MAGIA Y EMBRUJO, EN LA URBE DE LAS TETERÍAS.
Habíamos quedado citados a fin de compartir un ratito de confortable charla tras el devenir de la tarde. Deseábamos intercambiar esas sensaciones que sustentan lo que llamamos amistad en la necesidad. Ciertamente nunca habíamos tenido oportunidad de mantener ese juego de palabras, miradas y gestos, que aproximan voluntades y potencian transparencias entre las personas. Me refiero a un diálogo amplio, en la densidad de las palabras y los contenidos, fuera de la vida relacional que fluye del trabajo diario en un centro de trabajo. Pero ese día iba a ser diferente. Probablemente no íbamos a referirnos a los alumnos, ni en lo individual o en lo colectivo. Ni de exámenes, faltas de asistencia o del tema por donde ahora voy, más adelantado o menos de por donde tú vas. Ni de ese padre o aquella madre, que siempre está por llegar. Tampoco de ese parte disciplinario que en “el Séneca” habría que anotar. No. Ahora teníamos que hablar tú y yo de tantas cosas…. por hablar. Al ser por la tarde, en un inicio de invierno o de primavera, ya casi vislumbrando lo estival, había que buscar un lugar idóneo donde el ruido silencioso y el ambiente bien decorado, para intercambiar, nos ayudase a caminar. Entre frases y no pocas letras, a fin de llegar a un grato encuentro para la realidad.
Nos citamos sobre esa hora del minutero en que la tarde alcanza su ecuador intermedio, tras el descanso del alimento y la vuelta a casa ya para el anochecer. Y el lugar tenía que ser emblemático, en pleno centro de la urbe capitalina, donde la historia se hace vida y la facilidad de desplazamiento nos estimula para eso tan necesario como es el andar. Fue en la zona antigua de la ciudad, aquella que posee plano con forma de malla o trama en laberinto. Con ese dibujo en relieve que muchos denominan “irregular”. Es zona fenicia, romana, mora o musulmana, también la de Picasso, y se halla muy cerquita de la Catedral. Donde cruzan callejuelas de adoquines, cemento y losetas con el asfalto y en el que algunas viejas farolas se esfuerzan pacientemente por alumbrar. Zona de marcha y encuentro para esos encuentros en el que los jóvenes o con más años, de jueves a domingos u otro calendario en la semana, optimizan su más que desbordante vitalidad.
Abundan en ese perímetro ciudadano las cafeterías y lugares de acomodo para el mejor dialogar. En concreto he de destacar la presencia de cuatro teterías, relativamente cercanas, donde poder acudir cuando haya lugar. Pues cada una tiene su especial encanto, misterio o peculiaridad. Una muy cerquita del Museo Picasso, enfrente de la Iglesia de san Agustín. Otra, prácticamente hablando con el recién renovado Cine Albéniz, llamada La Posada del Viajero. Una tercera en calle duque de la Victoria, a pocos metros del Sanatorio Gálvez (La Manquita). Y aun hay una cuarta, en calle Pedro de Toledo, perpendicular a calle Cister, en el entorno de los edificios del Museo Picasso. Unas y otras, con diferente estilo en su peculiar decoración, están diseñadas para pasar un rato agradable de conversación, con amigos, compañeros o familiares. En ellas nos vemos acompañados por gente de cualquier edad, desde matrimonios con “galardones” de metales preciosos, desde sus años de boda, hasta parejas y grupos de jóvenes que se están iniciando a esa etapa tan preciosa de la juventud. Los asientos de taburetes y sillas se mezclan con gruesos cojines que descansan en un suelo alfombrado para acomodarse sobre el suelo. La iluminación que predomina suele ser bastante discreta en su intensidad, haciendo juego con unas paredes en las que predominan las tonalidades azuladas, ocres, verdes y rojas, tendiendo a una oscura y afectiva intimidad. Una acústica musical nada estridente, incluso silenciosa o inexistente, en la que prevalecen los sonidos orientales o de ese sur mediterráneo que se acerca a la línea ecuatorial. Y todo un atrayente y denso muestrario para consumir dibujado de tés, otras infusiones, batidos y chocolates, aderezados con la presencia de dulces árabes que saben a miel y frutos secos, destacando la almendra como ingrediente básico en su elaboración.
Pero lo importante de estos gratos espacios es hallar un sosegado lugar de encuentro donde mantener, con la mejor compañía, una conversación en la que se intercambian palabras, gestos, miradas y, también, ese lenguaje de los silencios, del que ya hemos hablado en otra ocasión. Incluso un poquito más allá, aquella jovencita de ojos alegres y frágil de cuerpo, con su camiseta de textos reivindicativos, vaqueros desflecados y playeras de goma, teclea palabras cuyo significado ella sólo conoce aprovechando el wifi inalámbrico de clave solidaria que existe en el lugar. Y ese grupo de tres matrimonios, que han visto pasar ya muchos atardeceres, intercambian sus anécdotas y recuerdos y el argumento de esa película que acaban de disfrutar. Y una panda de jóvenes que comparten minutos y palabras, fumando de una artística pipa de agua colocada en una baja mesita rodeada de taburetes y sombras multicolores, por aquí y allá.
Fueron más de dos las horas en que duró nuestro diálogo. En realidad fuiste tu quién protagonizó el uso de la expresión pues mi rol era, de forma prioritaria, atender a tus palabras. En ocasiones te dicen, pienso que de forma elogiosa, “es que tu sabes escuchar muy bien”. El cuerpo te pide, y la prudencia lo impide, responder con aquello de “es que apenas…. me dejas hablar”. Al margen de bromas (que no es el caso) la tarde estaba trajeada de invierno, con un sol que se hizo fugaz a escasos minutos de las cinco. Nos acompañaba una fuentecilla de la que manaba algún chorrito de agua para darle un aire más alegre a un ambiente un tanto misterioso por el cromático y, en ese momento, casi vacío de contertulios que poblaban el lugar. Tampoco es que hiciera frío. El diciembre malagueño suele ser generosamente agradable para un solsticio estacional tan peculiar. Y claro que atendí, pacientemente, a tus argumentos. Hoy pienso que debí actuar de otra forma. Pero en aquel momento pudo más la fuerza afectiva de la amistad sobre el análisis objetivo de lo racional. En realidad, tu estado ofrecía esa imagen, muy necesitada, de lo carencial. Y en estos casos puede ser prudente o prioritario salvar la confusión anímica antes que aportar nuevas razones que, inevitablemente, la harían empeorar. ¡Cómo ha llovido desde entonces! Y esta es una frase, física y vivencialmente…. real. Tras un par de horas de miradas bajas, voces entrecortadas y alusiones tristes en el recuerdo, que no se pueden narrar, la tetera observadora nos avisó que el resto de su contenido necesariamente se habría ya de enfriar. Y acordamos quedar en vernos, con unos ciclos temporales, para continuar avanzando en el diálogo. Y tal vez, profundizar y sustentar en la amistad. Cuando llegó ese primer plazo en el tiempo, para un nuevo encuentro ¿por qué no en ese mismo lugar? hubo algo, o más, que no lo hizo posible. El ego desconfiado había roto en el uno la conexión entre dos personas que antes sí aplicaban el arte del dialogar. En el otro, un análisis objetivo prevalecía sobre otras consideraciones que le impidieron antes ser justo en la apreciación de la dura realidad.
Son muy agradables estos ambientes con sabor islámico, mejor decir árabe, que propician las teterías, cada día más abundantes y originales por la ciudad. Lugares atrayentemente henchidos de misterio, juego de luces y aromas embriagadores que fomentar el placer del soñar. Y esa cera que en su arder lagrimea. O ese hilo blanco que baila en la oscuridad de la esquina procedente de una barrita de pachuli, incienso natural de la India, llenando de fragancia dulce y refrescante nuestra imaginación y, siempre benefactor, el tono anímico de la voluntad. Recuerdo que una vez en Granada, paseando por una zona antigua del centro de esa bonita y querida ciudad, consulté mi interés en un kiosko de turismo que estaba ocupando un angular en la antigua Plaza de la Trinidad. Me indicaron la zona de las teterías granadinas que, a muy poco caminar, pueblan una calle con sabor a oriente, subiendo hacia la colina del Albaycín. Un barrio con sabor a antiguo que dialoga con la Alhambra vecinal, rivalizando ambos en belleza, historia y sensualidad. Estas teterías y restaurantes con sabor arábigo comparten allí el espacio con numerosas tiendas donde los artículos de cuero, sedas y taraceas le dan un inmejorable colorido a ese denso y encantador, por lo abigarrado e imaginativo, mimesis de atmósfera y vida oriental. Hay otras, lo anuncian en sus portadas reales o virtuales, donde a una hora ¡que no sabemos cuál! nos pueden deleitar con una danza de vientre y pies desnudos que bailan en un cuerpo frágil y de ojos morenos, sobre una tupida y mullida alfombra. Una alfombra de mil colores donde apetece soñar, cantar o caminar.
¿Cuál es el té o batido natural que te apetece saborear? ¿Quieres escribir, pensar o callar? ¿O necesitas que esas y otras muchas palabras viajen entre nosotros, para compartir la amistad? Una vela de tono azulado nos daba luz y calor en el contrastado paisaje de lo humano. Más afuera hacía algo de frío, o ese calor que libera nuestro cuerpo de ropa y calzado para la necesidad en la estación. La gente entraba y salía de esta pequeña hospitalidad. Espacio que florece de sensibilidad e imaginación el anhelo de no pocas voluntades. Magia, embrujo, con el tono ilusionado del corazón y la vida. Volviendo en el pensamiento para aquella tarde, fue un gesto animoso anhelando, con sencillez, la mejor oportunidad. La escenografía acompañaba y las palabras hallaron cuerpo en un excelente acomodo. Pero el té ya se había enfriado. Era tiempo…… invernal.-
José L. Casado Toro (21 mayo 2010)
IES Ntra. Sra. de la Victoria. Dpto, CC SS Historia.
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