jueves, 24 de octubre de 2024

CINCO VECINOS

La acción en nuestra historia nos lleva a un barrio popular malacitano, ubicado en la tradicionalmente llamada Carretera de Cádiz (cuya arteria principal se denomina Avda. de Velázquez). Es un espacio urbano de elevados y densificados bloques de pisos, la mayoría de los cuales fueron construidos en la 2ª mitad del siglo precedente. Desde el punto de vista sociológico, estos barrios de la amplia zona se consideran habitados por personas “trabajadoras”, es decir, obreros de clase media y media baja. Esta barriada, donde habitan nuestros protagonistas, tiene el bello nombre de Barrio de la Luz. Como la mayoría de estos núcleos periféricos al gran centro antiguo de la ciudad, posee una gran plaza, urbanizada setos de plantas y algunos árboles, que proporcionan una necesaria y grata sombra a los vecinos. Incluso se han instalado algunas pérgolas, para facilitar esa protección solar muy necesaria en los días tórridos de la estación estival. Pero lo que más aprecia la vecindad que “baja” a la plaza, son los numerosos bancos de hierro y madera, que facilitan el descanso, además de una muy positiva socialización a los usuarios que en ellos se sientan.

Preferentemente por las tardes, esos 8 bancos que rodean a un gran seto o composición floral central, con elevada farola, son ocupados por algunos convecinos, tanto jubilados como por aquellos que aún están en edad laboral, por cuenta propia o ajena. Por supuesto que también hacen acto de presencia en la plaza un número elevados de niños con diversas edades, quienes disfrutan con el placer de sus juegos (bicis, patines, patinetas, pelotas et.) con el jolgorio propio y desenfadado de la infancia y algunas protestas de los mayores, por las traviesas molestias que los pequeños y adolescentes proporcionan. En general, se reúnen en la gran plaza generaciones muy separadas por las fechas de nacimiento.

Uno de esos largos bancos de madera que adornan la gran plaza suele estar ocupado por cinco vecinos, todos hombres mayores y ya en situación de jubilación. Forman entre ellos, a lo largo de los días, un bien avenido grupo de amistad. Lógicamente, cada uno de ellos lleva en su “biografía” una historia diferente, familiar, laboral y por supuesto de carácter. Pero se esfuerzan, en el trato diario, por mantener la buena armonía, concordia necesaria a pesar de las discusiones propias de las personas mayores.

¿Y quienes son estos cinco personajes, que cada tarde, sobre las 18 h. acuden al encuentro con sus amigos, para echar esos amenos ratos de charla y acabar “la jornada” en el café bar EL FARO, propiedad de TORIBIO “el patillas”? Allí comparten unas cervezas, cafés o refrescos, siempre con algún platito adornado con las tapas correspondientes, que bien elabora Felisa, desde la cocina del popular “chiringuito” como ellos lo llaman.

LUCAS, 66, se caracteriza por ser el más bromista del grupo. Ha tenido en dos matrimonios cinco hijos. Ha sabido bien “ganarse la vida” vendiendo frutas y verduras durante muchos años, en la frutería de su propiedad. Al alcanzar la edad de jubilación y habiendo cotizado como autónomo durante varias décadas, cedió el local a sus dos hijos mayores, interesados en continuar con el negocio.

DAMIÁN, 68, ejerció o profesó el sacerdocio durante casi tres lustros. Decidió al fin optar por la secularización, uniéndose en matrimonio, con la Sra. Benita, bastante más joven que el antiguo miembro del clero, con el fruto de dos hijas. Ha trabajado hasta la edad de su jubilación en una agencia de seguros. Sus compañeros de tertulia, dada su proverbial cultura, le llaman cariñosamente “el filósofo”.

AMARO, 67. El más deportista del grupo (cada mañana suele recorrer por la senda litoral la friolera de unos 10 km. Fue antiguo caballero legionario, en el Tercio Juan de Austria de Ceuta. En la actualidad se encuentra divorciado y tiene dos hijos que son miembros del cuerpo de la Policía Nacional. Sus compañeros valoran y aplauden que cada uno de los jueves (día en que ingresó en el tercio de la legión) recite y cante el himno de la Buena Muerte, que a todos emociona.

CÁNDIDO, 61, ha sido obrero albañil, oficio del que se tuvo que jubilar por una grave caída de un andamio de obra. Se accidente le ha dejado una manifiesta cojera, teniendo en consecuencia que utilizar para caminar (lo hace con una cierta lentitud) un recio y tosco bastón. Lógicamente es un gran entendido en asuntos de albañilería y construcción, aconsejando a todos los amigos que le preguntas las soluciones y chapuzas para las reformas caseras. Entre los cinco amigos recibe de apodo el “constructor”.

Y, por último, el quinto miembro del grupo se llama ELIAS, 66. Durante su vida laboral ha ejercido diversos trabajos, pero en el que más tiempo estuvo fue en el reparto de paquetería urgente. Es persona de carácter positivo, amable e imaginativo. Ha convivido con diversas parejas de ambos sexos. Esta circunstancia suele definirla con hábil expresividad: “es bueno vivir cada momento con la intensidad del disfrute”. Sus amigos le apodan “el positivo”.

Cada una de las tardes los cinco amigos acuden a “su banco” de la plaza, habitáculo en el que sólo caben cuatro, por lo que diariamente uno de ellos, mediante acuerdo, se baja una silla pequeña plegable para sentarse enfrente de los demás. Hablan “de sus cosas” y de los asuntos de actualidad. La experiencia los ha llevado a respetar un inteligente acuerdo. En sus conversaciones eluden el tema de la política, porque en un principio provocaba incómodas controversias y acres discusiones. Las ideologías y preferencias políticas están repartidas entre sus mentalidades. Coloquialmente lo describen con una muy castiza frase: “De política ná”. Y esta lúcida decisión mejoró notablemente su simpática y fraternal relación de amistad.

Una tarde de mayo, entre cerveza y cerveza, acordaron buscando el lógico entretenimiento que cada uno contase la situación más divertida o curiosa que hubiera vivido y que pudiera recordar. Entendían que dicha situación tendría que estar vinculada con la profesión que hubiesen ejercido en su periodo laboral.

De inmediato todos centraron su mirada en el “Filósofo”, al que consideraban el más culto y sabio en el estudio. DAMIÁN sonreía y tras beber un buen sorbo de fresca cerveza, se mostró dispuesto a iniciar este divertido juego de la oculta privacidad.

“Bueno, el “asunto” me ocurrió cuando vestía sotana o el clergyman, Cuando era cura, ya me entendéis. Habitaba en el pueblo donde yo tenía la feligresía un hombre de mediana edad. Era campesino y hacía pocos años que había enviudado. No volvió a formar una familia, por lo que vivía solo. Además, en su matrimonio no había habido descendencia. Era un feligrés muy devoto, de misa diaria, que por supuesto comulgaba cada vez que asistía a la ceremonia eclesiástica. Muy constante también en la oración. En el pueblo lo llamaban TARSICIO, el beato. Su carácter destacaba por ser muy reservado, poco hablador o comunicativo. Una tarde, en mi hora dedicada al confesionario, vi que se acercaba para pedir confesión. Después de las frases apropiadas para iniciar la confesión, le dije: “Bueno, hermano Tarsicio. ¿Tienes que arrepentirte de alguna falta contra la Ley de Dios? Mostrando un semblante muy serio y bajando los ojos me respondió: “Padre, es que tengo atracción por Vd. Es algo que no puedo evitar y que nunca llegué a pensar que pudiera pasar. Por eso vengo tanto a la iglesia. Su recia figura, su preciosa forma de hablar, su talante bondadoso en la mirada, su ágil manera de caminar… este trastorno lo padezco desde hace tiempo. Con los demás hombres no me ocurre, sólo con Vd. Padre Damián, ¿Vd. siente algo hacia mi?” O aseguro que fue una situación harto embarazosa, sobre todo porque el pobre Tarsicio era muy buena persona y toda su devoción yo la estimaba como verdaderamente sincera. Le dije, con dulzura y respeto que debía alejar esas ideas de su cabeza. Que yo me debía a mi función sacerdotal. Que lo respetaba como hermano en Dios y le dí la absolución sin penitencia. Me apenó que dejara de ir a la iglesia. Con el tiempo vendió su casita en el campo y un trozo de tierra que cultivaba, yéndose a vivir a la ciudad, a casa de unos sobrinos. La verdad es que nunca supe más de él. Pero reitero que era una excelente persona. Son los misterios de los sentimientos y la sexualidad. Os estaréis preguntando que si destacaba por su belleza. La verdad es que no, era un hombre curtido por el trabajo en la tierra, bajo el ardiente sol en el estío y soportando las inclemencias del tiempo, frío y lluvia, durante las demás estaciones. No, no era una gran belleza, todo lo contrario. Que dios lo tenga en su Reino”.

Todos los compañeros o amigos de Damián esbozaron unas traviesas miradas, mezcladas con algunas risas mal disimuladas. Volvieron a disfrutar de buenos sorbos de cerveza. La anécdota o vivencia había sido de alta enjundia.

Ahora se dispuso a comentar su confidencia “el constructor”. CÁNDIDO narró que cierto día, unos extranjeros, que eran ingleses, le encargaron la reforma de un viejo caserón en plena naturaleza, entre una gran arboleda y la montaña, por la zona de Alfarnatejo. “Yo iba todas las mañanas con mi furgoneta Citröen, cargada de los materiales que iba necesitando y sin olvidarme la fiambrera y un cuartillo de vino, que me había preparado la Mikaela. Mister John Turner había comprado este derruido caserón por “no muchas pesetas”. Quería venirse a vivir aquí, con su segunda mujer y los hijos que había tenido con ella. La jubilación en Inglaterra le iba a llegar pronto. La reformé la puerta, las ventanas la cocina, la chimenea, el baño y le dejé bien la techumbre de tejas, para que no le calara el agua cuando lloviese.  Allí estuve trabajando más de tres meses, entre el verano y el otoño. Lo cierto fue que, arreglando la solería de losetas de barro andaluz, descubrí una trampilla, bajo la cual había un hueco muy bien disimulado de casi un metro cubico de volumen. Allí habían guardados diversos alimentos, como latas, chacinas (ya muy añejas) aceite, harina con pulgones. En una esquina también me encontré una cartera con algo de dinero. Serían unos ahorros para tiempos de necesidad. Conté los billetes y las monedas, que sumaban unas 4.500 pesetas de la época. Cuando el Mister y su señora doña “Catarina” (Mrs. Catherine) vinieron a ver cómo iba el arreglo, les expliqué mi descubrimiento. Me dijeron, con un español muy malo para entender que el caserón lo habían comprado en una agencia inmobiliaria por Internet y que desconocían quien pudiera ser el antiguo propietario, ya que era la agencia la propietaria del caserón hasta su venta. Yo se lo entregué todo. Pero al día siguiente cuando volví a la obra, me encontré un sobre sobre la mesa, dirigido a Mr. Cándido. Me habían dejado 2.000’ pesetas de regalo. Ese dinero me vino muy bien, pues las niñas iban a hacer la primera comunión. En definitiva, que todos fuimos beneficiados con los ahorros de aquellos modestos y desconocidos labriegos. Por cierto, las latas de sardinas y de atún estaban en un buen estado para comerlas, a pesar de los años que habían estado allí guardadas”. Esta curiosa anécdota también había motivado el interés y la distracción de los demás amigos, quienes de vez en cuando sorbían buenos tragos de la cerveza fresca que les había servido Toribio “el patillas”.   

“Pues por mi parte os podría contar muchas curiosas anécdotas, pero me voy a centrar en una de ellas que me pudo costar “cara” Quién así hablaba era ELIAS, “el Positivo”. Mi función laboral, como bien conocéis, consistía en llevar paquetes, de muy diversos tamaños, a sus afortunados destinatarios, día tras día. Esos destinos eran, lógicamente, muy variados. Algunas de esas direcciones también se repetían, lo que facilitaba que sus receptores me conocieran y me trataran con especial amabilidad. Solían ofrecerme agua fresquita, el café caliente, en los días de frío, aunque casi siempre yo declinaba la invitación, pues mi tiempo era bastante limitado en función del reparto.

Había un “personaje” que vivía en un barrio socialmente conflictivo, a que le llamaban “el tío PECAS” por las muchas que este hombre tenía en su rostro. Hombre mayor, que solía usar casi de continuo un sombrero de paja, pajarita al cuello y chaqueta, algo raída. Ofrecía también en su imagen una barba bastante descuidada, muchos kilogramos de peso y en cuanto a su forma de hablar aplicaba un “deje” popular, muy malagueño. En su boca estaba casi de manera permanente ese medio puro, muy chupeteado y repetidamente encendido. Residía con su numerosa prole familiar en una calle que tenía el bonito nombre de Jazmín. Con cierta frecuencia yo solía llevarle un paquete algo pesado, cuyo remite procedía de Algeciras. Cuando entraba en aquella barriada, lo hacía con no disimulada prevención y preocupación, porque me cruzaba con personajes de esos que salen en las pantallas de cine y relacionados con la mafia y la delincuencia. Sin embargo, parece que bien sabían que yo me dirigía a casa del tío Pecas y nunca me molestaron o interrumpieron mi trabajo. El receptor me recibía con todos los honores y por su persistencia me sentía obligado a aceptar un vasito de cerveza o algún cafetito con alguna pasta dulcera, a la que AMBROSIO, ese era su nombre era bien aficionado. Casi siempre eran los lunes cuando recibía esos bien presentados paquetes que yo le llevaba. Y fue precisamente un lunes de primavera, finales de marzo, cuando llego al domicilio del destinatario y me encuentro esa casa “cortijera (muchos y diversos animales, perros, gatos, caballos, cabras, gallinas …) rodeada de policías. Me dejan pasar y veo al tío Pecas esposado a la barra de una antigua máquina de coser Singer, que estaba situada junto al sofá. Un policía de paisano me pide que le entregue el paquete que llevaba bajo el brazo y tras abrirlo aparecen en el interior de la caja de cartón unas   bolsas de plástico opacas, de color verde. Abren una de ellas y otro policía que parece era experto en materia de estupefacientes comprueba la veracidad y “calidad” del producto.

La policía fue comprensiva conmigo, aunque tuve que pasar un par de horas muy tensas y desagradables en comisaría, demostrando el fundamento de mi trabajo. La empresa de paquetería, lógicamente, justificó la actividad que yo desarrollaba. Fueron unos duros días en mi vida, que no he olvidado, aun al paso de los años. Verme como un “traficante de droga”, sin saber lo que pasaba por mis manos. Cuando todo se aclaró, resultó que la materia que iba en los paquetes al tío Pecas era una heroína de muy buena calidad. Esta experiencia de película tuvo lugar hace unos quince años. Pasé mucho miedo. Pero la vida te trae estos “marrones” y hay que sobrellevarlos”.

Los amigos de Elías agradecieron la franqueza y la confianza del repartidor de paquetería. “Vaya, que estuviste a punto de entrar en chirona, amigo del alma…”

La amena charla de aquella tarde, entre “el quinteto del banco” se había alargado en demasía, pues unos y otros hacían preguntas y comentarios al autor que exponía su anécdota o curiosa vivencia. Los relojes indicaban que habían superado las 21:30. Era hora de volver a casa.

“Bueno, nos vemos mañana, a la misma hora. Lucas y Amaro completarán estas interesantes experiencias, que compartimos entre todos con la confianza y amistad que nos debemos. Ahora vamos a tomar una buena cena, cada uno en su casa. Y después a descansar, para recuperar esas fuerzas que cada vez más echamos en falta. Lo importante es que mañana nos alegre de nuevo ver amanecer un nuevo día. Y que Dios nos guarde”.  

Damián, el filósofo” había puesto el broche final a una interesante y fraternal tarde, compartiendo experiencias atesoradas en la memoria de la privacidad. Pagaron “a escote” cada uno su consumición a Toribio, que los despidió con cariño en la puerta de su establecimiento El Faro. Los cinco caminaron hacia sus respectivos domicilios, con la satisfacción de haber vivido un día más. Como ayer. Como tal vez … mañana. –

 

 

CINCO VECINOS

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 25 octubre 2024

                                                                                                                                                                                                                               

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viernes, 18 de octubre de 2024

SOL Y NUBES PROFESIONALES

El ejercicio de muchas profesiones parece, desde “afuera”, como fascinante, sugestivo y “envidiablemente” atrayente. Escuchamos y a veces pronunciamos “si yo fuera o hubiera sido … me consideraría la persona más feliz de la Tierra”. Y esta repetida frase es así debido a la peculiar naturaleza de ese trabajo que te gustaría haber realizado, a la elevada remuneración que con él se consigue, a los incentivos vacacionales que pose y los lugares que en su ejercicio se pueden visitar. Añadamos también la consideración o “trascendencia” que esa profesión tiene en la percepción social y los beneficios que reporta o genera para el bien de la colectividad.

Sin embargo, hay un dicho o frase en el acerbo popular, casi siempre bastante sabio, que manifiesta aquello de “no es oro todo lo que reluce.” Efectivamente, todas las profesiones, incluso la que posee una consideración popular más anhelada, tienen en su desarrollo “luces y sombras”. Y quien mejor puede avalar esta apreciación es quien diariamente la ejerce. Bueno sería preguntar a estos trabajadores, en sumo cualificados, qué opinan de esta valoración. En este contexto se inserta la temática de nuestro relato semanal.

ALEJANDRO Altea, 33, es copiloto de una línea aérea vinculada a la compañía AIR EUROPA. Resulta frecuente que, en estos casos, algún miembro de la familia ejerza o haya ejercido dicha profesión. En este caso fue el tío Riquelme, quien habiendo realizado su servicio militar en el ejército del aire y gustándole la actividad de piloto e incluso la de paracaidista, aún ejerce como comandante de vuelo en líneas comerciales. Este dinámico profesional influyó poderosamente en su sobrino Alex, a quien animó seguir sus pasos en esa “apasionante” actividad del transporte aéreo. Cuando este joven finalizo sus estudios de bachillerato, con la ayuda generosa de sus padres Cosme y Evelia, también con la colaboración del propio tío Riquelme, consiguió entrar en una academia privada para pilotos de vuelo, en donde recibió una intensa preparación, que le facultó ser seleccionado para ingresar en una academia profesional que Air Europa y otras compañías mantienen, a fin de formar de una manera adecuada a sus futuros pilotos y auxiliares de vuelo.

Desde hace más de dos años, Alex lleva realizando vuelos como copiloto, acompañando a comandantes más experimentados, de los que aprende cada día algo nuevo para su mejor capacitación profesional. Una tarde de primavera, cuando el avión que pilotaba aterrizó en el aeropuerto de Buenos Aires, en vuelo directo desde Madrid Barajas, se puso la elegante chaqueta azul y la gorra reglamentaria de la compañía para la que trabaja, abandonando su puesto en la cabina. Se despidió de su compañero VALENTÍN Suecia, el comandante, quien le confió su intención para esa tarde / noche en la capital bonaerense.

“Llegaré tarde a la habitación que tenemos reservada en el hotel, pues debo saludar a unos parientes lejanos (emigrantes españoles) que me están esperando en la salida de pasajeros. Desean, con mucho interés y afecto, que cene con ellos. Respeto tu deseo de descansar, después de este largo trayecto. Pero si cambias de parecer ya sabes que tienes un cálido hueco en nuestra mesa. Es mi intención no llegar al hotel demasiado tarde, pues mañana tenemos un nuevo vuelo hasta Fráncfort y el avión ha de partir a las 8:30 “on time”. Cena bien y descansa, amigo Alejandro”.

Tras las amables palabras de su compañero, el copiloto Altea se desplazó en un taxi al hotel HORIZONTE, que no se hallaba lejos de la estación aeroportuaria, a medio camino de la capital. Eran las 18:30 de la tarde y tras realizar el “check-in” le indicaron en la recepción que podría cenar a partir de las 20 h. Ciertamente, Alejandro deseaba irse a la cama bien temprano, por el cansancio que acumulaba y por la necesidad de madrugar en la mañana siguiente. Tendrían que estar en el aeropuerto como mínimo una hora antes, para resolver cualquier incidencia que pudiera presentarse. Aún así, Alex, casado con EVA Calabria, también auxiliar de vuelo en la misma compañía, matrimonio aún sin descendencia, decidió hacer tiempo bajando de la habitación 7 14 al gran salón para uso común de los alojados en ese magno hotel. Eligió una mesa, junto a unos frondosos macetones de hojas y flores naturales y pidió algún refresco o cerveza 00, por consejo “orden” de la compañía para la que trabajaba de evitar el alcohol durante las 24 horas previas al inicio de cualquier vuelo.

Desde su asiento divisaba, a través de un gran ventanal, una panorámica muy bella de la densidad cosmopolita del gran Buenos Aires. Le sirvieron un Acuario con limón y unas almendras, pues tenía algo de apetito y todavía restaban muchos minutos para poder tomar la cena. De improviso se le acercaron dos chicas jóvenes, de apariencia alegre y vistiendo de manera desenfada. Pidieron permiso para sentarse en su mesa, que el piloto concedió con una simpática sonrisa.

“Yo soy ELO ¡y yo LICIA! Somos estudiantes de periodismo y pasamos un par de días de vacaciones junto a nuestras compañeras, aquí en Buenos aires. Mañana viajamos a Francfort, a fin de ir realizando un periplo muy bonito sobre las ciudades del mundo con encanto. Desde siempre nos ha fascinado la imagen del piloto de avión. Vistiendo ese elegante uniforme azul, con botonadura dorada, zapatos negros y camisa celeste y elegante corbata. Es una primera impresión que “emociona”. Pero sobre todo (añadió Alicia) nos asombra que un aparato tan gigantesco, repleto de centenares de viajeros, pueda elevarse, con su pericia, a más de 10.000 metros, volando como las gaviotas sobre el mar. ¿Cómo podéis manejar todos esos mandos y botones, para la que habrá que estar muy bien preparado y adiestrado? Desde luego (Eloisa) lo más interesante y sugestivo será la posibilidad de conocer tantísimas ciudades de variados países, con sus monumentos y grandes incentivos para el disfrute. Hoy en París, mañana en Roma y pasado en Estambul ¡Qué gozada!”

Alejandro escuchaba, divertido y sonriente, a las dos espontáneas veinteañeras, reparando en un simpático detalle: ambas jóvenes enlazaban sus manos, ofreciendo una muestra de clara afectividad. Las miradas cómplices que se entrecruzaban con indisimulable cariño demostraban que una estaba por la otra y viceversa. Dos chicas que se querían o amaban, sin más. Les ofreció compartir algún refresco, pues la tarde se había presentado algo plomiza y bastante húmeda, como si la ciudad estuviera sometida al efecto invernadero. Menos mal que el gran salón del Horizonte estaba perfectamente refrigerado. El camarero trajo dos Cocas y el piloto añadió un Nestea a su consumición. Elo era natural de Ciudad Real y Alicia de la capital abulense. Ambas eran compañeras en el Colegio Mayor Navacerrada, vinculado a la Universidad Complutense madrileña. El piloto Altea en ningún momento de la conversación mencionó que en ese nuevo vuelo que las jóvenes y sus compañeras iban a continuar el día próximo, el comandante Valentín y él mismo iban a ser quienes pilotasen el aparato.   

“Me satisface que os emocione de tal manera la imagen profesional de un piloto de avión. Todo lo que me habéis comentado es cierto, pero también tengo que confesaron que no es oro todo lo que reluce. Desde luego que la verdadera trascendencia de esta profesión es que la vida de 200, 300 o más viajeros dependen de ti. No puedes fallar, porque no está en juego tu vida, sino la de decenas y decenas de personas de todas las edades y circunstancias personales.

Es un verdadero placer conducir un gran “vehículo”, sin tener que soportar caos o bloqueos de tráfico. Vas solo por el “asfalto de las nubes o el aire. Aunque esto hay que explicarlo más despacio, porque hay “caminos” trazados en ese aire por el que circulamos miles de aviones durante el día y la noche. Lógicamente tiene que haber un sistema de regulación del tráfico aéreo. En caso contrario, el cielo se convertiría en un verdadero caos. Y con un agravante. Vas por una carretera terrestre y te ves obligado a realizar un brusco frenado, marcando el velocímetro 90, 100 o 120 km. por hora. En el cielo, los aviones circulan a 600, 800 y algunos a más de mil y pico km. a la hora. Comprenderéis que no se puede hacer un frenado brusco, desplazándote a esas velocidades. Por ello es muy importante seguir las órdenes de los controladores aéreos, quienes a través de sus radares van regulando el tráfico en el aire, evitando que choquemos unos contra otros. Por supuesto que el avión tiene un poderoso radar que detecta a mucha distancia cuando hay un obstáculo en el aire.

También os confieso, queridas amigas, que hay una cierta leyenda acerca de los países que visitamos la tripulación de un avión, cuando llegamos con nuestro “bólido” aéreo al destino previsto. En la mayoría de las ocasiones, cuando llegamos a esos hermosos o espectaculares lugares, apenas nos queda tiempo para tomar la cena o el almuerzo y darnos una buena ducha. El cuerpo nos pide descansar, tras numerosas horas de vuelo. En ocasiones, 12, 14 o más horas pilotando. Tenemos el cuerpo muy agotado, por haber mantenido la tensión y el auto equilibrio durante tantas horas. Y tras el descanso, a las pocas horas tenemos que emprender un nuevo viaje hacia un destino que puede estar en la otra parte del mundo. Esta tarde hemos aterrizado en el aeropuerto de esta gran capital, volando desde Madrid. Han sido más de doce horas. Así que imaginaos como tengo el cuerpo en este momento. Tras la cena, pues lo que necesito es el descanso. Eso de irme de fiesta sería una auténtica irresponsabilidad. Hacer turismo queda para las vacaciones.”

Tanto Elo como Alicia asistían muy interesadas a las explicaciones que amablemente les transmitía el piloto del elegante uniforme, con botones dorados y esa gorra que tanta prestancia siempre aporta Al final del insólito y divertido encuentro, Alex aceptó posar junto a las dos jóvenes estudiantes de Ciencias de la información, fotos que realizó uno de los camareros del hotel. La charla había sido tan cordial que incluso se intercambiaron las respectivas direcciones electrónicas, para poder seguir manteniendo algún contacto. Aquella noche en Buenos Aires, el copiloto del Boeing durmió plácidamente. Ese fue el apasionado “turismo” que pudo realizar, en esas breves horas de estancia en el gran país sudamericano.

A la mañana siguiente, mientras el avión de Air Europa surcaba los aires atlánticos, camino de la importante ciudad alemana de Francfort, serían las 11 horas del día, una de las azafatas preguntó por las Srtas. Saiz y Terrada que, como era previsible, compartían asientos juntas. Les rogó que la acompañaran a la cabina de pilotaje. Un tanto intrigadas las dos estudiantes, caminaron por el pasillo enmoquetado del gigantesco aparato hasta la cabina de mandos. Cuando penetraron en su interior y vieron al copiloto Alejandro con los mandos llevando el avión y los auriculares sobre su cabeza, quedaron maravilladas de la oportunidad que el destino les había deparado. Durante unos quince minutos, Alex les estuvo explicando someramente los mandos básicos de control del vuelo, que realizaba ese largo trayecto transoceánico. Incluso tuvieron algún tiempo para hacerse un par de fotos. Dieron las gracias por la interesante y divertida experiencia y la azafata Jennifer las acompañó hasta su asiento.

El comandante Valentín Suecia, 57, le decía a su compañero, con rostro de “pillín” “No sabía, amigo Alex, que en la breve estancia en buenos Aires que hemos tenido, has sacado tiempo para entablare tan gratas amistades, para “ligarte” no a una sino a dos chiquitas angelicales, que se hallan en la flor de la vida.”

Cuando en el aeropuerto de Francfort Alejandro bajó del avión y atravesaba la sala de recepción, Elo y Licia lo estaban esperando, con rostros “la mar” de sonrientes. Aquella noche los tres cenaron juntos, gracias a la cortesía del piloto que las invitó a un suculento asado alemán, con sus típicas salchichas “gigantes” que bien los alimentó.

“Mañana tenemos que partir para un nuevo vuelo, con destino a Tokio. Así es nuestro oficio, queridas amigas. Son muchas las horas que pasamos separados de nuestras familias (y eso que Eva y yo aún no tenemos hijos) y viajando a espléndidos lugares que apenas podemos disfrutar. Al menos, a la vuelta del país asiático, dispondré de tres días de descanso para reconectar con la familia”. Se despidieron con gran cariño. El grupo en viaje de estudios tenía programadas diversas visitas por ciudades germanas durante los próximos dos días.

“No te olvidaremos querido Alex y por supuesto que tu mujer y tu estaréis en puesto preferente entre los invitados para cuando llegue nuestra boda”. “No faltaré a esa maravillosa cita. Os lo aseguro”.

 

Pero la vida da muchos vuelcos y vaivenes, en lo imprevisible, pero sobre todo en las personas. Unos meses más tarde, el avión que pilotaba Alejandro altea se enfrentó a graves problemas, en la zona suiza alpina. Una cadena de turbulencias encadenadas y exageradamente fuertes, en medio de una fuerte tormenta, hizo que el avión golpeara una de sus alas con el elevado peñasco de una montaña cubierta en su totalidad de hielo/nieve. Tuvo que improvisarse un aterrizaje de emergencia en un área o paraje boscoso. Tanto el fuselaje del aparato como algunos viajeros sufrieron severos daños. Avatares del destino. El rescate de los viajeros y del pasaje fue laborioso. La espalda de Alejandro quedó maltrecha, a sus 33 años. La rehabilitación a la que tuvo que someterse fue lenta y sufriente. Precisamente fue en el centro hospitalario de Majadahonda, en donde el joven piloto recibió a sus dos entrañables amigas, sentado en una silla de ruedas… Esta grata visita llenó de alegría su paciente estado de postración. Pero la vida hay que afrontarla con fe y decisión.

En la actualidad, Alejandro Altea sigue vinculado a la misma compañía aérea, con el cargo de primer instructor de vuelo, para preparar a los futuros pilotos. Pero en lo más íntimo de este amante de la aerodinámica permanece firme y tozuda la esperanza de poder volver a tomas los mandos de un avión, con el que surcar los aires de nuestra atmósfera. Repite y confiesa a todas las personas allegadas que esa es la razón de ser de su vida. Y tiene la convicción de que lo logrará, con esa fe y voluntad de hierro que lo caracteriza. -

 

 

SOL Y NUBES

PROFESIONALES

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 18 octubre 2024

                                                                                                                                                                                                                               

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sábado, 12 de octubre de 2024

UNA SENCILLA HISTORIA DE FAMILIA

La mañana otoñal se había despertado con un grato sol radiante, que generaba esa cálida temperatura que ayuda a comenzar, con ilusionado optimismo, un nuevo fin de semana. Eran más de las nueve, cuando MARCOS Laserna, 41, aún adormilado, tomó una confortable ducha. A continuación, se preparó un “saludable” desayuno, a base de tostadas con pan integral, aceite de oliva y un tazón de soja con Cola Cao, sin olvidar alguna fruta, por aquello de las vitaminas y las fibras digestivas. Marcos ejerce como técnico electrónico audiovisual, en un consorcio de multimarca. Ese día era uno de los sábados quincenales, en los que le correspondía estar con su hija CAROLINA, a la que recogería puntualmente a las 11, en el domicilio no lejano de su madre.

En los términos jurídicos dictados por el juez, en lo que había sido una conflictiva separación, se especificaba que el padre cuidaría de su hija cada dos fines de semana, desde la mañana del sábado hasta después de la cena del domingo, cuando la dejaría en el domicilio de su exmujer, no más tarde de las 21 horas. ARANCHA Pedraza, 36, convivía desde hacía varios meses con ROMÁN Villanueva, su nuevo “amor”, tras casi un año de infidelidades conyugales, que habían conducido a la irreparable ruptura matrimonial con Marcos, su primer marido. Esta bella mujer, diplomada en Ciencias Empresariales, trabajaba en una importante cadena de Hipermercados, como directora de suministros alimenticios y otros materiales (ropa, zapatería, electrónica, librería, ferretería, parafarmacia, etc) para su venta en los establecimientos de la gran cadena de grandes almacenes.

En principio habían formado una familia bien avenida, que unían sus ingresos a fin de afrontar la hipoteca del piso de 2ª mano, que habían adquirido en la zona universitaria del barrio de Teatinos. ¿Y cómo era el carácter de ambos cónyuges?

Marcos, era el hijo menor de una familia numerosa (cuatro hermanos). Su padre pertenecía al cuerpo de la guardia civil, quien se esforzó en que cada uno de sus descendientes alcanzase la formación necesaria, para ejercer un oficio honrado con el que poder vivir y mantener a la familia que formaran. Desde su adolescencia, el más pequeño de la casa, destacó por su afición a los conocimientos técnicos. Hizo el peritaje industrial y posteriormente diversos cursos de capacitación electrónica. Todo ello facilitó su pronto acomodo profesional en los servicios técnicos de una empresa de multimarca, ocupándose junto a otros compañeros de visitar a los clientes con averías en sus aparatos de televisión y ordenadores. Muy trabajador, su carácter no era excesivamente expresivo, sino sosegado, entregado y minucioso en su labor reparadora. Representaba a una persona un tanto gris, solitaria e introvertida. Su gran afición era el senderismo por las entornos preciosos y sublimes de la naturaleza, actividad que solía practicar los fines de semana con buena meteorología. Su mujer raramente lo acompañaba. Nada ambicioso, aceptaba complacido, con sabia naturalidad, el rol vital que le había correspondido desarrollar. Cariñoso con su mujer e hija, era una persona “ejemplar” pero demasiado tranquila, humilde y confiada en los vínculos afines de la amistad. Podría definirse a este técnico electrónico como una normal buena persona, admirable en su laboriosidad, pero un tanto aburrida y “plana”.

Su exmujer Arancha contrastaba y complementaba ese pasivo carácter de su esposo. Mucho más nerviosa e inquiera, era amante de la aventura y el riesgo, muy a tono con la competitividad comercial que desarrollaba en el “gran gigante” de los hipermercados. Su importante puesto en la delegación malagueña, le había granjeado una justa fama de mujer o profesional luchadora, perspicaz, activa, polémica, con un carácter algo nervioso y que necesitaba de una notable complementación sexual. Muy atractiva de cuerpo, era admirada y “envidiada” en los entornos laborales y vecinales en donde desarrollaba sus vivencias. Con el paso de los años matrimoniales, la rutina conyugal  y la insatisfacción relacional se habían potenciado, aunque guardaba las formas, principalmente por la presencia de su hija Carolina, a la que en modo alguno quería provocarle desequilibrios derivados de su más que patente “aburrimiento” conyugal.

En todo este contexto, un infausto o grato día (según se considere) apareció en el entorno de esta vitalista mujer Román Villanueva (31). Se trataba de un mozo reponedor y distribuidor de mercancías, que había sido asignado al hipermercado central de la capital malagueña. Era un joven de fuerte complexión atlética, asiduo al gimnasio Atlas, que sólo había logrado terminar los estudios de la secundaria obligatoria. Gozaba de un fuerte y abundante cabello negro, barba corta, muy bien cuidada y musculatura casi “halterofílica”. Un hombre “todo músculo” al que no le sobraba gramo alguno de grasa gratuita. Tenía ojos grises claros, que denotaban una profunda e intensa humanidad. Como trabajador, un ejemplo en sus obligaciones específicas, incluso mirado con un cierto “retintín” por sus compañeros, ya que su quehacer era todo vitalidad y eficacia laboral. Y todo ello sin una palabra mal dada o reivindicativa. Era ese empleado modélico que cualquier empresario anhela tener en su nómina de personal.

Arancha se fijó en el muy apuesto nuevo empleado, desde el primer día de su inserción laboral en la gran área comercial malacitana. Esa fijación “obsesiva” de su jefa en su persona fue también correspondida por el joven hacia la también muy bella directora de pedidos y suministros. Se trataba de un “flechazo” mutuamente irrefrenable. Palabras y silencios, gesto y miradas, sonrisas y disimulos, se mezclaban juguetones a modo de traviesas y divertidas “travesuras” protagonizadas por dos seres adultos que gozaban de su afectiva y atractiva reciprocidad. Era lo que Arancha necesitaba en ese momento crucial de su vida, camino de la cuarentena. La imaginación potenciaba y excitaba su necesidad sexual. Román veía y sentía en su jefa aquello que también dibujaba en su corazón e imaginación como el alimento perfecto que podía sosegar su desbordante potencia física, que las horas de gimnasio a duras penas podían controlar y saciar. El instinto sexual también se “desbordó” en su viril personalidad.

Comenzaron una secreta, sugestiva e infiel relación utilizando, en tiempos cortos y desahogos amplios, el apartamento que Primitivo, un tío carnal de Román, le había cedido en el Camino de Antequera, pues su único hijo que lo ocupaba había marchado a estudiar a Madrid y sólo iba a necesitarlo en los períodos vacacionales. El primo Román, “el pobre de la familia” al fin había encontrado un buen puesto de trabajo, tras abandonar hacía un par de años su localidad natal, Casabermeja, para buscarse un “porvenir, en la prometedora y vitalista capital de la Costa del Sol.

Aunque Marcos era un hombre bien tranquilo y aparentemente despistado, comenzó a detectar gestos, actitudes, ausencias (físicas y anímicas) miradas, respuestas, que le hicieron ver y sospechar que algo estaba pasando en la atmosfera familiar. Dedicó una tarde, que libraba en su trabajo por horas acumuladas y no retribuidas, vigilar la puerta de entrada y salida del personal del centro comercial donde trabajaba Arancha. Sobre las 17:45 vio salir a su mujer, quien subió a su vehículo, mientras que él se dispuso a seguirla en la moto que utilizaba para los servicios domiciliarios. Siguiéndola a una distancia prudencial, y recorriendo una serie de arterias viarias, al fin observó que se detenía y aparcaba junto a un bloque “avispero” en la zona del Puerto de la Torre. Vio como entraba en ese denso edificio, no sin antes saludar con la mano a un hombre joven y atlético, quien la esperaba en la terracita de una sexta planta. Dejó pasar un buen rato y entonces, aprovechando que entraba en el edificio una madre acompañada de sus tres retoños, pulsó el botón 6 del ascensor.

En dicha planta del voluminoso edificio había cuatro puertas. Pulsó el timbre de la letra A y B sin obtener respuesta desde el interior. Pasó a la C, abriéndole una anciana, con muchas ganas de hablar, identificándose como doña Palmira, quien vivía con una hermana mayor impedida. Marcos se disculpó indicándole que se había equivocado y al fin pudo deshacerse de la amable y persuasiva señora. Tuvo más suerte, cuando tocó en la letra D. Precisamente fue Arancha quien le abrió. Sólo vestía con unas bragas rojas y un sujetador de estrellas rojas y rosas. Cubría su cuerpo con una pequeña bata morada, estampada con dibujos eróticos, que estaba mal abrochada a su frágil cuerpo. Ella se quedó como inmóvil, con los ojos muy abiertos, sin poder pronunciar palabra alguna. Desde dentro del apartamento sonó una fuerte voz, con la frase habitual: Pero ¿quién es? Y de inmediato salió del único dormitorio que tenía el estudio apartamento el atlético Román, “vistiendo” como Adán en el Antiguo Testamento, con todas sus potencialidades “al aire”.

 

Volviendo al principio de nuestro relato, ese sábado de septiembre, con la responsable y hermosa puntualidad de un padre que deseaba pasar dos felices días con lo que más quería en el mundo, Marcos recogió en la puerta del bloque donde Arancha convivía con el escultural Román, a un ángel de 10 años, quien se le abrazó con esa alegría que sólo los niños saben y pueden proporcionar.

De manera divertidamente “aturrullada”, la niña le resumió acerca de la semana de clase y las aventuras vividas con sus amiguitas. Pasaron un par de horas en la piscina y el jacuzzi del polideportivo, en donde padre e hija estaban apuntados, Después se dirigieron al Burger King del Centro Larios, para el necesario almuerzo. Por la tarde, a disfrutar de una peli en los cines Yelmo, en el cercano complejo de Vialia, en la Estación Málaga María Zambrano. Desde allí se dirigieron a la zona del puerto, para cenar en la pizzería Mamma Mía. Tras el intenso día. Carolina volvió a su antigua piso en el barrio de teatinos, donde Marcos le tenía reservado su cuarto de siempre, para el necesario descanso. La arropó bien, con todo el cariño de un padre feliz, antes de que el cansancio la hiciera dormir, mostrando esa inocencia angelical que sólo los niños atesoran.

Ya en el domingo, realizaron en el tren de cercanías, gran ilusión de Carolina, un corto viaje hacia Alora y la estación ferroviaria del Chorro. Paseo por el Tajo de la Encantada, visita a los grandes pantanos y almuerzo en un restaurante campero, no lejos de la estación del tren. La vuelta por la tarde permitió a la niña visitar la cabina del maquinista y el control que este buen operario tenía de los mandos. Carolina aprovechó este viaje para realizar numerosas fotos, con la cámara Lumix que su padre le regaló en el día de su santo. La cena, ya en casa, la prepararon padre e hija: una bien nutrida ensalada, pequeñas hamburguesas y yogurt blanco con trocitos de fruta endulzada.   

A las 21 horas, puntualmente, Marcos dejó a su hija en el portal del edificio donde residía su madre con Román. Abrazo y beso de despedida “No dejes de estudiar. Soy feliz cuando tú también lo eres. Pórtate bien con tu madre”. Le impresionó sobremanera, en esaΩ afectiva despedida, escuchar las palabras de Carol, totalmente inesperadas y que le hicieron saltar las lágrimas.

“Papi, te quiero. No me dejes nunca solita. Búscate una buena mujer que quiera y que te haga feliz. Si tú la quieres yo también aprenderé a quererla”.

Antes de volver a su domicilio, Marcos quiso darse un paseo por las calles y plazas malacitanas. Ya se preparaba para recuperar esa realidad que le afectaba en el día a día. Un matrimonio roto, un “ángel” que le mostraba ese cariño y fuerza que tanto necesitaba para seguir caminando sin desfallecer. En la mañana del lunes volvería a su empresa reparadora, a fin de recoger los avisos acumulados para reparar los equipos electrónicos averiados. El trabajo, amén de permitirle la subsistencia le ayudaba a sentirse útil y con fuerzas para ir superando el trauma del engaño sentimental. Le seguía dando vueltas a las palabras de Carolina, una y otra vez. Tenía que rehacer su vida. Pero estas situaciones no son fáciles de superar. En absoluto. El destino dicta sus leyes. Pero a ese destino hay que ayudarle, aplicando lo mejor de nuestra voluntad. Ahora, con 42 “abriles” en su historial, aún se veía joven y con fuerzas. Pero ¿cómo empezar otra vez desde cero? Sintonizaba a veces el programa de la 4ª cadena, First Date, primera cita “a ciegas”. Pero no se veía saliendo en televisión buscando pareja. Pensaba en sus padres, los vecinos, los compas del trabajo... No, no se veía apareciendo en pantalla.

Tal vez mejor sería una cita a ciegas por Internet. Pero temía ser objeto de la “basura” y el daño que pensaba había en las redes sociales y del que podía ser objeto. Y su ánimo no estaba para soportar muchos tratos “oscuros” y engaños malintencionados. Pero como suele ocurrir en la vida, a veces tenemos la solución bien cerca y no la percibimos por esa “ceguera” comprensiva e imaginativa que tanto y mal nos determina.

Efectivamente, había una compañera de trabajo, que se encargaba de la telefonía para recibir y anotar avisos de reparaciones, en la compañía de multiservicios electrónicos. Se llamaba GRACIA MARÍA Leyva, 43, madre de un niño de 11, Luis, que enviudó hacia siete años de un sargento del ejército, por un desgraciado accidente sufrido en unas maniobras militares. La relación de los dos compañeros siempre había sido cordial y respetuosa. Obviamente, uno y otro conocían la situación personal/familiar que les afectaba. Lo que Gracia ni Marcos sabían es que Luis y Carolina iban al mismo centro escolar y eran compañeros de clase.

¿Querría ese destino, “juguetón e imprevisible” darles a estos dos seres, sumidos en una acre soledad, una nueva oportunidad para reconducir, juntos, sus respectivas existencias? El destino suele tener, en ocasiones, rasgos de plausible generosidad, siempre que la voluntad de los humanos esté en inteligente y positiva disposición colaboradora. -

 

 

 

UNA SENCILLA

HISTORIA DE FAMILIA

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 11 octubre 2024

                                                                                                                                                                                                                               

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viernes, 4 de octubre de 2024

LA TERAPIA DEL PESCADOR

Cuando visitamos algún complejo o gran centro comercial en las grandes ciudades, además de la elevada acústica que soportamos, con el numeroso trasiego de clientes, a lo que hay que sumar los bien estudiados incentivos publicitarios y las ofertas “irresistibles” de los numerosos y variados establecimientos que allí están instalados, añadiendo la potente música ambiental que a veces  tanto aturde y esa densa red de conversaciones en la que muchos elevan el volumen de voz, no hablando sino “gritando”, nos sentimos agobiados e inmersos en una atmósfera de elevado estrés que afecta a nuestro equilibrio emocional. Ya en la calle, la intensa circulación automovilística, con la subsiguiente contaminación atmosférica y también con el sonido de los motores y la rodadura sobre el asfalto, también “colabora” en la degradación de nuestro sosiego y esa necesaria tranquilidad que tanto reclamamos para el ánimo. Con estos “fundamentos” no es de extrañar que cada vez es más elevado el porcentaje de personas que padecen ese inamistoso y temible compañero nocturno, cual es el insomnio. Cuando preguntamos a familiares, amigos, compañeros o vecinos qué les ocurre, la respuesta que usualmente recibimos es “no me siento muy bien. Me parece que estoy estresado y cada vez duermo peor”. Lógicamente cada cual busca remedios paliativos a esos desequilibrios, especialmente nocturnos, ingiriendo diversas sustancias para recuperar la tranquilidad, cada una de ellas con sus pros y sus riesgos. Entre los remedios más usuales para ir a la cama después de cenar, citaremos el Valium, el Diazepam, el Lorazepam, la melatonina, la Serenia, las infusiones de tila y así un largo etc. En este inestable contexto se genera nuestra historia de esta semana.   

La familia Calatrava – Armiño, integrada por TRINIDAD y AURORA, podría ubicarse sociológicamente entre la clase media acomodada. Efectivamente, don Trinidad Calatrava, 48, era un experto inversor, vinculado a un importante consorcio bancario, instalado especialmente en la capital malacitana y en las localidades de la Costa del Sol.  Su esposa, Aurora Armiño, 45, estaba integrada profesionalmente y desde hace años a una empresa organizadora de eventos, celebraciones y cáterin (congresos, bodas, bautismos, comuniones, onomásticas, cumpleaños y rupturas matrimoniales).

Aunque el matrimonio se hallaba inserto en la “década de los cuarenta”, ambos sobrellevaban perfectamente esos años de “crisis” que proporciona la fugacidad de la juventud, camino hacia la plena madurez, entregándose con animosa diligencia en el desempeño de sus respectivas actividades laborales. Sus respectivos trabajos les exigían plena dedicación para “luchar” en un mundo tensionado por la continua y “cruel” competitividad. La consecuencia de esta dinámica era que pasaban muchos días sin almorzar juntos, incluso había noches en que las obligaciones profesionales también les impedían compartir la cena familiar. También su hijo VALENTÍN, 16, finalizando la etapa formativa de la ESO, asumía que sus padres estaban plenamente ocupados, con la consecuencia de tener que pasar muchas horas del día fuera de casa. La explicación era obvia para los tres miembros familiares: era un sacrificio necesario a fin de poder sostener ese alto tren de vida que suponía un acomodado piso en la zona moderna del barrio universitario de Teatinos, en la zona oeste malacitana; dos coches, de estupenda u potente cilindrada; vacaciones en destino de lujo , con pensión completa en los hoteles; periódicos viajes al extranjero y el mantenimiento de un servicio de casa, entre lunes y viernes, de 10 a 15 horas (limpieza de la casa, lavado de ropa, planchado, cocina e incluso las compras normales de un hogar de elevado standing).

Pero durante esos fines de semana, en los que además de llevarse trabajo a casa se sacaba tiempo para pensar y reflexionar, uno y otro cónyuge llegaban a la conclusión de que esa supuesta felicidad no era tal. Mucha “materialidad”, pero con un coste de insatisfacción al final del día, cuando con los cuerpos un tanto agotados de tanto trajín y estrés se echaban al descanso tras la dureza de la jornada laboral. Lo peor no era esa supuesta frustración de naturaleza espiritual, sino ese desequilibrio estresante de naturaleza psicofísico. Todo ello les provocaba muy incómodos y agobiantes estados de insomnio, con la consecuencia penosa de reiniciar el día con el cuerpo bastante cansado.

El que peor llevaba esta situación era Trinidad, pues se despertaba por noches en varias ocasiones, renovando esas preocupaciones laborales que no había superado durante el día, siéndole cada vez más difícil conciliar el frágil sueño que había perdido. A pesar de los tranquilizantes naturales que tomaba y aquellos fármacos de elaboración química que podía adquirir, con receta o sin ella, en los correspondientes establecimientos farmacéuticos. El problema era que los resultados de estos tranquilizantes eran cada vez menos eficaces.

Por consejo de Aurora, quien lo llevaba algo mejor que su marido, éste tomó la decisión de acudir a un psicólogo. bastante acreditado en las redes sociales. Se llamaba EUSEBIO MANDALA, especializado en resolver o tratar situaciones de estrés y adicciones sustitutivas para sos estados de insatisfacción. Era un profesional que tenía establecida una “destacada” minuta por visita, en su consulta particular. Después de tres sesiones de pausado diálogo y explicación razonada de los comportamientos, el prestigioso y sagaz especialista, 32 años, de origen orensano, le habló con una diáfana claridad.

“Amigo Trinidad, tu problema no es totalmente personal, sino que está vinculado a nuestra cada vez más acelerada e insatisfactoria manera de organizar la vivencia. Nos sentimos atrapados en la vorágine de la ambición y de la competitividad. Cada vez queremos más “·materialidad” con el agravante de que esa acumulación de bienes, supuestos objetivos para la felicidad y el bienestar nos producen, a poco que los poseemos, una insatisfacción, que nos desequilibra y acaba entristeciéndonos, afectando a nuestro cuerpo y ánimo, con secuelas tales como las del insomnio, la bebida, el tabaquismo y la ingesta descontrolada de fármacos que a la postre resultan penosamente perjudiciales para el organismo. Lo grave es que no sabemos cómo salir de este marasmo. Ese estrés está alterando la buena convivencia entre los seres humanos.

Voy a proponerte un “divertido” ejercicio, que debes aplicar a tu vida, mimetizando positivamente algunos comportamientos. que te harían mucho bien. Hay tres ejemplos, entre muchos, de personas que no se sienten atrapados en esa maraña de estrés que la vida actual tan aviesamente nos propone.  Por lo tanto, no lo sufren, como a ti sí que te ocurre. ¿Quiénes pueden ser? Ahí van tres ejemplos:

El PESCADOR, la mayoría de las veces solitario, de caña frente al mar.

El PASTOR que cuida a su rebaño, mientras éste pasta.

El JUBILADO, que soporta pacientemente el paso de las horas y los días, sentado en un jardín del parque o plaza pública

Trata de ponerles cara a estos tres prototipos de personas tranquilas y serenas.  Ellos si que han conseguido controlar o vencer al estrés emocional. Pídeles que te narren su forma de vida y aplícate la enseñanza de su aparente paz, sosiego y aceptación de la realidad”.

Trinidad se preguntaba dónde buscar y encontrar a estos tres prototipos de personas, recomendadas por el imaginativo y convincente especialista.   

Aquella mañana de sábado, muy temprano, Trinidad tuvo suerte para encontrar al primer ejemplo humano que buscaba. Realizó un largo paseo hasta el malecón de levante, en la zona portuaria y playera de la ciudad. Recordaba haber visto a numerosos pescadores con caña sentados sobre los grandes bloques de cemento allí depositados, como rompeolas y protectores de esta zona marítima, en la que atracan vistosos cruceros turísticos en el lateral donde está instalada la importante oficina portuaria.

Allí se encontró con un pescador de edad avanzada, que esperaba pacientemente obtener alguna captura de los peces costeros. Tras saludarlo, le comentó de forma franca y sincera que su médico le había recomendado que hiciera amistad con algún pescador de caña, con el fin de conocer de una forma directa sus motivaciones y satisfacciones, en esta serena actividad de naturaleza deportiva y recreativa.

“No se preocupe, amigo Trinidad. En modo alguno me molesta su presencia. Todo lo contrario, pues son muchos minutos de silencio los que mantengo aquí con mi caña de pascar frente al mar. Mi nombre es SIMÓN Lama. Desde pequeño me ha gustado todo lo relacionado con la grandiosidad del mar. Mis abuelos, tíos e incluso mi padre, se han ganado la vida “luchando” cada noche con las dificultades (oleajes, tormentas, frío, etc.) “de la mar”. De esta forma pudieron llevar el pan y lo necesario para criar y cuidar a sus familias. Pero en mi caso tuve en la adolescencia un problema pulmonar y de corazón, por lo que los médicos recomendaron que en el futuro me dedicara a una actividad profesional más tranquila, menos esforzada.

Así que durante mi vida laboral he sido dependiente en un colmado de ultramarinos, por el barrio de la Huelin, cerca de las playas de la zona oeste del litoral. Ese trabajo me ha dado para vivir, evitando los riesgos de estar subido en una barcaza, noche tras noche. Pero “te confieso” que “el gusanillo” del mar nunca ha desaparecido de mi vida. Todos los domingos, siempre que me era posible, me iba junto a la playa, ya fuese la zona de Huelin, la Térmica, la Misericordia y ahora vengo mucho a este morro de levante, que tiene unas vistas preciosas.  Ah, también, voy por la zona de pescadería, donde aún quedan amigos de mi padre y un tío.

Ya ves, la sencillez de mi instrumental. Con esta larga caña de fibra de vidrio, el sedal correspondiente, la canastilla de mimbre conteniendo el cebo para las capturas, que ensarto en los distintos tipos de anzuelos. Y esta sillita de “tijera” que me compré en Decathlon y que me ha salido de gran calidad. En este arte de la pesca hay que saber esperar. Por ello permanezco largas horas sentado, vigilando el cimbreo de la caña y los tirones del sedal, avisándome de que alguna pieza he capturado o pescado. En ocasiones me levanto y me doy paseos, para agilizar el cuerpo y la mente.  

¿Qué si me aburro? Todo lo contrario. Esta actividad me hace pensar, reflexionar, serenarme con las aguas plateadas del mar. Cuando hay oleaje, el espectáculo que tengo ante mis ojos es de gran belleza. Ese aroma a salubre, a brea, a frescor marino, me da la vida. Aquí no hay ni prisas ni ruidos molestos, sólo el sonido armonioso de las olas al romper con los bloques de cemento o en la orilla de la playa. Es un susurro agradable, para evitar quedarte dormido, aunque alguna vez a mí me ha pasado. Te aclaro, permíteme el ruteo, que no son pocos los días en que me desplazo caminando desde la zona del antiguo Bulto hasta la Térmica, pasando por la gran chimenea de la Torre Mónica, como así la llamamos por la bella historia de aquellos adolescentes enamorados. Es un ejercicio muy saludable. Me siento, a mi manera, razonablemente feliz, tranquilo, sosegado, sin esos nervios que dicen que no son buenos para la salud. Si no eres diestro en esto de la pesca, no te preocupes. Yo me encargo de ayudarte y enseñarte ¡Para eso ya somos buenos amigos!”.

Trinidad estaba como gratamente asombrado, “embelesado”, con tan cordial y sencilla exposición que le estaba haciendo ese nuevo amigo con el que en pocos minutos había intimado. Apenas le había preguntado, pero la llaneza del veterano Simón parecía haber averiguado la necesidad que ese paseante necesitaba. De ahí su larga y “emocionante” narración acerca de sencillez y ejemplaridad que albergaba en su existencia. Le agradeció efusivamente su amistad y ayuda, motivación que le iba a ser muy útil, en esta fase complicada de su vida.

El viejo pescador y sin duda buen tendero en su vida laboral le dio unas “sabias” indicaciones para cuando fuera a un establecimiento de productos deportivos, a fin de comprar el material adecuado para la pesca. “No, no me aburro, amigo Trinidad. Me gusta disfrutar con las “cabrillas”, los “pañolitos” 1ue forman las olas y ese aroma sin igual que el mar nos regala. Me da esa paz y tranquilidad que todos necesitamos. No te he dicho que mi abuelo y mi padre fallecieron en noches de tempestades. Pero así hay que aceptarlo, es el mar. Amigo y cruel al tiempo. Es la lucha de la necesidad del pescador, con la voracidad de las aguas bravías”. 

El sábado siguiente, a las 9:00, los dos nuevos amigos estaban citados en la parada final de la línea 14, a dos pasos de la gran Farola. Ambos puntuales con la hora, se dirigieron hacia el espigón del morro de levante. Trinidad se había comprado una caña de pescar, con los aparejos necesarios. Una canastilla y una pequeña silla de “tijera” de las que utilizan los pescadores para descansar durante la espera. Y encima de uno de los voluminosos bloques de cemento, que había quedado bastante horizontal, se sentaron con sus gorrillas y gafas de sol a comentar sobre sus vidas, esperando y confiando en que algún pez hambriento se acercara al anzuelo de sus sedales. Pasaron una grata mañana, compartiendo con el avance de las horas un sabroso y gran bocadillo, de media telera, que Aurora les había preparado con jamón, queso y hojas de lechuga.

La sencilla vida de Simón interesaba mucho a Trinidad, pues quería aprender de la tranquilidad que su amigo mostraba casi de forma permanente. En correspondencia, también le explicaba al buen pescador acerca de su trajinar en el mundo bancario, información que hacía sonreír y mover la cabeza a Simón, que sólo acertaba a decir ¡qué mundo este, siempre pensando en los dineros y las ganancias, con lo hermoso y saludable que resulta la tranquilidad y la belleza del mar!

Las capturas de ese sábado no fueron especialmente significativas. Las iban echando en una gran bolsa impermeable, llena con agua del mar. A eso de las 14 horas, los dos amigos decidieron poner fin a su experiencia pesquera, con esos largos diálogos que tanto reconfortan. “Por ser nuestro primer día de pesca compartida, te invito a almorzar”. Simón, viudo y solitario, agradeció sobre manera el gesto de su amigo “el banquero” como con simpatía lo llamaba. En un chiringuito cercano, en la playa de la Malagueta. Compartieron espetos de sardinas asadas, arroz caldoso de marisco y pudin de vainilla, acompañados de sendos cafés.

“El sábado que viene nos vamos a ir a pescar al Peñón del Cuervo. El paisaje que desde allí se divisa es excepcional y podemos pescar desde el propio gran roquedo. Pasaremos una buena mañana”.

La terapia pesquera ya estaba haciendo sus buenos efectos en el cada vez más sosegado Trinidad, que apreciaba y valoraba esa buena “medicina” como era el probar otros tipos o formas de construir la existencia, que para él resultaban novedosos. Cuando a la semana siguiente volvió a la consulta del psicólogo Eusebio Mandana, con gran ilusión le narró la positiva terapia del pescador.

“Yo que me sentía atrapado en el mundo de los fondos de inversión, de los petrodólares, los bitcoins, los intereses obtenidos en cualquier operación financiera, la rentabilidad acumulada …ahora me preocupo por los tipos de anzuelo, la naturaleza del sedal, los bancos pesqueros, valorando la tranquilidad gozosa de la espera, la autoconfianza en el poder terapéutico de la paciencia y, sobre todo, la entrañable amistad que comparto con un sencillo dependiente de ultramarinos, ahora un admirable pescador”.

La vida de Trinidad Calatrava había comenzado a cambiar de manera muy positiva, con el ejemplo de esas “pequeñas cosas” que se convierten en grandes valores para buena salud del ánimo espiritual. Aurora, viendo los interesantes efectos que estaba produciendo en su marido esa noble afición de la pesca, sopesaba con simpatía la posibilidad de unirse a Trinidad y a su amigo Simón, en uno de esos sábados pesqueros. Su hijo Valentín comentaba bien divertido que “en esta casa se va a comer mucho más pescado, en los almuerzos y cenas futuras”. –

 

 

LA TERAPIA DEL

PESCADOR

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 04 octubre 2024

                                                                                                                                                                                                                               

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