar esa palabra de nuestro vocabulario. En ocasiones no es fácil conseguirlo. Pero lo importante en no dejar de intentarlo.
SUSTENTARNOS EN LO POSITIVO.
Nos hace estar contentos frente a lo negativo que nos aleja con dolor de esa situación. Desde luego, una actitud optimista es un buen alimento para nuestra salud.
SER AGRADABLE CON LOS DEMÁS.
Cuesta poco y rinde mucho. A fuerza de practicarlo, cada vez resulta más natural. Incluso aquellos que no utilizan este estilo relacional se verán influidos por tu ejemplo. Igual algún día deciden llevarlo a la práctica. Acertarán si cambian en positivo de actitud.
FE EN LA AMISTAD.
Esta palabra, este sentimiento, este estilo de vida, necesitaría muchas líneas de no pocos viernes. La fe mueve montañas. Y, aunque esa amistad que tanto necesitamos parezca esconderse de nuestro entorno, puedes encontrarla en cualquier minuto, en ese lugar, de cualquier día.
¿NO ES MEJOR SONREÍR?
En realidad, por aquí comenzaba este artículo. Haciéndolo nos sentiremos mejor. Y los demás, seguro que también. La fórmula es bien sencilla. Practicarla. Y procurar que esa sonrisa sea cada vez….. más permanente, más solidaria, más verdadera.-
José L. Casado Toro (viernes 14 mayo 2010)
IES. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga. Dpto. CC SS Historia
Muy de mañana, en la clase de los “mayores” como dicen mis jóvenes amigos de primero ESO, explicaba o divulgaba unos contenidos cuya temática no era difícil de asimilar, aunque sí había algo de aridez en algunos de esos epígrafes que organizan los párrafos. Se hacían notar ausencias de algunos rostros muy familiares, en su ubicación, gestos e imagen. Aquél otro, y tú también, estabas repasando unos apuntes que no pertenecían a la temática que ahora nos correspondía trabajar. ¡Es que ahora tenemos un examen de Filosofía. Y después una “recu” de Lenguaje! No se me ocultaba que, mañana y pasado, serían mis materias las “culpables” de esa falta de atención o atmósfera tensionada que parecía inundar los vínculos anímicos del aula. Me dispuse, por consiguiente, a romper esa dinámica de atonía y preocupación, al tiempo, que se respiraba desde muchas de las mesas que rodeaban la mía. Dejé el micro, ese fiel compañero que tanto me ayuda en la potencia y modulación de la voz y forcé un largo minuto de provocado silencio. Crucé mi vista, con lentitud manifiesta, hacia todos y cada uno de los ojos observadores que ahora focalizaban en mi su atención. Comencé a sonreír. Al principio, tal vez algo forzado. A los pocos segundos, notaba ya en mí una cierta naturalidad no exenta de afecto. Mirad, he parado la explicación, porque quiero preguntarme en voz alta ¿qué podría hacer, en este momento, para cambiar en vuestra expresión los dibujos y altibajos de la preocupación por la serenidad. ¿Cómo puedo conseguir amistad de una sonrisa? Y les conté algunas claves de cuando su Profe era el que tenía que afrontar la vorágine de las pruebas, clases y recuperaciones de exámenes. El interés, como respuesta, de muchos era manifiesto. ¿Y a quién le vais a dedicar el esfuerzo de esta larga jornada, plena de trabajo, colaboración y parece ser que revestida de nervios traviesos para vuestro equilibrio? Seguía con mi sonrisa sincera de amigo y pronto me vi rodeado de semblantes que habían tornado su adustez por mímicas amables que traslucían algo de afecto, mayor serenidad y sonrisas contagiadas de confianza.
A veces nos cuesta ser agradables con aquellos que rodean nuestro caminar por los fotogramas que conforman las vivencias compartidas. Pudiendo generar un poquito de alegría en éste o aquél no sabemos o queremos medir las palabras, los gestos, las actitudes. Provocamos, probablemente sin intencionalidad, el ocre nublado de la tristeza acompañado de ese dolor, oculto o explícito, que cubre de infelicidad el ánimo de otras personas que comparten el microcosmos de nuestras respuestas. Y más tarde reparamos que no hubiera sido difícil haber cambiado la oscuridad de la noche por la luminosidad con la que el sol nos gratifica. Y cuando el error es más que evidente, el daño que hemos podido propiciar es tan profundo que cuesta en demasía cicatrizar sus heridas. No ya en lo físico sino en la confianza del ánimo, que todo lo complica más. Y, por supuesto, hay pequeños niveles y nimiedades en el error. Pero también fluyen otros comportamientos en lo humano que están totalmente exentos de cualquier base elogiosa. Como me decía hace pocas horas unas líneas sinceras de un correo amigo. Siembra un poquito de amistad y recogerás una amplia cosecha. Para tu propia felicidad. Pero más importante todavía, para la de aquellos que te rodean y comparten la vida.
¡Cuesta tan poco y se genera tanto! Era un miércoles por la tarde. El centro comercial cumplía con desahogo su misión de albergar a un muy numeroso público ansioso de encontrar compensaciones para sus necesidades, materiales o lúdicas. Hombres y mujeres. La mucha edad en algunos contrastaba, como ocurre naturalmente en cualquier ámbito social, con aquellos otros que están en el aprendizaje de su niñez y juventud. Unos con prisas en su desplazamiento. Éstos simplemente paseaban observando el contenido de aquel escaparate o expositor atrayente en sus ofertas publicitarias. Como siempre ocurre en estos casos, sin previo aviso, mi lector de discos DVD había dejado precisamente de ejercer su principal función. La fiel reproducción de los contenidos grabados en las pistas informáticas. En el servicio de postventa me indicaron que la oficina de ventas podía localizar y duplicar la factura del aparato, pues la original (estas cosas siempre suelen ocurrir en su inoportunidad) no aparecía en casa. Era el requisito imprescindible para optar a la garantía de reparación. Me recibió en ese departamento de atención al cliente una chica joven. De las que saben mirar a los ojos. Pienso que llevaría ya unas cuantas horas ejerciendo el oficio de atender las diversas necesidades de un público más que exigente en sus problemas y consultas. Antes de preguntarme qué necesitaba, me regaló una amable sonrisa, como saludo inicial, que sinceramente, agradecí. Tras escuchar el resumen de mi situación, se esforzó, con diligencia y agrado, en localizar los datos necesarios en su ordenador (no le resultó fácil el conseguirlo) a fin de poder duplicarme esa traviesa factura que me era tan necesaria. Incluso en un preciso momento me atreví a comentarle que lamentaba toda la complicación que le estaba provocando. Nueva sonrisa. “No se preocupe, que lo vamos a resolver”. Cuando la escalera mecánica me desplazaba a la planta baja para la salida del macroedificio, no dejaba de repetirme lo agradable y servicial que había sido aquella joven ¿Sonia? de la que me había despedido con otra sonrisa y palabras de gratitud por la generosidad que había sabido y querido regalarme. En ese momento estaría atendiendo, con su gesto agradable, a un nuevo cliente. Me enorgullecía percibir la buena gente, identificada o anónima, que tenemos tan cerca. Siempre hay un momento, revestido de la mejor oportunidad, para saber aprender y mimetizar las respuestas positivas que nos ofrece el buen ejemplo de los demás.
Podemos preguntarnos si resulta humanamente inteligente, útil o concordante con el entorno de la privacidad religiosa, provocar, con nuestro comportamiento en respuestas, cotas de desánimo, sufrimiento o dolor en nuestra área de influencia social. Precisamente porque la postura contraria siempre reporta frutos más beneficiosos en ese entorno personal que nos rodea. Sin duda, es más grato, alegre y estimulante ofrecer una mejor respuesta. Para con los demás. Para con nuestra propia conciencia. Estoy refiriéndome a una palabra amable. Una mano tendida. Un saber entender. Una predisposición para ayudar. O esa lúcida sonrisa a tiempo. que evita largas explicaciones en palabras, porque sólo con ella es suficiente para comunicar afectos. Es más que evidente que todo ello no resulta fácil llevarlo a cabo. Pues en toda comunicación participan, en principio, dos agentes. Emisor y receptor. Y ha de haber una mínima sintonía positiva entre ambos. Cuando uno de ellos muestra su patente opacidad en voluntad y gestos, la vía comunicativa bloquea sus accesos. Por mucha voluntad que se haya puesto en el empeño. Cuando la opacidad es recíproca, lo que es de muy lamentar, habrá que esperar a tiempos mejores para la llegada del sosiego y la esperanza. Algún día esas sonrisas tendrán que germinar y florecer con su aroma suave y su cromático esplendor. ¿Por qué no ha de ser así?
A nivel de ACCIÓN TUTORIAL ¿qué podríamos diseñar a fin de socializar la terapia de la sonrisa, con su potencialidad simbólica. Con su beneficio, más que real? Veamos algunas simples, pero profundas, posibilidades. Más de una sesión de tutoría colectiva va a estar dedicada a comentar ejemplos y resultados sobre actitudes que aplicamos a nuestro comportamiento cotidiano.
BUSCAR MOTIVOS PARA ESTAR CONTENTOS.
En los momentos de dificultad, siempre podemos hallar alguna razón que nos haga cambiar nuestro semblante. Sea algo más o menos importante. Pero nos debe, nos va a alegrar.
COMPARTIR LA ALEGRÍA.
Esa dicha compartida, es más gratificante. Se hace más solidaria, pues a los demás también les va a enriquecer y ayudar.
APOYAR EN LA DESGRACIA.
En esas situaciones en las que te sientes un poco huérfano de todo, una mano amiga te es más necesaria que nunca. Debes hacerlo. Es más bonito cuando la ayuda sale espontáneamente de ti.
LUCHAR CONTRA LA TRISTEZA.
Existen muchos motivos en la vida que justifican lo necesario de borrar esa palabra de nuestro vocabulario. En ocasiones no es fácil conseguirlo. Pero lo importante en no dejar de intentarlo.
SUSTENTARNOS EN LO POSITIVO.
Nos hace estar contentos frente a lo negativo que nos aleja con dolor de esa situación. Desde luego, una actitud optimista es un buen alimento para nuestra salud.
SER AGRADABLE CON LOS DEMÁS.
Cuesta poco y rinde mucho. A fuerza de practicarlo, cada vez resulta más natural. Incluso aquellos que no utilizan este estilo relacional se verán influidos por tu ejemplo. Igual algún día deciden llevarlo a la práctica. Acertarán si cambian en positivo de actitud.
FE EN LA AMISTAD.
Esta palabra, este sentimiento, este estilo de vida, necesitaría muchas líneas de no pocos viernes. La fe mueve montañas. Y, aunque esa amistad que tanto necesitamos parezca esconderse de nuestro entorno, puedes encontrarla en cualquier minuto, en ese lugar, de cualquier día.
¿NO ES MEJOR SONREÍR?
En realidad, por aquí comenzaba este artículo. Haciéndolo nos sentiremos mejor. Y los demás, seguro que también. La fórmula es bien sencilla. Practicarla. Y procurar que esa sonrisa sea cada vez….. más permanente, más solidaria, más verdadera.-
José L. Casado Toro (viernes 14 mayo 2010)
IES. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga. Dpto. CC SS Historia
No hay comentarios:
Publicar un comentario