viernes, 3 de octubre de 2025

EL RECORDADO TREN DE LA OPORTUNIDAD

 

Todas las personas conservamos, en los misteriosos estantes de nuestra memoria, infinidad de recuerdos. Algunos aparecen como “neblinosos”, a causa del avance inexorable del tiempo. Otros se mantienen con una nitidez y fortaleza “imborrable”. La mayoría, fluyen con una intermitencia variable u ocasional, según las épocas y las circunstancias de nuestras vidas. En ese inmenso archivo de recuerdos encontramos alegrías, indiferencias, curiosidades, tristezas, sorpresas o nostalgias. Aceptamos la evidencia de que “viajar” hacia atrás es imposible, por las leyes aritméticas del tiempo, pero siempre nos queda esa ilusión, frustración o deseo de haber podido cambiar, en lo personal, no pocas decisiones que al paso de las hojas del calendario consideramos hoy como desafortunadas o erróneas. En este contexto se inserta nuestra historia de este viernes, para cuya construcción necesitamos la ayuda generosa de la memoria.

España a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, lógicamente en la vigésima centuria. La imagen de MÁLAGA era bien diferente que la que hoy ofrece al mundo. Con sus carencias y realidades, era una ciudad entrañable, incardinada en sus tradicionales costumbres y menos “invadida” por los turistas foráneos. Los niños jugaban mucho más por las calles y plazuelas y no gozaban de los bien construidos parques infantiles que hoy florecen por cada barrio o jardín. La imaginación era un arma poderosa para aquellos niños que no tenían grandes juguetes para el disfrute. Cualquier objeto podía transformarse, en las mentes infantiles, en inesperadas recreaciones para reír y disfrutar.  La vecindad comunal se llevaba de manera aceptable y fraternal, aunque no faltaban sus naturales rifirrafes que bien pronto quedaban en la nada. La radio era la distracción fundamental para las personas adultas, destacando los seriales escenificados, con esas novelas lacrimógenas que tanto agradaban a los radioescuchas. La prensa se voceaba en las calles. Y en los lugares muy transitados por los peatones, aparecía la figura convincente del charlatán, que con sus habilidades expresivas vendía artilugios de plástico colorido, muy útiles para el hogar. 

Eran numerosa las antiguas casonas que, por necesidad e intereses económicos, eran divididas en pisos, habitáculos muy reducidos, en los que vivían (con muchas estrecheces de toda índole) modestas familias, que pagaban una renta de alquiler también muy asumible. Eran frecuente que estos pisos antiguos careciesen de servicios básicos para la comodidad, como ascensores, cuartos de baño, terrazas a la calle, cocinas (en donde poder moverse). Compartían los servicios de WC y el lavadero, que estaba en la planta baja, utilizados por las mujeres para lavar la ropa, turnándose con el lebrillo de barro cocido y el pilón del agua (normalmente un gran bidón) en el que se echaba las cenizas de los braseros, para que hiciese el agua lejía, con la que aclarar la ropa blanca de cama y las camisas del mismo color. En esta compartimentación de las viviendas antiguas, era frecuente que algunos pisos quedasen cerrados, prácticamente sin vistas al exterior, teniendo la oxigenación y respiradero a través de los ojos de patio interiores, por lo que el sol y la claridad apenas entraba y confortaba, haciendo más sombrío y lúgubre la relación cotidiana entre sus residentes.

En una de estas casonas compartidas por varias familias, vivían en el bajo (había dos pisos, en donde residían familias algo más pudientes) una madre con su única hija.

Doña AMPARO, más de sesenta, viuda de un campesino y RAMONA, treinta y nueve, aunque físicamente aparentaba algunos años más por la falta usual de cuidados. Desde hacía más de un quinquenio, habían dejado el pueblo interior en el que nacieron, para trasladarse a la capital malagueña. El fallecimiento de Higinio, marido y padre, impulsó que ambas mujeres buscaran acomodo en una ciudad capital que tuviese mar, un noble anhelo que habían tenido en su humilde existencia. Era la ilusión de vivir en una ciudad alegre” y moderna, en la que había una gran Catedral, con una torre inacabada y antiguas iglesias con festiva devoción santera, muchos barrios densamente poblados, un gran cauce de rio sin agua que atravesaba la ciudad de sur a norte, un turismo incipiente y esa bahía de bellos amaneceres y románticos atardeceres. El gran puerto de mar también era importante, en donde los barcos mercantes cargaban las aceitunas y los cítricos del Valle del Guadalhorce, éste era un rio con agua. La vivienda que habían alquilado se componía de “un salón”, donde tenían la cama para el descanso., una mecedora, varias sillas y una mesa camilla, en donde tomaban el alimento diario.  En uno de los laterales menores, junto a la puerta, destacaba una máquina de coser Singer, que trabajaba accionándose un gran pedal con los pies. Era una casona con varios patios interiores, en uno de los cuales había como una antigua cocina, con su poyete pegado a la pared, hornilla y un infiernillo de petróleo, en donde guisaba doña Amparo. A la izquierda de ese largo poyete, un cuartito (verdaderamente pequeño) de aseo, en el que aparecían un inodoro o retrete, sin cisterna y un pequeño lavabo también atornillado a la pared. Como en tantas otras casas, los inquilinos tenían que lavarse el cuerpo por partes, utilizando una cubeta de plástico blanca, que servía para ponerse de pie y recibir el agua precalentada con tibieza en el infiernillo. La madre siempre vestía de color negro. Cobraba una “escuálida” pensión de viudedad. Completaban el sustento, gracias a que Ramona sabía coser desde su adolescencia (por enseñanza de doña Amparo) y se ganaba la vida haciendo trajes, faldas, camisas y chalecos, para las señoras “bien” y “menos bien”. 

El espacio portuario, casi siempre solitario, salvo en las horas de labor para la carga y descarga, era bien aprovechado por las parejas de novios que se acurrucaban en cualquier rincón, a fin de estar a salvo de las miradas indiscretas y del guardia de turno que podía aparecer para regañar y ordenar el “decoro”. Ese ambiente portuario cambiaba cuando llegaba un barco de la marina estadounidense, los cuales alegraban con sus dólares y sus deseos sexuales el letargo rutinario de la antigua ciudad. Precisamente en una tarde de paseo con una amiga, también dedicada a la costura, Ramona conoció a BRANDO, un fornido piloto aéreo americano, que tenía el capricho o el objetivo de enamorar a una española, ya que su madre, varias veces divorciada, era de origen malagueño, pues había emigrado a los EE. UU. con su familia en los años veinte.  El piloto, persona impetuosa y tenaz, con un dominio aceptable del idioma castellano, tenía que aprovechar esos diez días en los que el portaviones Dédalo iba a estar anclado en las aguas mediterráneas malacitana. Ramona y Brando salieron “cuatro tardes” ante la emoción de doña Amparo de poder ver a su hija bien casada, para lo que rezaba, casi a diario, a Santa Gema, en la iglesia próxima de los Mártires. Brando estaba dispuesto a casarse con aquella moza, algo entrada en carnes, pero con buena edad para el disfrute y tener descendencia. “Tienes que venirte a América. Yo te preparo los papeles y el billete de avión. Poco a poco te irás acostumbrando al tipo de vida de los Estados Unidos”.  Para Ramona, que todo un piloto americano la quisiera por esposa, ella que no había significado nada en el pueblo de donde procedía, era un mágico sueño, un verdadero milagro, que parecía inalcanzable para una vida tan modesta, anónima y sencilla como la suya. Pero estaba el problema de doña Amparo. El americano opinaba que, dada la edad de la señora, lo más conveniente era ingresarla en una residencia para personas mayores. Que algún día viajarían a Málaga, para que ella pudiera visitar a la madre que le dio la vida. Obviamente, no quería “cargar” con la buena señora. 

Ramona estaba sumida en un mar de confusiones. Por una parte, pensaba en su madre, que la había protegido y querido durante toda su vida. Por otra parte, “brillaba” ese amor casi imposible al que todas las personas aspiran, para poder formar una familia. Y la decisión tenía que ser rápida, porque Brando se marchaba en el portaviones Dédalo en unos días. Hubo sofocos y lloros. En la noche previa a la despedida, Ramona le dijo a Brando, entre lágrimas, que no podía abandonar a su madre. Que lo sentía mucho, pero que era su forma de pensar. Se despidieron con un beso, junto a la brisa del mar y el fulgor de las estrellas, blanqueando el azul oscuro de la noche. No concilió el sueño en el camastro donde dormía junto a su madre, quien también lloraba en el silencio de la conciencia y el corazón.


Nunca más supo del alto, fornido, rubio y vital Mark Brando. Siempre, día tras día, a lo largo de los meses, esperó esa carta con remite estadounidense, que estuviese llena de esperanza para darle un sentido a su vida. Pero el cartero pasaba de largo por la puerta de la casona, sin preguntar por Ramona. La modista pedaleaba con su vetusta Singer, cosiendo esos vestidos que le permitían comer junto a doña Amparo el sustento diario. Pero en su mente y cuando hablaba con alguna vecina o amiga, siempre sacaba a relucir la historia del piloto de avión que un día la quiso como esposa, pero la vida y la conciencia no permitió esta unión que la hubiese colmado de felicidad.  Idílica unión de un apuesto y caprichoso piloto aéreo americano y una humilde modista “malagueña”, que vivía y trabajaba en el bajo interior de una casona repartida entre vecinos, con vistas a un patio interior en el que apenas llegaba un escuálido rayo de sol, durante unos minutos al día. 

El tren de la oportunidad había pasado por la estación vital de Ramona. Ella tuvo importantes razones de conciencia para no montarse en uno de sus vagones. Durante el resto de sus días nunca olvidó a ese “guapo” piloto, con el que podría haber viajado a un mundo bien diferente del que la vida le había asignado.  Pero el destino tiene sus razones y caprichos, que no siempre son generosos o lógicos. Ramona siguió contando, a quien se prestaba escucharla, esta romántica historia imposible. 

 

 

 

EL RECORDADO

TREN DE LA OPORTUNIDAD

 

 

                          José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 03 octubre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es       

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot 

Otros materiales, en el BLOG DE AMADUMA