jueves, 29 de septiembre de 2016

SUEÑOS LATENTES, EN LA MEMORIA DIFUSA DE CAROL.

Como sucedía en cada temporada pre-veraniega, el trabajo de la agencia donde prestaba sus servicios se multiplicaba al llegar la Primavera. Las reservas y contratos, a fin de disfrutar ese siempre anhelado verano vacacional, motivaban que la oficina estuviese prácticamente llena de clientes, especialmente durante las horas centrales de la mañana y también en muchas de las tardes. La reducción de personal, a fin de aliviar los resultados contables de la empresa, repercutía en el agobio continuo que Carol tenía que soportar, esforzándose en un autocontrol nervioso que la dejaba bastante cansada cuando volvía a su domicilio.

No le agradaba abusar en la toma de tranquilizantes, a fin de asegurar las horas del descanso nocturno. Todo lo más, se preparaba alguna infusión relajante que en algo, desde luego, le ayudaba. Pero, en estos días de especial tensión laboral, se despertaba con frecuencia durante la  madrugada y además volvía a tener esos sueños y pesadillas que le alteraban, perjudicando o evitando penosamente lo que debía ser un reparador descanso.

Carol, en los albores ya de sus cuatro décadas de vida, vive con sus hijos Ainhoa y Rubén, dos inquietos adolescentes. en un antiguo ático del centro urbano. Contrajo matrimonio siendo muy joven, cuando finalizaba los estudios de Técnico en Actividades Turísticas, con un compañero de la empresa, en donde realizaba sus prácticas formativas. Poco más de un lustro duró su vínculo con esta persona, también muy joven, que le resultó manifiestamente infiel. Desde esta frustrada experiencia en su vida, no se ha esforzado en rehacer un nuevo vínculo afectivo, entregándose con firme voluntad a la educación de sus hijos y a compartir el trabajo de casa con un exigente horario laboral que no pocas veces pone a prueba su capacidad de resistencia, tanto física como también en su equilibrio anímico.

Su médico de cabecera le suele aconsejar que trate de reducir ese estrés profesional que, en determinadas épocas y circunstancias, desestabiliza su descanso nocturno. Y es que, en esos sueños que “pasean” por su mente, en la profundidad de la noche, prevalece una escena concreta que repetidamente fluye en su memoria, no encontrando o existiendo razón alguna para esas imágenes que viajan desde el mundo de lo onírico.

Se trata de una visión fugaz (ella la cree ver en blanco y negro) donde aparece un camino que conduce a una casita rural, con cubierta de tejas a dos aguas. La vivienda está situada en la depresión de un valle guarnecido por unas suaves laderas y colinas, que aparecen recubiertas por una escasa vegetación de arbusto mediterráneo, salpicada de algunas especies arbóreas. Carol cree reconocer algo que le vincula a esa modesta edificación y agreste paisaje circundante, pero no sabe exactamente qué tipo de relación. Especialmente porque, aunque ella piensa que está presente en esa escenificación, no podría asegurar o concretar en qué momento de su vida ha podido recorrer ese espacio o realidad onírica que, a través de los sueños, le resulta cada vez más familiar.  

Así iban pasando las semanas y los días en el calendario de esta responsable y voluntariosa mujer, felizmente entregada a su puesto laboral y, por supuesto, a la educación responsable de sus dos hijos. Difícilmente Carol podía imaginar cómo la llegada imprevista de una carta timbrada, iba a tener tanta trascendencia en la rutina normalizada que presidía su existencia. Con extrañeza y curiosidad abrió el sobre, enviado bajo la modalidad de acuse de recibo, cuyo membrete exterior le adelantaba que procedía de una firma notarial. Se la citaba para una reunión con el titular del despacho, donde se le informaría de un importante asunto de interés para su persona.

Con permiso de su jefe, se desplazó a eso de la media tarde al céntrico despacho, ubicado en la planta quinta de una manzana de edificios rehabilitados, próxima al núcleo monumental que preside la Catedral de Málaga. Tras una corta espera, se encontró con el cortés saludo del profesional jurídico quien le invitó a tomar asiento. Le extrañó que su interlocutor Sr. Palanca (persona ya próxima a la edad de jubilación) usara lentes para la protección solar, a pesar de que la luminosidad del despacho era más bien limitada. El ambiente anticuado de aquella habitación, con un profundo olor apergaminado a papeles envejecidos, con los estantes de las paredes repletos de protocolos en decenas de carpetas, todo ello incrementaba aún más su inquietud ante una citación cuyo contenido desconocía. El notario se expresaba de manera rápida y fluida aunque, intermitentemente, silenciaba sus palabras. Posiblemente, con la pretensión de que el cliente asimilara el contenido del mensaje que le estaba transmitiendo, sembrado inevitablemente de numerosos y difíciles (para un profano en la materia) vocablos jurídico-administrativos.

“Señora Campos de Lama, en uso de mis facultades notariales, debo poner en su conocimiento una información que puede afectarle profundamente. Considero, por una serie de datos que obran en mi poder, que Vd. es totalmente ajena al contenido de la misma. Ante todo, debo rogarle que acepte con serenidad todo aquello que le voy a transmitir.

He de decirle, y esta confidencia destaca sobre todo lo demás, que Vd. fue una niña adoptada, cuando aún no alcanzaba los dos años de edad. He utilizado la palabra adopción, pero sería más exacto aplicar la palabra “cesión”. Posiblemente hubo, en su momento, una  determinada cantidad económica para esta “transmisión”. La “operación” con su persona (debe disculpar algunas de las palabras que utilizo) se hizo al margen de los cauces legales. Sus padres “adoptivos”, con la ayuda de algunas connivencias, la inscribieron como hija legítima en el Registro Civil. Veo que aún vive su madre adoptiva, según he podido comprobar documentalmente. Aquéllos que considera sus dos hermanos de sangre, muy probablemente desconocen esta realidad que afecta a su vida.

El caso es que su verdadero padre genético falleció hace unos cuatro meses. En cuanto a su madre genética, también dejó esta vida hace ya algunos años. Ambos constituían una familia muy humilde, sumamente humilde, de labriegos autónomos. No tuvieron más hijos. Y hay algún dato que me hace suponer que la razón última de esta “venta” (de nuevo, le ruego disculpe esta expresión) o cesión con su persona pudo estar basada en razones económicas, pero también “afectivas”, por el comportamiento natural de su verdadero progenitor fuera del matrimonio.

Este hombre, que quiso mantener el secreto de su comportamiento con respecto a la hija que engendró, decidió, en la proximidad final de su vida, regularizar, en parte, su conciencia, acudiendo a mi despacho. Me entregó una declaración jurada de los hechos de los que fue protagonista, así como una variada documentación adjunta que corrobora, aún más, la verosimilitud de su confesión.
Sus verdaderos padres vivieron durante muchos años en un piso alquilado, ubicado en un barrio modesto de esta ciudad. Por alguna razón que se me escapa, no quisieron volver a esa casa rural de la que nunca perdieron su propiedad. Y esta pequeña vivienda, donde Vd. pasó algunos meses de su vida, ahora le pertenece. Me he permitido regularizar toda la documentación al efecto.

Me hago cargo del impacto que le debe producir toda esta información, verdaderamente de impacto emocional. Pero sobre todo admiro su entereza, su admirable y ejemplar fortaleza ante la misma. No dude que le ayudaré, en todo momento, para que pueda asimilar, de la mejor forma posible, todos estos cambios que afectan, qué duda cabe, a la estabilidad de su vida”.

Carol se encontraba íntimamente en estado de shock. Se esforzaba en mantener el necesario autocontrol ya que, en modo alguno, deseaba dar ese lamentable “espectáculo” en el que nos vemos inmersos, cuando la realidad provoca el desbordamiento en nuestro equilibrio anímico. La hábil experiencia del notario en estos casos le hizo traer un vaso de agua que, al beberla, ayudó a sosegar ese estado de angustia, en que la impactante información le había dejado sumida.

Al volver a su domicilio, trató de sacar fuerzas de flaqueza y evitar que sus hijos percibieran la dura situación interior por la que atravesaba. Les preparó la cena, cuyo contenido ella apenas probó. Sólo tomó un vaso de leche y, tras un rato de reflexión, marcó en el móvil el número de su madre. Intercambiaron unas frases normalizadas, en cuanto al tiempo y el resultado del día. A continuación, Martina aceptó la petición de su hija, quedando ambas en verse la tarde siguiente, cuando ésta saliese de la agencia alrededor de las 7:30.


A los pocos minutos de estar ambas mujeres sentadas en una tetería, compartiendo sendas tazas de una agradable infusión, Carol fue directa al turbio asunto que les afectaba. La serenidad de Martina, al conocer el contenido de la entrevista de su hija con el notario, impresionó a ésta, especialmente porque su madre era persona de fuerte carácter y muy dada a la teatralización sobreactuada en sus respuestas. Aparentemente, no mostraba extrañeza o sorpresa ante lo que estaba escuchando. Probablemente la “procesión” iba por dentro. Poco a poco, se fue “desmoronando” de esa fortaleza inicial que mostraba al inicio de la conversación.

“Sabía que algún día tenías que enterarte. Y ello ha ocurrido ahora, cuando pronto vas a hacer tus cuatro décadas en la vida. Tu padre y yo siempre mantuvimos el secreto de ese pacto que “firmamos” con la persona que te engendró. Conociendo su final, este hombre decidió serenar su conciencia, con la confesión notarial de la verdad. Aunque muchas veces lo discutimos, nosotros pensamos que era mejor que te siguieras considerando nuestra hija, a todos los efectos. En realidad, así ha sido. Así te criamos y así te hemos querido, desde los primeros minutos que estuviste en nuestros brazos. Dime, en conciencia ¿alguna vez has percibido diferencia de trato, con respecto a tus dos hermanos o algún detalle que te hiciera sospechar de que nosotros no éramos tus padres genéticos? Estoy completamente segura de que tu respuesta va a ser negativa. Siempre quise tener una hija. Tras el nacimiento de tu segundo hermano, yo no podía tener más hijos. Las adopciones eran muy complicadas, en esos tiempos. Tu padre supo moverse con gran habilidad y yo tuve la suerte de poseer el tesoro que más he preciado en la vida”.  

El río sin cesar, que supone el avance del tiempo, hace posible que asimilemos los cambios y los hechos contrastados que afectan a nuestras humildes biografías. De manera paulatina, Carol fue aceptando e integrando, mental y afectivamente, el verdadero esquema vital que conformaba su existencia.

Y quedaba por resolver un importante elemento administrativo, legado material de sus verdaderos padres. La vivienda rural, donde ella habría pasado los primeros meses de vida. Una gestoría, encargada al efecto, había puesto en orden todos los requisitos administrativos, para que la asunción propietaria no tuviera la menor incomodidad para su persona. Aquella mañana de abril, Carol decidió viajar a ese lugar, situado al norte de la provincia malacitana. Fue acompañada por un representante de la gestoría, cuya dirección se mostró en todo momento solícita para ayudar a su intrigada cliente. Al fin podría conocer ese importante elemento material que la ligaba a su lejana infancia.

A medida de que el coche iba llegando a esas estribaciones de la Penibética, en donde estaba ubicada la propiedad, Carol se sintió afectada y nerviosa, ante un paisaje que le resultaba, de alguna forma, un tanto familiar. Su extrañeza iba en aumento, cuando el vehículo en el que viajaban avanzaba por unos estrechos caminos que asomaban a un amplio valle. Percibía que algún recuerdo afloraba en su memoria, por esos espacios que lentamente recorrían. Al fin avistaron la casa que, ya desde lejos, percibían patentemente abandonada y deteriorada. En ese preciso momento, un sobresalto afectó de manera incontenible a su persona. La imagen que tenía ante sus ojos era la misma que, cíclicamente en sus sueños, había tenido en los desvelos oníricos de muchas noches. Era la misma vivienda y paisaje  que ella se preguntaba, al despertar, por qué se representaba una y otra vez en el nublado difuso de su mente.-

José L. Casado Toro (viernes, 30 de Septiembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


viernes, 23 de septiembre de 2016

OTROS FINALES POSIBLES, EN LAS HISTORIAS DEL CINE CLÁSICO.

Hacía tiempo que no acudía a ese espléndido espacio cultural que cada día, entre lunes y viernes y de manera absolutamente gratuita, oferta al público los grandes almacenes de El Corte Inglés, en la capital malagueña. Conferencias, exposiciones, debates, presentaciones de libros y actividades sociales, técnicas de autoayuda, conciertos, ciclos de películas, actores y directores de cine, son las modalidades más usuales desarrolladas por este Ámbito Cultural y del que todas las personas interesadas pueden disfrutar, a esa hora mágica de las siete y treinta, en las románticas despedidas de cada una de nuestras tardes.

El pasado martes continuaba el ciclo de cine dedicado al genial director Samuel Wilder (más conocido por BILLY WILDER) n. Galitzia, Imperio Austrohúngaro, 1906 – m. Hollywood, California, 2002. La película elegida para esta vídeoproyección fue DÍAS SIN HUELLA, cuyo título original en inglés es The lost weekend (el fin de semana perdido), film realizado en 1945 y protagonizado, en sus principales personajes por el británico Ray Milland (1907-1986) y por la estadounidense Jane Wyman  (1914-2007), muy conocida también por haber sido la primera esposa del Presidente USA,  Ronald Reagan, durante ocho años. 

ARGUMENTALMENTE, la cinta plantea el largo y decadente fin de semana, vivido por Don Birnan, un frustrado y fracasado escritor, sumido en el hundimiento personal, tanto físico como mental, a causa del alcoholismo. La ayuda que recibe este atormentado personaje, por parte de su equilibrado hermano, Wick, y de su abnegada novia, Helen, se topa contra el muro infranqueable de la profunda adicción a la bebida, usada como una huida hacia delante en la débil y enferma voluntad de un hombre que se ve incapaz de llegar a ser un buen escritor, ese anhelado e inalcanzable objetivo que se propuso como meta en la vida. Esta gran película recibió los más importantes premios de la cinematografía (cuatro Oscars, tres Globos de Oro, el Gran Premio del Festival de Cannes y el Premio del Circulo de Críticos de Nueva York). 

En una gran sala, plenamente abarrotada de público, debo citar dos pequeñas anécdotas que viví como espectador, durante el visionado de una estupenda y tensa película, con maravillosa fotografía en escala de grises y con ese sabor a buen cine que tanto echamos hoy en falta en las carteleras de nuestras pantallas. La primera vivencia hace referencia al incivismo de un incómodo espectador al que la escasa suerte me ubicó en el asiento de atrás. Desde los primeros títulos de crédito, este compulsivo hombre de mediana edad comenzó a leer en voz alta lo que aparecía en pantalla, añadiendo comentarios simplones a dos amigos que le acompañaban, acerca de la trama que los sufridos compañeros de zona estábamosNUESTRA MEMORIAoriginal en inglen,os horas de proyecciue hiciese el favor de callarse decirle que no necesitaba que me contase l contemplando. A los pocos minutos del absurdo suplicio, me tuve que volver desde mi asiento delantero para decirle que no necesitaba que me contase lo que mis ojos estaban contemplando en la proyección. Que hiciese el favor de callarse. Algo conseguí durante las casi dos horas de metraje (101 minutos) aunque al final de la escenificación volvió a la carga con unos improcedentes comentarios “infantiles” que marcaban una patente falta de educación y aún no superada inmadurez, a pesar de sus no pocos años.

La otra anécdota, que abre camino a los fundamentos de este relato, tuvo lugar en los lavabos próximos a la sala cultural de los Grande Almacenes. Dos personas comentaban acerca de la película que, hacía sólo escasos minutos, habíamos tenido el placer cinematográfico de contemplar y “vivir” con una profunda empatía anímica. Decía uno de los espectadores: “¡Cómo son estos americanos. Vaya final que dan a sus películas! Cómo es posible que un hombre frustrado, profundamente enfermo y con intenciones suicidas, pueda salir de un pozo sin luz, en muy pocos minutos, ante la acción angelical de su novia, que lo salva de la suciedad vital donde él se había ido hundiendo, día tras día, por su adicción desesperada al alcohol. 

Efectivamente, el final argumental de la película se ve un tanto forzado, milagrero y tal vez escasamente creíble, ante la constancia y fe de la abnegada Helen, que salva a Don Birnan de esa espiral de autodestrucción en el que se hallaba sumido. Tras ese fin de semana desgraciado, con experiencias continuas de embriaguez, reclusión hospitalaria, hurtos para sustentar la compra de licor y desesperación ante su íntima miseria, decide con fortaleza abandonar su intención suicida y la maligna bebida, disponiéndose a comenzar la redacción de una novela, precisamente sobre la adicción al alcohol, proyecto inicialmente programado para ese decadente y perdido fin de semana en su vida. Y todo ello, por la voluntad admirable de una muy solidaria y amorosa mujer. 

Pienso que para todo escritor, para el profesional artesano de cine, para todo buen narrador de historias, encontrar el mejor final al relato escénico, cinematográfico o literario de su trabajo, debe ser bastante complicado. Esa dificultad está motivada, de manera fundamental, porque el necesario objetivo, que pondrá fin a la pieza literaria o cinematográfica, ha de ser creíble y atractivo. Y no sólo para el autor, que se ha esforzado en ir tejiendo palabras, párrafos y contenidos a fin de dar vida a unos personajes inmersos en ilusiones, frustraciones problemas y esperanzas, que articulan sus vidas en espacios y sociedades caracterizados por sus contrastes. También ha de ser sugerente, asumible y enriquecedora, para todos los espectadores o lectores que leen el libro o visionan la película.

En un momento concreto, el director de cine se verá obligado a elegir el final de su narración fílmica. Elegirá el desenlace que estima más adecuado o afortunado, entre otros muchos posibles, y que culminará una historia narrada a lo largo de la suma de imágenes y escenas, interpretadas por los actores que intervienen en el rodaje.
   
Tras su estreno en pantalla, aparecerán las opiniones críticas de los especialistas. Valoraciones que analizarán los elementos y piezas que conforman el film y, de manera puntualmente especial, cómo se plantea la conclusión del proceso argumental. Y, junto a la valoración técnica de los “entendidos”, no hay que olvidar la opinión del gran público, ese que acude a las salas de proyección, pasando por las taquillas, o que visiona la película desde la comodidad de su hogar. Entre la masa popular aficionada fluirán variados adjetivos que, a modo de síntesis, van a enjuiciar y calificar la historia que acaban de contarle:

divertida, creíble, sugestiva, emocionante, aburrida, violenta, realista, sentimental, entretenida, bien o mal interpretada, bien o mal dirigida, inquietante, dulzona, ilusionante, cansina, repetitiva, mágica, falsa, agradable, espectacular, conceptual, bella, motivadora, documental, dramática, indescifrable, educativa, complicada, para cinéfilos, descompensada, humana, sensible, artificiosa, etc.

Pero, entre todas las valoraciones e interpretaciones, la parte de la película que más nuclea o justifica esa última apreciación o calificación global es precisamente la construcción escénica y argumental de su final. Y, en una gran mayoría de ocasiones, esa solución última construida por el director es repetidamente criticada por aquellos que esperaban otra conclusión más acorde con sus gustos, sus aspiraciones, su propias lógicas o también  por el mismo proceso fílmico al que su realizador nos ha ido llevando durante los noventa o más minutos de proyección.

En cuanto al caso de la película que nos ocupa, THE LOST WEEKEND (Días sin huella) podemos imaginar finales alternativos para una cruda e interesante historia que el prestigioso Billy Wilder rodó en el año 1945. Veamos algunos, antes de que llegue el esperado THE END.

a) Profundamente desanimado, ante el tormento en que se ha convertido su existencia, prisionero de la bebida y la frustración literaria como escritor, Don Virnan pone fin a su vida, sin que Helen llegue a tiempo para hacer un último intento que le anime a superar la debilidad de su enferma voluntad. Con su extrema y drástica decisión, Don opta por evitar un mayor sufrimiento a las dos personas que más se han interesado por él y, sobre todo, poner fin a una existencia que ha dejado, para él, de tener justificación, sentido o esperanza. 

b) Helen y Wick, profundamente cansados y decepcionados, ante la ineficaz respuesta de Don para cambiar su alocado y enfermo ritmo de vida, inician una fructífera relación afectiva, a fin de sustentar un futuro de unión y cariño. Wick hace un último esfuerzo económico, llevando a su hermano a una prestigiosa institución psiquiátrica, de titularidad privada, cuyos especialistas se esforzarán en ayudarle a paliar y superar su autodestructiva adicción.

c) Don Virnan ingresa en un centro psiquiátrico, tras haber fallado en su intentos suicida, ya que la pistola se le encasquilló y no llegó a disparársele. En ese centro médico londinense pasará un par de años, alcanzado lentos pero progresivos resultados para su reequilibrio como persona. El día en que abandona el centro hospitalario hay un coche que le está esperando, en las inmediaciones de una sosegada zona ajardinada. Desde el interior del vehículo, aparece una mujer, cuyos rasgos físicos no son fácilmente identificables, en una mañana plomiza por la fuerte irrupción de la niebla. Es Helen, que ha querido y sabido esperarle durante esos dos años para la recuperación de su amado compañero. Ambos se abrazan y un pausado travelling aleja la unión de sus figuras, bajos los títulos de crédito que comienzan a cubrir la pantalla.

d) Tras conseguir al fin escribir y publicar su novela “La autodestrucción del alcohol” el éxito popular convierte a este antiguo dependiente de la bebida en un afamado escritor de best sellers. Su suerte es opuesta a la de su equilibrado hermano Wick, al que unas equivocadas intervenciones en el juego de la bolsa han provocado su hundimiento en la miseria económica. Se refugia en la bebida, sin que su hermano Don tenga conocimiento del calvario material y personal por el que atraviesa. Cierto día, el recuperado escritor recibe una visita de la policía. Le ruegan que les acompañe, pues han de llevarle a un hospital donde su hermano ha perdido la vida, tras  una imprudente conducción en estado de embriaguez. Don, desde el propio hospital realiza una llamada telefónica a Helen, para comunicarle la triste noticia. En este momento, ella es madre de dos niñas y se halla felizmente casada con el propietario de un pequeño comercio de ferretería.

e) Don logra superar su adicción alcohólica e inicia su andadura por el terreno de la literatura. Tras muchos intentos frustrados, consigue llegar a publicar esa obra por la que tanto había luchado, en medio de su terrible dependencia. Ese su primer y único libro pasa sin pena sin gloria por las estanterías de las librerías y, poco a poco, los editores le cierran las puertas para una nueva oportunidad en el terreno literario. Al paso de los meses y con la ayuda ejemplar de su hermano Wick (que se esfuerza en buscarle una salida profesional) a fin se gana dignamente la vida trabajando (gracias a su experiencia) en un centro oficial para alcohólicos anónimos. Muchos años más tarde, su única hija Mara, nacida de su unión temporal con Helen, descubre en una “librería de viejos” un ejemplar envejecido de ese único libro que su atribulado padre había escrito. La lectura del mismo le hace comprender mejor a un padre que abandonó el hogar familiar siendo ella muy pequeña.  

Probablemente aquél esperanzado final abierto, que el gran director nos ha dejado para su película, sea el más adecuado para justificar toda la trama argumental. Pero ello no es obstáculo para que cada espectador recree y enriquezca la culminación de una historia que le ha hecho pensar, reflexionar, sentir y anhelar. También, objetivo inapreciable en su valor, intentar multiplicar, de forma imaginativa, su entrañable trocito de vida.-

José L. Casado Toro (viernes, 23 de Septiembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 15 de septiembre de 2016

LOS INSOSPECHADOS CAPRICHOS DE LA MEMORIA.

Es una permanente obviedad. A medida de que nuestros organismos van acumulando hojas del calendario, la capacidad o potencialidad de la memoria se va degradando, de manera aleatoria y progresiva. Esta es una de las razones, entre otras muchas, para que prioricemos de manera específica el aprendizaje mental en las etapas cronológicas de la infancia, la adolescencia y en esa primera juventud, vinculada a la formación universitaria o a los grados formativos profesionales. Esta preferencia no impide por supuesto que, en otras etapas más avanzadas de nuestro recorrido vital, podamos seguir aprendiendo y, paralelamente, memorizando. Un hermoso ejemplo de esta realidad son las Aulas de Mayores de 55 años, vinculadas a muy numerosas y prestigiosas instituciones universitaria. Bien es cierto de que determinados aprendizajes, en las fases adultas de la vida, se hacen bastante complicados, en su realización y eficacia, por esa dificultad de respuesta de nuestros órganos intelectivos.

Siendo más que evidente toda la exposición anterior, nos asombra de igual manera las respuestas inesperadas que nuestra memoria se muestra capaz de ofrecernos cuando recordamos, con asombrosa nitidez y exactitud, detalles, imágenes y datos que florecen insospechadamente en nuestra conciencia, aunque los mismos acumulen ya una antigüedad notoriamente prolongada en el tiempo. Dicho de una manera coloquial, olvidamos hechos que protagonizamos ayer mismo y, para nuestra sorpresa, vienen a nuestra mente imágenes y escenas de aquella infancia que recorrimos o de la añorada juventud que fue sustentando los pilares de la madurez actual. 

Me encontraba caminando por una céntrica arteria viaria de la planimetría malagueña cuando, aguardando la luz verde de un semáforo para el cruce correspondiente a la acera opuesta, un hombre se me queda mirando con fijeza. Aparentaba tener unos cincuenta y tantos años de edad y de inmediato fluyó una sonrisa en su rostro, al extenderme su mano para el saludo. De inmediato correspondí a su gesto aunque, dada mi desorientación al respecto, me dijo en un par de ocasiones ¿Pero, de verdad no me reconoces?

Tratando de ayudar en mi sorpresa, se identificó como el padre de uno de mis alumnos de Secundaria, indicándome el nombre abreviado de su hijo. Añadió de inmediato unas palabras amables, por la ayuda que había prestado a su hijo en el ejercicio de mi acción como profesor-tutor. Me justifiqué comentándole que, en aquellos momentos, mi memoria no me ayudaba a recordar con exactitud los detalles que él amablemente me facilitaba. De todas formas le pregunté por Edu y su evolución profesional, información que como padre me resumió cumplidamente. Una vez que cruzamos la calzada, me presentó a la persona que le acompañaba, quién por lo visto también me conocía. Les deseé lo mejor, también para su hijo y nos despedimos cordialmente con otros estrechones de manos. Con franqueza, no recordaba haber visto nunca a estos dos interlocutores.

Después de treinta y cinco años ejerciendo como educador y docente, me he entrevistado con cientos de tutores familiares. Cuando ejercía esa admirable función profesional, me esforzaba en conocer y dialogar con todos o casi todo los alumnos de mis anuales grupos tutoriales. También lo hacía con aquellos padres de cuyos hijos yo era profesor y que, por alguna circunstancia era necesario el contacto personal o telefónico. En cuanto a los alumnos que directamente han estado en mis aulas, puedo calcular que habrán superado los 5000 en su conjunto. Todos estos datos pueden ayudar a explicar que, además del paso inexorable del tiempo, que se encarga de ir borrando no pocas imágenes, haya otras causas o circunstancias que dificulten el recuerdo con respecto a determinadas personas, mientras que con otras esa facultad se hace más fácil ejercitar.

En no escasas ocasiones, al encontrarme con estos antiguos alumnos, algunos muy cambiados en su aspecto físico y que hoy ejercen en una muy variada gama de profesiones, les explico algo que resulta evidente. 

“A vuestra aula llegaba un profesor cada sesenta minutos, el cual estaba especializado en una determinada materia o asignatura. Este profesor tenía a su cargo  treinta y cinco o cuarenta alumnos en ese grupo, de los cinco que usualmente le correspondían cada año en su estructura horaria para el ejercicio de la función educativa. Pensad lo que supone trabajar con casi doscientos alumnos cada curso académico y así durante tres décadas y media de ejercicio profesional. Para vosotros recordar a un determinado profe es más fácil que para éste hacerlo con tan elevado número de escolares, estudiando y formándose en la aulas de la Enseñanza Secundaria”.

Cuando algunos afectos alumnos me escriben a través de Internet, enviándome incluso sus fotos actuales, contrasto estas imágenes con aquéllas otras que me entregaron para su ficha de clase y que con afecto y valoración conservo entre mis archivos. Todos hemos cambiado físicamente, al paso de los años. Pero esos cambios, entre los catorce/quince años de aquella lejana época, con respecto a los cuarenta/cincuenta años de la actualidad, resultan más que contrastados y complicados para la memorización.

Alma María se mostraba preocupada, desde hacía algún tiempo. Ya, en el verano pasado, comenzó a detectar repetidos fallos en su memoria. Ella, que siempre había destacado por una agudeza y rapidez mental que la habían llevado a desempeñar puestos de responsabilidad, en unos laboratorios de cosmética en la capital catalana, notaba en su comportamiento como esa retentiva de la que siempre había alardeado, iba desapareciendo. Hace tres años (su edad actual son sesenta y cuatro) pudo prejubilarse, como compensación y premio laboral de su empresa. Al no tener una responsabilidad familiar a la que atender (había vivido en pareja algunas largas convivencias, pero sin pasar por los juzgados o los altares) pudo entonces disponer de tiempo, ilusión y liquidez bancaria para viajar, entregarse a su gran afición de practicar la pintura y a disfrutar esos pequeños placeres que el estrés laboral había dificultado en su etapa de actividad laboral.

Primero fueron esos pequeños fallos de concentración que le provocaban el esfuerzo de buscar objetos que consideraba perdidos y que más pronto o tarde aparecían en su bolsillo, mesilla de noche o en el sillón donde había estado sentada viendo algún programa de televisión. Las llaves, el mando a distancia, el bolígrafo, la tarjeta de crédito bancario, eran esos elementos que después puntualmente aparecían. A todo ello se unió una cierta dificultad para retener nombres y apellidos de las personas que le eran presentadas o que incluso habían mantenido con ella una cierta vinculación de amistad. Volver a casa y darse cuenta que había olvidado realizar alguna importante gestión administrativa o que había dejado sin comprar en el súper algunos productos cuya carencia o necesidad precisamente la habían impulsado a desplazarse al centro comercial, eran otros detalles que le advertían de ese inquietante camino de la debilidad mental. Y todo en una persona tal cualificada en ese campo de la memoria, como ella siempre había alardeado.

Una mañana de otoño, tomó la decisión de solicitar cita en un especialista neurológico. Dos importantes fallos en su memoria le impulsaron a buscar soluciones a una situación que profundamente le desasosegaba. Se encontró en la calle con que llevaba puestos en sus pies unos zapatos parecidos pero diferentes. Sólo se dio cuenta de este error cuando ya se desplazaba en el metro. Más grave fue aún, ese mismo día, cuando en una ventanilla bancaria le solicitaron su número del D.N.I y fue incapaz de decir los ocho dígitos, aunque sí recordaba la letra final.  Con una comprensible inquietud, temía padecer alguna grave o progresiva afección patológica en su estructura mental.

Su antiguo jefe en el laboratorio, cuya vieja amistad le animó a compartir la preocupación que tanto le afectaba, le recomendó a un afamado especialista (con el que tenía algún lejano vínculo de parentesco) que le concedió  una cita con sólo tres semanas de dilación, dada la densidad de la agenda que el facultativo tenía que atender. El Dr. Alfonso Duref, no sólo neurólogo sino también diplomado en psiquiatría, le estuvo escuchando pacientemente, por espacio de unos treinta minutos. A continuación le realizó diversos tipos de pruebas (motricidad, equilibrio, coordinación, retentiva, reconocimiento, etc) a las que se unieron, en los días posteriores, otras analíticas orgánicas, además de un detallado scanner de su cerebro.

“Querida Alma. He estudiado con gran interés todo tu expediente de pruebas y analíticas y, para tu tranquilidad, he de decirte que no aparece nada decisivamente grave. Simplemente que tus neuronas, a las que has sometido a un gran activismo durante la etapa laboral activa, están “cansadas”. Tal vez ese contraste, entre un intensísimo ejercicio de muchos años, con un sosiego exagerado desde que te jubilaste, ha perjudicado una transición que debía haber sido gradual y no tan brusca como la que tú, sin querer, le has sometido. Vas a seguir perdiendo memoria. La edad, la naturaleza, la evolución propia de cada cerebro, lo hace inevitable. Pero ese ritmo de pérdida o retroceso lo tenemos que ralentizar.  Por supuesto, con una inteligente y cuidada medicación. Pero también con el ejercicio, voluntario y constante, que has de imponerte. 

Te voy a programar una serie de pequeños y simples  retos que habrás de realizar con admirable constancia diaria. Te esforzarás en evitar excusas para incumplir su realización. Se te va a entregar un dossier de materiales, que te ayudarán para esa ejercitación de la mente en coordinación con el resto de tu organismo. Habrá algunos que te provocarán asombro y curiosidad, pero todos tienen una lógica o sentido, siempre que mantengamos la red o malla de sincronización.

Trabajarás muchas series numéricas. Vas a tomar de nuevos los libros y volverás a las aulas a fin de realizar cursillos culturales. Describirás en casa algunos objetos o realidades que habrás presenciado o protagonizado durante el día. Deletrearás palabras e incluso frases. Vas a comenzar la realización escrita de un diario personal. Desarmarás pequeños objetos que, posterior y pacientemente, recompondrás. Tengo para ti ya preparados varios interesantes puzzles a los que te entregarás durante algunos minutos, día tras día. Vas a funcionar, de ahora en adelante, con agendas y post-its. Ve eligiendo algún nuevo idioma para aprender (ya sé que dominas el English). También, los sudokus y los libros de ejercicios mentales no deben faltar en tu biblioteca… y así un largo etc. a fin de mantener activas y adiestradas las “desorientadas” y traviesas neuronas de tu cerebro”.

Han pasado ya ocho meses, desde esta decisiva entrevista con el muy cualificado especialista. Éste no ha regateado esfuerzo alguno en ayudar a una mujer que ahora, a punto de cumplir los 65 años, lucha por controlar la concentración y los fundamentos de su cerebro. El proceso degenerativo, aunque no curado, se ha ralentizado y, por etapas, frenado. La calidad de vida en Alma María es bastante aceptable y su responsabilidad diaria, ante los ejercicios y medicación prescrita, verdaderamente ejemplar.

El Dr. Duref le ha pedido expresamente su colaboración para dirigir grupos de trabajo, en los que participan personas mucho más jóvenes que ella. Estos pacientes se hallan en esa compleja década de los cuarenta años. Tienen antecedentes familiares y respuestas cotidianas que aconsejan un  adiestramiento temprano a fin de afrontar futuros deterioros de su mente, que pueden hacerse lamentablemente explícitos cuando alcancen edades más avanzadas.

Alma María recibe con ilusión y optimismo, en cada uno de los días, esa luz que le habla de un nuevo amanecer. Con esa tenacidad que le caracteriza “negocia” la mejor hermandad entre su mente y un destino condicionado o impuesto por el paso del tiempo.-


José L. Casado Toro (viernes, 16 de Septiembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga