La acción en nuestra historia nos lleva a un barrio popular malacitano, ubicado en la tradicionalmente llamada Carretera de Cádiz (cuya arteria principal se denomina Avda. de Velázquez). Es un espacio urbano de elevados y densificados bloques de pisos, la mayoría de los cuales fueron construidos en la 2ª mitad del siglo precedente. Desde el punto de vista sociológico, estos barrios de la amplia zona se consideran habitados por personas “trabajadoras”, es decir, obreros de clase media y media baja. Esta barriada, donde habitan nuestros protagonistas, tiene el bello nombre de Barrio de la Luz. Como la mayoría de estos núcleos periféricos al gran centro antiguo de la ciudad, posee una gran plaza, urbanizada setos de plantas y algunos árboles, que proporcionan una necesaria y grata sombra a los vecinos. Incluso se han instalado algunas pérgolas, para facilitar esa protección solar muy necesaria en los días tórridos de la estación estival. Pero lo que más aprecia la vecindad que “baja” a la plaza, son los numerosos bancos de hierro y madera, que facilitan el descanso, además de una muy positiva socialización a los usuarios que en ellos se sientan.
Preferentemente por las tardes, esos 8 bancos que rodean a un gran seto o composición floral central, con elevada farola, son ocupados por algunos convecinos, tanto jubilados como por aquellos que aún están en edad laboral, por cuenta propia o ajena. Por supuesto que también hacen acto de presencia en la plaza un número elevados de niños con diversas edades, quienes disfrutan con el placer de sus juegos (bicis, patines, patinetas, pelotas et.) con el jolgorio propio y desenfadado de la infancia y algunas protestas de los mayores, por las traviesas molestias que los pequeños y adolescentes proporcionan. En general, se reúnen en la gran plaza generaciones muy separadas por las fechas de nacimiento.
Uno de esos largos bancos de madera que adornan la gran plaza suele estar ocupado por cinco vecinos, todos hombres mayores y ya en situación de jubilación. Forman entre ellos, a lo largo de los días, un bien avenido grupo de amistad. Lógicamente, cada uno de ellos lleva en su “biografía” una historia diferente, familiar, laboral y por supuesto de carácter. Pero se esfuerzan, en el trato diario, por mantener la buena armonía, concordia necesaria a pesar de las discusiones propias de las personas mayores.
¿Y quienes son estos cinco personajes, que cada tarde, sobre las 18 h. acuden al encuentro con sus amigos, para echar esos amenos ratos de charla y acabar “la jornada” en el café bar EL FARO, propiedad de TORIBIO “el patillas”? Allí comparten unas cervezas, cafés o refrescos, siempre con algún platito adornado con las tapas correspondientes, que bien elabora Felisa, desde la cocina del popular “chiringuito” como ellos lo llaman.
LUCAS, 66, se caracteriza por ser el más bromista del grupo. Ha tenido en dos matrimonios cinco hijos. Ha sabido bien “ganarse la vida” vendiendo frutas y verduras durante muchos años, en la frutería de su propiedad. Al alcanzar la edad de jubilación y habiendo cotizado como autónomo durante varias décadas, cedió el local a sus dos hijos mayores, interesados en continuar con el negocio.
DAMIÁN, 68, ejerció o profesó el sacerdocio durante casi tres lustros. Decidió al fin optar por la secularización, uniéndose en matrimonio, con la Sra. Benita, bastante más joven que el antiguo miembro del clero, con el fruto de dos hijas. Ha trabajado hasta la edad de su jubilación en una agencia de seguros. Sus compañeros de tertulia, dada su proverbial cultura, le llaman cariñosamente “el filósofo”.
AMARO, 67. El más deportista del grupo (cada mañana suele recorrer por la senda litoral la friolera de unos 10 km. Fue antiguo caballero legionario, en el Tercio Juan de Austria de Ceuta. En la actualidad se encuentra divorciado y tiene dos hijos que son miembros del cuerpo de la Policía Nacional. Sus compañeros valoran y aplauden que cada uno de los jueves (día en que ingresó en el tercio de la legión) recite y cante el himno de la Buena Muerte, que a todos emociona.
CÁNDIDO, 61, ha sido obrero albañil, oficio del que se tuvo que jubilar por una grave caída de un andamio de obra. Se accidente le ha dejado una manifiesta cojera, teniendo en consecuencia que utilizar para caminar (lo hace con una cierta lentitud) un recio y tosco bastón. Lógicamente es un gran entendido en asuntos de albañilería y construcción, aconsejando a todos los amigos que le preguntas las soluciones y chapuzas para las reformas caseras. Entre los cinco amigos recibe de apodo el “constructor”.
Y, por último, el quinto miembro del grupo se llama ELIAS, 66. Durante su vida laboral ha ejercido diversos trabajos, pero en el que más tiempo estuvo fue en el reparto de paquetería urgente. Es persona de carácter positivo, amable e imaginativo. Ha convivido con diversas parejas de ambos sexos. Esta circunstancia suele definirla con hábil expresividad: “es bueno vivir cada momento con la intensidad del disfrute”. Sus amigos le apodan “el positivo”.
Cada una de las tardes los cinco amigos acuden a “su banco” de la plaza, habitáculo en el que sólo caben cuatro, por lo que diariamente uno de ellos, mediante acuerdo, se baja una silla pequeña plegable para sentarse enfrente de los demás. Hablan “de sus cosas” y de los asuntos de actualidad. La experiencia los ha llevado a respetar un inteligente acuerdo. En sus conversaciones eluden el tema de la política, porque en un principio provocaba incómodas controversias y acres discusiones. Las ideologías y preferencias políticas están repartidas entre sus mentalidades. Coloquialmente lo describen con una muy castiza frase: “De política ná”. Y esta lúcida decisión mejoró notablemente su simpática y fraternal relación de amistad.
Una tarde de mayo, entre cerveza y cerveza, acordaron buscando el lógico entretenimiento que cada uno contase la situación más divertida o curiosa que hubiera vivido y que pudiera recordar. Entendían que dicha situación tendría que estar vinculada con la profesión que hubiesen ejercido en su periodo laboral.
De inmediato todos centraron su mirada en el “Filósofo”, al que consideraban el más culto y sabio en el estudio. DAMIÁN sonreía y tras beber un buen sorbo de fresca cerveza, se mostró dispuesto a iniciar este divertido juego de la oculta privacidad.
“Bueno, el “asunto” me ocurrió cuando vestía sotana o el clergyman, Cuando era cura, ya me entendéis. Habitaba en el pueblo donde yo tenía la feligresía un hombre de mediana edad. Era campesino y hacía pocos años que había enviudado. No volvió a formar una familia, por lo que vivía solo. Además, en su matrimonio no había habido descendencia. Era un feligrés muy devoto, de misa diaria, que por supuesto comulgaba cada vez que asistía a la ceremonia eclesiástica. Muy constante también en la oración. En el pueblo lo llamaban TARSICIO, el beato. Su carácter destacaba por ser muy reservado, poco hablador o comunicativo. Una tarde, en mi hora dedicada al confesionario, vi que se acercaba para pedir confesión. Después de las frases apropiadas para iniciar la confesión, le dije: “Bueno, hermano Tarsicio. ¿Tienes que arrepentirte de alguna falta contra la Ley de Dios? Mostrando un semblante muy serio y bajando los ojos me respondió: “Padre, es que tengo atracción por Vd. Es algo que no puedo evitar y que nunca llegué a pensar que pudiera pasar. Por eso vengo tanto a la iglesia. Su recia figura, su preciosa forma de hablar, su talante bondadoso en la mirada, su ágil manera de caminar… este trastorno lo padezco desde hace tiempo. Con los demás hombres no me ocurre, sólo con Vd. Padre Damián, ¿Vd. siente algo hacia mi?” O aseguro que fue una situación harto embarazosa, sobre todo porque el pobre Tarsicio era muy buena persona y toda su devoción yo la estimaba como verdaderamente sincera. Le dije, con dulzura y respeto que debía alejar esas ideas de su cabeza. Que yo me debía a mi función sacerdotal. Que lo respetaba como hermano en Dios y le dí la absolución sin penitencia. Me apenó que dejara de ir a la iglesia. Con el tiempo vendió su casita en el campo y un trozo de tierra que cultivaba, yéndose a vivir a la ciudad, a casa de unos sobrinos. La verdad es que nunca supe más de él. Pero reitero que era una excelente persona. Son los misterios de los sentimientos y la sexualidad. Os estaréis preguntando que si destacaba por su belleza. La verdad es que no, era un hombre curtido por el trabajo en la tierra, bajo el ardiente sol en el estío y soportando las inclemencias del tiempo, frío y lluvia, durante las demás estaciones. No, no era una gran belleza, todo lo contrario. Que dios lo tenga en su Reino”.
Todos los compañeros o amigos de Damián esbozaron unas traviesas miradas, mezcladas con algunas risas mal disimuladas. Volvieron a disfrutar de buenos sorbos de cerveza. La anécdota o vivencia había sido de alta enjundia.
Ahora se dispuso a comentar su confidencia “el constructor”. CÁNDIDO narró que cierto día, unos extranjeros, que eran ingleses, le encargaron la reforma de un viejo caserón en plena naturaleza, entre una gran arboleda y la montaña, por la zona de Alfarnatejo. “Yo iba todas las mañanas con mi furgoneta Citröen, cargada de los materiales que iba necesitando y sin olvidarme la fiambrera y un cuartillo de vino, que me había preparado la Mikaela. Mister John Turner había comprado este derruido caserón por “no muchas pesetas”. Quería venirse a vivir aquí, con su segunda mujer y los hijos que había tenido con ella. La jubilación en Inglaterra le iba a llegar pronto. La reformé la puerta, las ventanas la cocina, la chimenea, el baño y le dejé bien la techumbre de tejas, para que no le calara el agua cuando lloviese. Allí estuve trabajando más de tres meses, entre el verano y el otoño. Lo cierto fue que, arreglando la solería de losetas de barro andaluz, descubrí una trampilla, bajo la cual había un hueco muy bien disimulado de casi un metro cubico de volumen. Allí habían guardados diversos alimentos, como latas, chacinas (ya muy añejas) aceite, harina con pulgones. En una esquina también me encontré una cartera con algo de dinero. Serían unos ahorros para tiempos de necesidad. Conté los billetes y las monedas, que sumaban unas 4.500 pesetas de la época. Cuando el Mister y su señora doña “Catarina” (Mrs. Catherine) vinieron a ver cómo iba el arreglo, les expliqué mi descubrimiento. Me dijeron, con un español muy malo para entender que el caserón lo habían comprado en una agencia inmobiliaria por Internet y que desconocían quien pudiera ser el antiguo propietario, ya que era la agencia la propietaria del caserón hasta su venta. Yo se lo entregué todo. Pero al día siguiente cuando volví a la obra, me encontré un sobre sobre la mesa, dirigido a Mr. Cándido. Me habían dejado 2.000’ pesetas de regalo. Ese dinero me vino muy bien, pues las niñas iban a hacer la primera comunión. En definitiva, que todos fuimos beneficiados con los ahorros de aquellos modestos y desconocidos labriegos. Por cierto, las latas de sardinas y de atún estaban en un buen estado para comerlas, a pesar de los años que habían estado allí guardadas”. Esta curiosa anécdota también había motivado el interés y la distracción de los demás amigos, quienes de vez en cuando sorbían buenos tragos de la cerveza fresca que les había servido Toribio “el patillas”.
“Pues por mi parte os podría contar muchas curiosas anécdotas, pero me voy a centrar en una de ellas que me pudo costar “cara” Quién así hablaba era ELIAS, “el Positivo”. Mi función laboral, como bien conocéis, consistía en llevar paquetes, de muy diversos tamaños, a sus afortunados destinatarios, día tras día. Esos destinos eran, lógicamente, muy variados. Algunas de esas direcciones también se repetían, lo que facilitaba que sus receptores me conocieran y me trataran con especial amabilidad. Solían ofrecerme agua fresquita, el café caliente, en los días de frío, aunque casi siempre yo declinaba la invitación, pues mi tiempo era bastante limitado en función del reparto.
Había un “personaje” que vivía en un barrio socialmente conflictivo, a que le llamaban “el tío PECAS” por las muchas que este hombre tenía en su rostro. Hombre mayor, que solía usar casi de continuo un sombrero de paja, pajarita al cuello y chaqueta, algo raída. Ofrecía también en su imagen una barba bastante descuidada, muchos kilogramos de peso y en cuanto a su forma de hablar aplicaba un “deje” popular, muy malagueño. En su boca estaba casi de manera permanente ese medio puro, muy chupeteado y repetidamente encendido. Residía con su numerosa prole familiar en una calle que tenía el bonito nombre de Jazmín. Con cierta frecuencia yo solía llevarle un paquete algo pesado, cuyo remite procedía de Algeciras. Cuando entraba en aquella barriada, lo hacía con no disimulada prevención y preocupación, porque me cruzaba con personajes de esos que salen en las pantallas de cine y relacionados con la mafia y la delincuencia. Sin embargo, parece que bien sabían que yo me dirigía a casa del tío Pecas y nunca me molestaron o interrumpieron mi trabajo. El receptor me recibía con todos los honores y por su persistencia me sentía obligado a aceptar un vasito de cerveza o algún cafetito con alguna pasta dulcera, a la que AMBROSIO, ese era su nombre era bien aficionado. Casi siempre eran los lunes cuando recibía esos bien presentados paquetes que yo le llevaba. Y fue precisamente un lunes de primavera, finales de marzo, cuando llego al domicilio del destinatario y me encuentro esa casa “cortijera (muchos y diversos animales, perros, gatos, caballos, cabras, gallinas …) rodeada de policías. Me dejan pasar y veo al tío Pecas esposado a la barra de una antigua máquina de coser Singer, que estaba situada junto al sofá. Un policía de paisano me pide que le entregue el paquete que llevaba bajo el brazo y tras abrirlo aparecen en el interior de la caja de cartón unas bolsas de plástico opacas, de color verde. Abren una de ellas y otro policía que parece era experto en materia de estupefacientes comprueba la veracidad y “calidad” del producto.
La policía fue comprensiva conmigo, aunque tuve que pasar un par de horas muy tensas y desagradables en comisaría, demostrando el fundamento de mi trabajo. La empresa de paquetería, lógicamente, justificó la actividad que yo desarrollaba. Fueron unos duros días en mi vida, que no he olvidado, aun al paso de los años. Verme como un “traficante de droga”, sin saber lo que pasaba por mis manos. Cuando todo se aclaró, resultó que la materia que iba en los paquetes al tío Pecas era una heroína de muy buena calidad. Esta experiencia de película tuvo lugar hace unos quince años. Pasé mucho miedo. Pero la vida te trae estos “marrones” y hay que sobrellevarlos”.
Los amigos de Elías agradecieron la franqueza y la confianza del repartidor de paquetería. “Vaya, que estuviste a punto de entrar en chirona, amigo del alma…”
“Bueno, nos vemos mañana, a la misma hora. Lucas y Amaro completarán estas interesantes experiencias, que compartimos entre todos con la confianza y amistad que nos debemos. Ahora vamos a tomar una buena cena, cada uno en su casa. Y después a descansar, para recuperar esas fuerzas que cada vez más echamos en falta. Lo importante es que mañana nos alegre de nuevo ver amanecer un nuevo día. Y que Dios nos guarde”.
Damián, el filósofo” había puesto el broche final a una interesante y fraternal tarde, compartiendo experiencias atesoradas en la memoria de la privacidad. Pagaron “a escote” cada uno su consumición a Toribio, que los despidió con cariño en la puerta de su establecimiento El Faro. Los cinco caminaron hacia sus respectivos domicilios, con la satisfacción de haber vivido un día más. Como ayer. Como tal vez … mañana. –
CINCO VECINOS
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 25 octubre 2024
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