Junto a las grandes y poderosas cadenas comerciales, cuyas acciones de propiedad y centros de decisión están sustentados a nivel de la globalización internacional, el pequeño y tradicional comercio local apenas sobrevive hoy en los barrios de las ciudades y en las pequeñas localidades rurales. Sobre todo, porque unos y otros han de enfrentarse a la cada vez más potente y productiva en beneficios venta on-line, a través de Internet. Y en esta densa “tela de araña” de transacciones mercantiles, resiste “milagrosamente” también un peculiar comercio de preciadas artesanías, cuyos vendedores son en general los propios fabricantes de tan cuidados y bien elaborados productos, la mayoría insertos en la “industria” de la manualidad. Y fue precisamente en este artesanal sector donde encontramos a los protagonistas del relato cuya narración a continuación se desarrolla.
PABLO Campanal Trueba era uno de los numerosos jóvenes que no había sido favorecido por la fortuna de la suerte, tanto en su formación académica, como posteriormente en sus intentos de inserción en el mundo laboral. Fue un mediocre escolar, tanto en su infancia como en su adolescencia. Al cumplir la mayoría de edad carecía de ese expediente o titulación que pueden ayudar/facilitar un trabajo remunerado. Por fortuna, por insistencia de don Ezequiel, su padre, que ejercía de cobrador de “morosos”, aceptó matricularse en un módulo de manipulador comercial y posteriormente en otro dedicado a la enseñanza de idiomas, para al menos “chapurrear” algo de inglés. A partir de los 18 años, fue pasando por una cadena de empleos eventuales, de la más variada naturaleza: limpiador de lunas de escaparates, ayudante de pintores de fachadas colgados desde las terrazas de los edificios, vendedor a comisión de botellines de agua, en los días de partidos de fútbol en Estadio de la Rosaleda, reponedor en centros comerciales… experiencias en absoluto estables.
Esas breves experiencias laborales también las combinaba con otras de carácter afectivo, dada su joven edad. Con MARIOLA, cajera de un supermercado, parece que la estabilidad era más amplia, en el terreno de lo que podríamos denominar noviazgo. Pablo continuaba viviendo en casa de sus padres, EZEQUIEL y LORENZA, así que podía ir acumulando unos ahorros, pensando en que su relación con esta chica podría tener algo de futuro.
A todo el mundo puede llegarle algún día la bondad o el premio de la suerte. Y esta situación fue la que le llegó cuando su documento de identidad ya marcaba los 28. Un tío suyo, LUCAS, se ganaba la vida como comerciante en uno de los puestos artesanales instalados frente a la estación central de ferrocarril MÁLAGA MARÍA ZAMBRANO, en el complejo intermodal de movilidad de Vialia. Una semana, al tío Lucas le tocó una “buena tajada” en el sorteo de la Lotería Primitiva (más de cien mil euros). Este veterano comerciante que ya alcanzaba los 62, había cotizado como autónomo durante más de tres décadas, así que viéndose con dinero y con ganas de “vivir” con tranquilidad, siendo sexagenario y con ganas de diversión, pensó en deshacerse de ese puesto artesano que le había dado de comer durante muchos años, en el mercadillo denominado popularmente de los “hippies”. Lucas, desde luego, no daba el tipo de persona con vivencias “antisistema”. Simplemente era un modesto comerciante de artículos de uso y regalo, con abundante mercancía procedente de Marruecos.
Tras pensarlo muy bien, una mañana llamó a su único sobrino Pablo, para que acudiera esa noche a su casa. Lo invitaba a cenar, pues quería hablar con él acerca de un importante asunto.
“Mira, sobrino, he decidido dejar el negocio de la venta de artesanía, después de toda una vida dedicándome a este comercio. Podría vender o alquilar este interesante puesto que está muy bien situado en la Explanada de la Estación. Pero antes de hacerlo, quiero proponerte una sugestiva oferta: como no tengo otro sobrino ni hijos, me gustaría que recibieras mi herencia estando yo con vida. Por decirlo de una forma simpática, te la vendo por sólo 1 euro. No sólo el punto de venta, sino también todo el material que tengo guardado en un trastero y por supuesto las mercancías expuestas para la venta. Mi “regalo” es un seguro de vida para mi único heredero, querido Pablo. Has tenido empleos de poca estabilidad en comercios, así que tienes algo de experiencia. Igualmente me has visto trabajar, día tras día. Si llevas bien el negocio, te puede dar para vivir con dignidad. Mariola, tu novia tiene trabajo. Podéis formar una acomodada familia. ¿Qué te parece mi oferta? Si la aceptas, mañana mismo vamos al notario y firmamos la escritura de venta. Y no te olvides de llevar 1 euro ¡¡¡ja, ja ja!!!”.
Pablo, a sus veintiocho años se echó a llorar de emoción. Con el regalo de su tío Lucas, se le estaba abriendo, a sus 28 “abriles”, un interesante camino como comerciante autónomo. Su tío había sabido llevar muy bien este pequeño negocio. El no podía defraudar la confianza que le ofrecía este buen y generoso familiar. Se abrazó a Lucas dándole mil gracias y juró no olvidar nunca aquel día de julio del 2024.
Cuando aquella noche contó a sus padres la charla con Lucas, éstos también daban “saltos de alegría”. La propia Lorenza comentaba, plenamente emocionada, “cuando a mi hermano le tocó la lotería primitiva, presentía que podía tener un gesto muy hermoso con su único sobrino. No me equivocaba, Así que ya tienes “un porvenir” mi Pablo querido. Ahora lo debes aprovechar. Y también, puedes ir pensando en la boda”. Todos se abrazaban y besaban. Fue una noche de intenso júbilo, en el domicilio de los Campanal – Arriate.
Corrieron las semanas en el almanaque. Pablo fue tomando el control y relevo en su nuevo puesto de vendedor y propietario de un alegre y útil comercio de bien elaboradas artesanías, negocio titulado LA MAROMA (su tío había nacido en las templadas tierras de la Axarquía). ¿Cuáles eran los productos más usuales para la venta en esta pequeña tienda? Mantones policolores de algodón, mochilas de todos los tamaños, carteras, maletas, correas, babuchas, sandalias, elaboradas con piel de camello o vacuno. Vistosos pareos de seda, collares, diversos tipos de espejos enmarcados de brillantes latones, tareas granadinas, joyeros, abalorios, marcos de ajedrez, cojines de piel y de hilados de algodón, piezas de cerámica decorativa. etc. Pablo también introdujo entre los artículos de venta, algunos alimentos, como la miel, dátiles, especias y apetitosos caramelos. El negocio comenzaba a ir “viento en popa” pues las ventas eran muy esperanzadoras, dada la calidad de los materiales y los precios ajustados que favorecían la clientela.
Había un marchante, llamado AMED, con edad indefinible que ocultaba con humor (decía, “igual tengo más de 60 lunas) que siempre sonreía, mostrando sus mellas dentarias. Vestía con un gorro de fieltro rojo, túnica beige de lino, calzando las típicas babuchas morunas. El bueno de Amed venía cada quince días al puesto de Pablo, con amplia mercancía que llevaba en grandes faldones transportados en una pequeña furgoneta, vehículo que asombraba, dado lo vetusto que era y los numerosos “remiendos” que mostraba en su carrocería. Literalmente, el vehículo se caía por los cuatro costados. Pero el abastecedor marroquí (era de Larache) decía, mirando con respeto hacia el este, zona de la Meca, “Allah permite que el motor funcione y me pueda ganar el pan de cada día”. Pablo le hacía un listado de pedidos, que el marroquí servía quincenalmente, pues tenía buenos contactos en la frontera de Algeciras y casi nunca tuvo dificultades para pasar lo que deseaba.
La política comercial de Pablo era inteligentemente agresiva, pues le estaba dando excelentes resultados. Los precios que ponía a sus mercancías resultaban un 15 o 20% más baratos, con respecto a los establecidos por la competencia. Además, siempre tenía algún “detalle” con aquellos clientes que adquirían algún regalo, capricho o necesidad (llaveros, una burbujita de perfume pachuli o similar, imán con motivos para la puerta del frigorífico, etc.) Se sentía feliz pues ahora era “empresario” y trabajaba “para él”. Obteniendo unas rentas que le permitían vivir con dignidad y poder pensar en ese futuro enlace con Mariola. Practicaba también el diálogo ameno con los clientes, explicándoles las características del producto que compraban, cómo mejor conservarlo y cuidarlo, especialmente para los artículos de piel o cuero.
Cierto día, era lunes, se acercó a su puesto una joven estaría en su treintena inicial. Era muy joven y bien parecida, cabello castaño, ojos gris celestes, ágil de mente y cuerpo y con esa sonrisa que abre mil puertas. Se presentó como LAURA, confesando su interés por los precios tan atractivos que tenían los numerosos materiales expuestos. “Creo que tienes los mejores precios para estas artesanías de la piel”. A Pablo le extrañó la petición (muy numerosa) que esta cliente le hacía para comprar: cinco mochilas de piel con distintivos tamaños, seis correas del mismo material, seis mantones preciosos de algodón, y otros seis pareos de seda natural. Pagó con tarjeta bancaria Master Car. Recibió como regalo una colección de diez burbujitas de perfume, haciéndole además una rebaja en la suma total. Pablo le hizo algún comentario acerca si tenía que hacer muchos regalos en perspectiva, pero la joven, con su sonrisa a medio camino entre traviesa y angelical, cambió de conversación. No se explicaba todo el material que había vendido de una sola “tacada”. La venta de ese lunes no iba a ser fácil olvidarla durante mucho tiempo. Tendría que aumentar el listado de pedidos al “tío” Amed”, que llegaría puntual con mercancías, como hacía todos los miércoles.
Para su gran extrañeza, el lunes siguiente vio aparecer a la joven Laura, quien repitió básicamente su compra. Llenando los dos trolleys que traía. La chica era un tanto reservada en su conversación, pero pagaba “religiosamente” toda la mercancía que adquiría. Pero nunca perdía su linda sonrisa, contagiando con esa simpatía al vendedor propietario que la atendía. La presencia de esta “interesante cliente se fue repitiendo en lunes alternos. Ante alguna insinuación que Pablo le hacía acerca de las compras, ella solo le respondía “son los negocios, buen amigo”. La realidad es que Pablo ganaba. Amed también ganaba, Y probablemente, seguro, que Laura también lo hacía.
La relación con Mariola, iba… Algunas tardes y durante los fines de semana los dedicaban a ver pisos de 2ª y 3ª mano. Pablo contactó con un amigo sin trabajo, Lalo, para que lo sustituyera en el puesto del mercadillo, cuando tenía que hacer gestiones administrativas y en el tema del piso que estaba buscando. El hecho de que él y Mariona aún convivieran con sus padres facilitaba la consecución de unos ahorros que eran fundamentales para el futuro.
Una mañana de julio, domingo, Pablo tuvo que desplazarse al Aeropuerto de Málaga, P. R. Picasso, a fin de recoger a sus padres que viajaban desde Barcelona a donde se habían desplazado para visitar al tío Cosme, un hermano de su padre que había sido operado en la capital condal, ciudad en la que residía desde hacía décadas. Habían encontrado un vuelo low cost que les salía más económico que tomar el AVE. Pablo se había acercado al aeropuerto en el tren cercanías con una cierta antelación, pues siempre destacaba en él su estricta puntualidad. Paseaba por el exterior de la puerta para las llegadas. Había gran cantidad de viajeros y personas que esperaban a familiares y amigos. El trasiego era el propio de un domingo de julio, con la vorágine turística.
Quiso la casualidad, el azar o el destino, que a lo lejos percibiera la figura de una joven que le resultó conocida desde el primer momento que la vio, a pesar de la distancia. Llevaba gafas de sol, gorrilla deportiva azul y sandalias morunas de cuero. Para su inmensa sorpresa, se trataba de Laura, la gran compradora de los lunes en su puesto delante de Vialia. Llevaba su carrito de siempre, que bien conocía, y en las manos un par de mochilas y unos pareos de algodón, de los que había comprado en su puesto. Cuando salían los viajeros, especialmente extranjeros, ella se acercaba, ofreciéndoles esa mercancía que suele ser muy útil cuando se realiza un viaje. Sobre todo, cuando esa interesante mercancía, de buena calidad, te la ofrecen a un precio excelente, que muchos extranjeros pueden pagar cómodamente pues proceden de países con un más alto nivel de vida y precios.
En unos segundos sus ojos se encontraron, con la fuerza de la amistad. Ambos coincidieron en el conocimiento de lo que estaba pasando.
Esta preciosa historia dejó sorprendido a Pablo Campanal. En realidad, él se imaginaba que la chica hacía una reventa de lo que compraba. No era lógico comprar tantas mercancías, cada lunes. Se mostró muy cariñoso con Laura, agradeciéndole que fuera a su puesto para la adquisición de esos artículos que con su posterior venta le permitían ganar unos euros. “Es admirable lo que haces. No te preocupes, que cuando vuelvas el próximo lunes o cuando sea, te haré un precio todavía más especial. Por cierto, espero que algún lleves contigo a tu pequeña Mónica, será hermoso conocerla. Tendré también algún lindo detalle para ella”.
La amistad entre ambos jóvenes aún se consolidó más, tras la confidencia que Laura le había hecho al dueño de LA MAROMA. A partir de ese día y siempre que puede, Laura, 27, acude a comprar la nueva mercancía acompañada de su alegre hijita Mónica (7). Mientras su madre va ojeando los artículos que se va a llevar para revender, Pablo disfruta jugueteando con la pequeña, que es muy receptiva y espontánea en sus simpáticas respuestas. En los momentos en que Mariola y Pablo discuten o tienen diferencias por cualquier motivo, éste siempre piensa en Laura, esa jovial y dinámica clienta que revende sus productos en las aglomeraciones turísticas. -
UNA SINGULAR CLIENTA
EN LA MAROMA
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 20 septiembre 2024
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