viernes, 29 de abril de 2016

RECUERDOS IMPREVISTOS, EN UNA PRESENTACIÓN LITERARIA.

En el sugestivo mundo, imaginativo pero siempre real, de las letras, sean éstas impresas o escenificadas, surgen gratas novedades que fomentan la afición a la lectura. Tantas veces de manera inesperada, van apareciendo, en los escaparates y en las revistas del ramo, nuevos escritores que se prestan a desafiar a una sociedad alocada y entregada al estrés de la materialidad, con sus esperanzadas creaciones que distraen, enriquecen y deleitan. Este es el caso de Aitor Berma, cuarenta y dos primaveras ya en su vida, que ejerce de funcionario de correos en una céntrica estafeta próxima a la bahía malacitana. Su afición a la literatura se fue generando desde su ya lejana adolescencia. Al paso de los años fue escribiendo historias, relatos y ese proyecto, siempre tan complicado de conformar las páginas de una primera novela. Al fin, tras un duro impacto emocional, pudo completar el esfuerzo de muchos años en el empeño y, gracias al casual encuentro con un editor local, va a presentar ante el público interesado esa ilusionada creación, que supera las doscientas cincuenta páginas, bajo el título “Gotas de lluvia, en el amanecer de una voluntad entristecida”.

Son muchas las horas que ha dedicado, en las tardes y de manera especial durante los fines de semana, para ir conformado una profunda historia de sentimientos, realidades y superación, en la vida de un protagonista en el que podemos hallar no pocos trazos que mimetizan la imagen vital del propio escritor. Efectivamente, los siete años de unión afectiva entre él y Lydia habían tenido la gratitud de la normalidad. Bien es verdad que, uno y otro cónyuge fueron dilatando la decisión de una descendencia genética  por distintas causas, entre las que prevalecían razones de interés material. En realidad el matrimonio les alcanzó siendo ambos muy jóvenes, por lo que entendían que ya llegaría el momento más propicio para convertirse en padres. No querían precipitarse en esa responsabilidad de traer al mundo y criar a un nuevo ser.

Pero en un aciaga noche, para la vida de Aitor, Lydía, con la brusca celeridad del desamor, comunicó a su compañero, con la mayor frialdad y firmeza, que sus sentimientos estaban en la actualidad centrados en otra persona. Éste era el propietario de la farmacia donde ella acumulaba, más o menos, siete años de trabajo, prácticamente el mismo período de su vínculo conyugal con su marido. El mazazo fue muy duro, especialmente para él por lo imprevisible de la cruel confesión, aunque, uno y otro, supieron generar una despedida exenta de todo género de violencias. La comunicación entre ambos, cinco años ya desde aquella dura e inesperada declaración por parte de su esposa, ha sido prácticamente nula. Él buscó una nueva residencia y el piso común donde la pareja vivía fue pronto vendido, por su buen precio y situación. Aitor continuó entregado a su trabajo, aficiones literarias y esos contactos con sus padres, residentes en una localidad de la costa oriental malagueña. Aunque el impacto de la ruptura en su vida fue asimilado, ciertamente con lentitud y dificultad, no se sintió animado a emprender una nueva experiencia afectiva. El ejercicio de su profesión, el placer de escribir y el contacto esporádico con algunos amigos, han sido destinos contrastados en estos años de la integración psicológica de su soledad afectiva.

Este jueves de abril es para Aitor un día no exento de tensión, por la responsabilidad contraída ante el público lector, aunque muy feliz por el acontecimiento del que va a ser protagonista. La Srta. Martinez, encargada de la sección literaria en esos grandes almacenes donde casi todo se encuentra, le ha sugerido algunas pautas de intervención, a fin de que la presentación de la novela resulte ágil y exitosa. Dispondrá de unos primeros quince minutos para identificar la autoría de la obra y  trazar los grandes rasgos argumentales del relato, cuya publicación se halla a disposición de los interesados en los estantes de la sección libros. A continuación, el moderador cultural del establecimiento regularblico pueda realizar las preguntas que considere necesarias o á un debate abierto a la participación directa del público asistente al evento, en la que todos podrán realizar las preguntas que consideren convenientes. Aproximadamente este debate durará una hora, aunque es previsible que este plazo temporal tenga que ser ampliado, en función del “juego de intervenciones”. Finalmente, el autor de la novela firmará los ejemplares que los asistentes al coloquio  le muestren, con las dedicatorias personales correspondientes.

La sala dedicada a estas interesantes actividades de difusión cultural se encontraba, en esa tarde primaveral, con las tres cuartas partes de su aforo ocupado por un público motivado en conocer detalles de la “opera prima” de un prometedor escritor de la localidad. Como es habitual en estos casos, la editorial encargada publicar la novela había remitido invitaciones a los representantes de la prensa, a diversos centros culturales y a profesionales vinculados al mundo de las letras. Por su parte, el departamento cultural del establecimiento también había puesto en conocimiento de un amplio listado de direcciones, las características de la charla - debate a desarrollar durante esa tarde del jueves.

El autor protagonista del relato, aún no siendo un especialista consolidado en estos lúdicos menesteres de la difusión publicitaria, se comportaba con una inusual destreza, tanto en la exposición inicial de su obra, con los aspectos más significativos de su atractivo relato, como en los primeros compases de esa segunda fase en la que los asistentes comenzaron a plantear sus preguntas y aportaciones sobre el tema. El moderador iba concediendo los diferentes turnos de palabra y en algunos momentos también él intervenía de manera directa, haciendo sus originales preguntas, que Celso respondía con una mayor fluidez, habilidad y confianza adquirida por los minutos que ya había recorrido en toda la presentación de su novela. Al fin llegó el turno de las firmas y dedicatorias, objetivo equilibrado que mezclaba, a partes iguales, el sentimiento literario de las personas que habían adquirido el volumen, el interés comercial de la editorial sumado, por supuesto, al del propio establecimiento que había vendido esos ejemplares.

De una forma ya un tanto mecánica, dado el cansancio y estrés de una larga jornada, Aitor recibía a los interesados con una sencilla sonrisa. Les preguntaba por su propio nombre o el de la persona que ellos deseaban fuera anotado por su bolígrafo de gel negro en la contraportada de cada volumen. Escribía una corta frase que intentaba rezumara algo afecto, firmando debajo de la misma. Devolvía el ejemplar, dando las gracias al propietario del mismo. Reconocía, con estas muestras de cordialidad, el interés de sus futuros lectores que habían elegido esta primera opera prima perteneciente a un autor prácticamente desconocido. Tal vez el atractivo título de la novela había favorecido la motivación lectora hacia ese relato.

Quedaban tres personas a las que atender, cuando Aitor observó a la que ocupaba el último lugar de esa pequeña fila. A pesar de los cinco años transcurridos desde su ruptura matrimonial, reconoció perfectamente entre aquéllas a su ex, Lydia. Parecía un tanto cambiada en su forma usual de vestir, según recordaba (esa tarde llevaba prendas más desenfadadas y deportivas). Su figura parecía más esbelta ya que había perdido peso desde la última vez que la vio. Obviamente, en siete años nuestros cuerpos van evolucionando, por la edad y otras circunstancias, aunque no todas las personas extreman el cuidado de su look exterior. No pudo evitar sentirse un tanto presa de los nervios aunque, con la sensatez propia que exigía la situación, se limitó a tomar el libro que ella le ofrecía sin preguntarle, por razones lógicas, acerca de su nombre. Sólo puso en la contraportada “Dedicado a Lydia” junto a su firma. Fueron muy escasas las palabras que ambos intercambiaron: sólo un educado “hola” al principio y un “gracias”, también respetuoso, en la despedida, por parte de dos personas que habían compartido la intimidad durante siete largos años en sus vidas.

Por la noche, cuando descansaba sobre el lecho, le costó tiempo y esfuerzo poder conciliar algunas horas de sueño, muy demandadas por su cuerpo, cansado tras una emocionante jornada.  En realidad, la presentación de su primer libro había quedado bastante bien. Tanto en los contenidos expuestos como, de manera indirecta, en las ventas de la propia novela. En cuanto al gesto de Lydia, acercándose al centro comercial para escuchar sus palabras  (la primera noción que tuvo de su presencia fue cuando los asistentes se aproximaron hacia la mesa para conseguir las dedicatorias) fue generoso por su parte, aunque a él le había supuesto un impacto emocional, por todos esos recuerdos que se agolparon al instante en el seno de su memoria. Al fin decidió levantarse de la cama, tomando un relajante para intentar descansar. Mañana temprano habría de estar de nuevo ante su puesto de trabajo, hasta cerca de las tres de la tarde.

Había transcurrido una semana, desde el reciente evento cultural cuando, en la noche del viernes siguiente, mientras cenaba en casa tras haber asistido a una sesión de cine, el teléfono fijo de su domicilio comenzó a sonar. Para su sorpresa, al otro lado de la línea se encontraba Lydia. Tras un saludo, un tanto nervioso de su antigua compañera, ésta le manifestaba su deseo de que ambos mantuvieran un encuentro, el día y a la hora que a él le viniera mejor. Aitor, en ese momento también condicionado por la sorpresa de la llamada, dudaba qué responder. Al fin aceptó que se vieran en la tarde del día siguiente, sábado. Sugirió una tetería céntrica que conocía, donde ambos podrían hablar con el necesario sosiego. Tampoco esa noche fue para él muy afortunada con vistas al necesario descanso. Los recuerdos seguían agolpándosele, mezclados con los interrogantes acerca de lo que necesitara decirle Lydia, a estas alturas del tiempo.

Palabras de Lydia.

“Entiendo tu sorpresa, tras más de cinco años en los que sólo ha habido silencio entre nosotros. Y, probablemente, tendrás muchas preguntas que han quedado sin resolver en tu vida. Realmente lo mío fue una huida hacia lo nuevo, comportamiento inmaduro, egoísta y aplicado de una manera cruel hacia tu persona. Comprendo lo que te habrá hecho sufrir, aunque el paso del tiempo permite endurecer las heridas. Ahora, en la lejanía de nuestra convivencia, veo lo mal que se pueden hacer las cosas, cuando nos comportamos irresponsablemente, como es mi caso. Fue un capricho, una chiquillada, aunque ya no era una niña adolescente. Tras unos meses de engaño, del que no te diste cuenta, decidí  huí de una fidelidad para entregarme a una ilusión aventurera que, al paso de la realidad, quedó en pasión, sexo y al vacío de la nada.

Desde hace ya unos tres años, vivo sola. Unos días mejor y otros para borrar. Te aseguro que, incluso desde aquellos días muy difíciles del abandono, nunca te he podido olvidar. Cuando la semana pasada vi la nota de prensa, acerca de la presentación de tu libro, me dije ¿y por qué no ahora, por qué no intentar mejorar, sanar en lo posible, el daño que a buen seguro te provoqu?﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ar mejorar, sanar en lo posible, el daño que a buen seguro te provoqu nota de prensa, acerca de la presentacié? No nos debemos engañar. Lo nuestro, en aquella fase de la convivencia, estaba aletargado, como dormido, pero no se puede actuar tal y como yo lo hice, y más con una persona que siempre supo ser fiel. Lo mío estuvo penosamente mal. Por todo ello, aunque tal vez ya sea un poco tarde, te quiero pedir perdón. Por supuesto queda en mí la esperanza, ese reto de que darnos una nueva oportunidad sería un objetivo generoso, posible e ilusionado. Un grave error no puede, no debe borrar todo lo bueno que permanece en nuestra memoria”.

Palabras de Aitor.

“Te he escuchado con mucha atención, Lydia. Puedo asegúrate que no me ha sido fácil estar aquí, hablando con alguien que priorizó su egoísmo a ese noble valor de la lealtad. Me impactó profundamente tu presencia, hace una semana, en la presentación de mi novela que, a poco que la leas, verás que tiene un trasfondo autobiográfico indudable, con claves que muchos no llegarán a entender, pero ese no es tu caso. Aquella ruptura (tú bien le llamas “huida”) hace cinco años fue extremadamente dolorosa. En primer lugar, porque no supe advertir detalles y actitudes que me habrían hecho comprender esas intenciones que, drásticamente, una infausta noche pusiste a la luz. También, porque nunca supiste darme una razón “suficiente” para entender esa decisión de irte con otra persona, tras siete años de unión. Desapareciste de la noche a la mañana y después… sólo tu abogada, todo un personaje. No quisiste dar la cara. Y esa cobarde e injusta actitud nunca podré olvidarla.

Estoy aquí hoy ante ti, por simple educación y respeto. Nada más. Y hablas de segundas oportunidades, tras un lustro de silencio. No, no creo en esa segunda oportunidad porque, tras ella, estás tu. Y mi valoración personal, a la luz de la experiencia, entiéndelo, tiene que ser la que es. Incredulidad. Y ausencia en absoluto de afecto. No sé qué pretendías, escenificando tu interés por una dedicatoria en la sobrecubierta de la novela. Pero he de confesarte, y te lo expreso serenamente, que hubiera preferido no haberte visto. Esa es la cruda realidad. Esa es mi actitud. Tu eres la autora de esa realidad. Tu eres la protagonista de esa mi actitud. Decirte otras palabras sería faltar a la verdad. Y expresar otra cosa, de lo que mi conciencia siente. Quiero seguir mi vida. Debes seguir la tuya, en la que no hay, no quiero, haya lugar alguno para mí”.

Ambos interlocutores terminaron el sabroso café que una gentil camarera les había servido. Uno y otro se marcharon en silencio, recorriendo direcciones opuestas. No hubo más palabras, sino miradas opacas para el vacío. Aquella noche del sábado, Aitor se fue a la cama muy tarde. Tras la cena, prefirió sentarse frente al teclado de su ordenador. Completó varias páginas de lo que puede llegar a convertirse en un nueva historia.-


José L. Casado Toro (viernes, 29 Abril 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 22 de abril de 2016

PROYECTOS Y PRINCIPIOS, ANTE LAS NECESIDADES CIUDADANAS.

Probable y cansinamente, en una gran mayoría de ciudades existen proyectos urbanísticos, culturales y de infraestructuras viarias, cuya posible realización se va postergando año tras año, legislatura tras legislatura e, incluso, décadas del calendario, para la incredulidad manifiesta de la ciudadanía.

Aquí en Málaga también tenemos, por supuesto, algunos “sonoros” ejemplos de los incumplimientos para el sonrojo y la virtud de la paciencia. Citar nombres como los del desaprovechado río/cauce del Guadalmedina, que atraviesa de norte a sur la capital provincial; los desaparecidos e históricos baños del Carmen, en el mayor estado de abandono; la lógica y nunca realizada prolongación del tren costero hasta Marbella y Estepona; la prometida y nunca abordada construcción de un auditorio idóneo para conciertos y otras representaciones artísticas; la solución siempre postergada a la gran manzana ruinosa de los antiguos cines Astoria/Victoria, en la coqueta, romántica y picassiana Plaza de la Merced; la inacabable prolongación del metro hasta el centro de la ciudad y otras barriadas necesitadas; la no creación de un tercer gran hospital público, para una población que envejece y aumenta; el neoclásico y monumental edificio de la Aduana, que algún día puede ser el gran museo de Málaga, rehabilitado con un coste muy importante y a la espera de su apertura, tras largos años de espera; el gran espacio urbano de los antiguos depósitos de Repsol… etc. son algunas muestras, más que significativas, de estos proyectos pendientes e irrealizados, en la memoria de muchos años e incluso décadas.

Los responsables del abandono e incumplimiento de las citadas promesas, repetidamente anunciadas y vendidas en los programas electorales, son los dirigentes políticos que han ocupado o están gestionando las diferentes administraciones, tanto a nivel general del Estado, como en la administración autonómica y, también, en las diferentes corporaciones municipales o ayuntamientos que estructuran la malla provincial de gobierno. Unos y otros, partidos y dirigentes políticos, han estado al frente de estas responsabilidades muchos años ya. Pero, incluso a pesar de haber repetido en la gestión pública de los intereses y necesidades ciudadanas, tras las diferentes consultas electorales, esos asuntos reclamados por la ciudadanía y la lógica administrativa siguen sin resolverse, al paso aburrido de los años.

La incredulidad del contribuyente, que afronta con ejemplar esfuerzo el pago de sus obligaciones tributarias, se va consolidando ante las palabras vacías, falseadas, manipuladas e irresponsables, de estos dirigentes que, en definitiva, sólo luchan por los votos. Esos votos que les mantienen ejerciendo el poder delegado de aquellos que responsablemente se acercan, consulta tras consulta, a las urnas electorales.

Puede ocurrir que los partidos políticos que rigen el funcionamiento de las tres grandes instituciones en la Administración del Estado, como es el gobierno de la nación, las comunidades autónomas y los ayuntamientos municipales (a los que habría que añadir, también, las diputaciones provinciales) sean de diferente signo ideológico. Todo ello conduce, en repetidas ocasiones, a que el enfrentamiento de intereses políticos entre los tres o cuatro niveles enunciados frene, impida, bloquee o eternice, la solución de esas necesidades urbanas que, tiempo tras tiempo, permanecen sin resolver. La lucha política y sectaria se superpone a la lógica de la negociación, el acuerdo y ese sentido de “estado” que tantas veces proclaman y que en tan pocas ocasiones llevan a efecto. Las necesidades y los problemas de la población quedan postergados, ante el desaliento, incredulidad, hartazgo e indignación de una ciudadanía que, razonablemente, exige eficacia, verdad, imaginación, honradez y esfuerzo por parte de sus gobernantes.

Simón suele levantarse temprano cada día de la semana, incluso también los domingos. Le gusta practicar, disfrutando del amanecer, unos buenos kilómetros de footing antes del desayuno, corriendo por los alrededores de la urbanización en donde reside, desde su segundo matrimonio con Soraya, unión realizada hace más de una década. Mario, su fornido guardaespaldas, se apresta esforzadamente en acompañarle aunque utiliza para la ocasión una pequeña bicicleta, dado los kilos que conforman su generosa y oronda anatomía corporal.

Hace un par de meses, Simón, a sus sesenta y dos primaveras, celebró el tercer nombramiento consecutivo como máximo regidor, en la corporación municipal de la localidad que le vio nacer. Desde su llegada al puesto de alcalde, ha mantenido una continua oposición y enfrentamiento con la institución autonómica, regida ésta por las siglas ideológicas del otro gran partido político que estructura la administración del país. A esta falta de diálogo y entendimiento por parte del regidor municipal, han respondido los dirigentes que rigen el destino de la política regional con la fuerza propia de la rivalidad y la oposición partidaria que los votos electorales les han concedido. Todo ello ha provocado múltiples roces, crispaciones, descalificaciones y sectarismos, a lo largo de los años, por parte de ambos agrupaciones partidarias que, de manera inevitable, han ralentizado y bloqueado la solución a no pocas urgencias y proyectos, que las dos administraciones tenían y tienen encomendados por mandato expreso de la ciudadanía.

Al volver del ejercicio matinal y darse una tonificante ducha, el dirigente municipal se sentó en el salón de estar de su domicilio, a la espera de que Soraya le sirviera el frugal desayuno que iba a tomar. Habría de perder, por indicación de su médico de cabecera, unos kilos de sobrepeso. Esos gramos de más que, su tradicional voracidad ante la mesa, habían acumulado sobre su ya gastada anatomía. Ya tenía ante sí los dos periódicos, uno nacional y el otro local que, desde un puesto de prensa próximo, eran llevados a su domicilio siempre antes de las ocho en el amanecer. En ese preciso instante sonó el móvil que guardaba en unos de los bolsillos del traje elegido para ese día, uno azul plomo muy elegante. La llamada procedía de su secretario personal, Barragán, que ya se encontraba en las dependencias del edificio municipal.  

“Alcalde, buenos días. No te vas a creer, lo que me he encontrado al llegar a mi despacho. Una comunicación de la Junta, que el servicio de mensajería urgente ha entregado poco antes de las siete y media. Ha sido recogida, a esa temprana hora, por uno de los policías locales que se encontraba de guardia. Al leer su contenido, me he quedado “de piedra”. Te resumo: se comprometen, desde la consejería de Fomento a hacerse cargo de esa antigua reivindicación que la ciudad ha mantenido entre sus aspiraciones urbanísticas. La construcción de los dos grandes puentes sobre el río, que permitan la circunvalación de la ciudad y también el desdoble de los seis kilómetros de la carretera que nos unen con los municipios vecinos de la zona norte, ya sabes, colapsados por el tráfico todos los inicios y fines de semanas. Y todo a cargo de las cuentas y fondos de la consejería. Yo aún no me lo creo. Tanta generosidad me escama”.  

El trocito de croissant (o cruasán) que caminaba por la garganta, en esos restauradores momentos, se le atragantó a la máxima autoridad municipal, tras conocer tan impactante información. No daba crédito a lo que escuchaba. Entre tosido y tosido agarró la cucharilla del café con leche que tenía por delante, golpeando bruscamente con la misma el borde de la mesa acristalada sobre la que desayunaba. La iracunda percusión provocó, al tiempo, tal sobresalto en Soraya que ésta derramó la taza con el descafeinado que traía sobre una bandeja. El dirigente despidió rápidamente a su secretario, asegurándole que partía para el despacho a toda prisa pero que, ante la urgencia del hecho, iba a comunicar antes con el presidente provincial del partido, a fin de establecer una estrategia de contraataque idónea.

“¡Estos niñatos no se van a salir con la suya. Faltaría más! Soraya, avisa al chófer. Que en cinco minutos bajo. Y dile al escolta que deje ya de comer. Que nos vamos “a toda pastilla” al Ayuntamiento, tan pronto como hable con Celestino”.

“Cele ¿te ha llamado también Barragán? Me lo imaginaba. Esto hay que pararlo como sea. Con las elecciones a ocho meses de distancia, esta gente lo que quiere es llevarse un buen saco de votos y seguir dominando el gobierno de la Comunidad. Ah, entonces han hecho otras ofertas parecidas en las demás provincias… Me lo imaginaba. Pues como te decía. Esto hay que frenarlo, con habilidad pero de una manera firme. No podemos consentir que, en el momento de las elecciones, ellos estén iniciando o construyendo los dos puentes y poniendo la maquinaria en el desdoble de la carreterita. De esta manera se llevan las elecciones de calle y siguen otros cuatro años más controlando el poder.

Hay que utilizar todos los medios posibles para retrasar el hábil plan que han ideado. En cuanto reciba algún documento al respecto, convoco a la comisión de medio ambiente y los permisos se van a eternizar, con los estudios técnicos que nos saquemos de la manga. Y si no, planteo las alegaciones que sean necesarias, con el objeto de que se aburran y paren el movimiento de esas máquinas. No van a aumentar sus votos con los puentes y la carreterita, por más que sean reivindicaciones que acumulan muchos años de espera por parte de la ciudad. Nosotros podemos seguir esperando, un año más, sin esas infraestructuras, pero a lo que no vamos a renunciar es a nuestra lucha por quitarles el sillón”.

Con la tensión nerviosa que le embargaba, no pudo evitar que le cayeran unas gotas de su boca sobre el traje gris plomo que había dispuesto para el día. Las manchas del descafeinado le hicieron cambiarse de chaqueta con presteza, saliendo de su casa dando “bufidos” de palabras inconcretas, mientras Mario portaba en su mano la pesada cartera de piel, toda repleta de informes y dossiers pertenecientes al veterano dirigente.

Ya en el edificio municipal, ordenó a Barragán la convocatoria de tres reuniones urgentes, correspondientes las comisiones de urbanismo, medio ambiente y movilidad, las cuales se desarrollarían a partir de las cinco de la tarde. Había que programar toda la artillería, ante la jugada maestra que pretendía endosarle la consejería regional. Los puentes y la carreterita podrían y tendrían que esperar, ante la inminencia de las elecciones regionales. Acudiría al manual de recursos del partido para llevar bien este “espinoso” asunto, ante la prensa y ante la opinión pública ciudadana.

Tras una maratoniana jornada, plena de reuniones y comisiones, llamadas telefónicas, correos electrónicos y mensajes de whatsapp, volvió a casa pasadas ya las once de la noche. Soraya (veintitrés años más joven que el primer dirigente municipal) ya había cenado, aunque le preparó un poco de ensalada y una carne a la plancha. Se prestó a acompañarle, mientras su marido reponía fuerzas con esos frugales platos que no rompían el régimen alimenticio que seguía aplicando desde hacía un par de meses. En un momento concreto, de la insustancial conversación que ambos mantenían, tuvo la valentía de  plantearle lo siguiente.

“Esta tarde he estado hablando por teléfono con Desi, durante un buen rato. Cele le cuenta los temas importantes que os traéis por el partido. Él no es tan reservado con ella, como tú lo haces conmigo. Me ha explicado bien todo ese asunto de los puentes y la carreterita, que me deja asombrada. Me pregunto ¿cómo es posible que, siendo un bien que la ciudad lleva esperando tantísimo tiempo, estéis montando todo un número para que las obras se retrasen o incluso no se lleven a efecto, por los intereses partidistas? ¿Qué más da que sea un grupo u otro quien haga las obras? Si son necesarias, lo cual es evidente, no me explico como podéis actuar con tanta mezquindad”.

“¡Vaya, pareces que eres de la oposición! Son cosas de la política, Soraya. Tú no estás en ese mundo. Por eso no entiendes. Ante unas elecciones, tenemos que actuar con habilidad y contundencia, a fin de que los votos no se los lleven nuestros ene.. bueno, rivales políticos. Esto es como una “guerra”. Y en toda contienda, los recursos aplicados deben ser firmes y dolorosos, dejando los sentimentalismos y moralismos para otras realidades. Desi habla demasiado y Cele debía de ser más prudente con su esposa, respecto a las interioridades políticas de las que es responsable”.

Mientras su compañero dormía con placidez, rasgando con sus broncos ronquidos el sosiego de la madrugada, ella continuaba haciéndose preguntas, sobre la ética política, los principios y los valores de los gestores públicos.-


José L. Casado Toro (viernes, 22 Abril 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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viernes, 15 de abril de 2016

HISTORIAS PRÓXIMAS. CULTURA Y ALIMENTOS EN UNA MOCHILA.

En tiempos de dificultad económica, resulta frecuente convivir con respuestas imaginativas, insólitas pero, desde luego, inteligentes, a fin de que sus anónimos autores puedan ir sobrellevando las carencias básicas en las necesidades de cada día. Tal vez la imagen plástica de mayor impacto anímico sea la que ofrecen aquellas personas que vemos rebuscando, una y otra vez, dentro de los contenedores de residuos, repartidos por entre las calles de nuestras urbes. En algunos casos observamos que la apariencia externa de estas personas, que llevan a efecto esta desagradable labor, no corresponde al prototipo clásico del ser desarraigado, inmerso en la mendicidad. Por el contrario, son hombres y mujeres a los que la suerte u otro tipo de circunstancias les han abocado a soluciones extremas para la mera subsistencia en sus vidas.

Bien es verdad que acabamos preguntándonos el por qué estas mismas personas no acuden a los comedores sociales o a esos puntos solidarios donde se reparten, de manera gratuita, una o dos bolsas de comida cada día. Pero el fondo del problema ya no es sólo tener que buscar ese alimento que nuestro organismo necesita, sino también poder atender a otras necesidades insoslayables, como el pago de una habitación donde cobijarse o disponer de ese mínimo económico que les permita subir a un autobús o vestirse de una manera digna. 

Aquella mañana de marzo, tras haber pasado un par de horas estudiando en una cómoda biblioteca municipal, ubicada cerca de casa, me dirigí a un amplio y moderno supermercado de la zona. Tenía que  comprar algunos artículos necesarios para nuestra cocina. La situación urbana de este establecimiento está muy bien pensada por parte de sus propietarios, pues está situado en el cruce de varias arterias viarias confluyentes en la afamada plaza de una populosa barriada. El trasiego de vehículos y personas se veía intensificado por la hora intermedia de la mañana, entre el mediodía y el tiempo del almuerzo. En estas calles siempre transitadas, en las horas centrales del día, suelen instalarse pequeños tenderetes o puntos de venta ambulante, en los que algunas modestas personas ofrecen, a buen precio, frutas, verduras, dulces o incluso pescados, ante la inexistencia o comprensión por parte de las fuerzas de seguridad. Antes de entrar en el supermercado, fui partícipe (como otros viandantes) de la escena que va a centrar el contenido de este relato.

A un par de metros de la puerta que preside el establecimiento, un hombre que lindaba las cuatro décadas de vida, sencillamente vestido y con la mirada sonriente, pedía ayuda para sus necesidades de una manera un tanto peculiar.  Para mi sorpresa, no solicitaba, dinero, sino alimentos. Exactamente, comida a cambio de libros. Tenía entre sus manos varios ejemplares, tamaño bolsillo, que mostraba a los escasos  viandantes que aceptaban escuchar sus peticiones. Repetía una y otra vez esa significativa frase, a modo de reclamo en las conciencias,  “un libro a cambio de alimentos”. La cruda realidad es que las personas transitaban con las prisas propias de cada uno, haciendo en general oídos sordos a lo que este humilde ciudadano planteaba en su reclamo.

La escena contrastada de una mayoría de transeúntes, con el caminar forzadamente acelerado (probablemente en busca de un tiempo banal) y la patética imagen de una persona, con sus cuatro o cinco libros en las manos, que mercantilizaba algo que comer a cambio de las páginas impresas, daría que pensar a todo aquél que pudiera reservar algunos de sus minutos a la reflexión, de entre todos esos segundos y horas perdidas que conforman la privacidad de “nuestra relojería”.

Como conozco bastante bien la ubicación de los artículos en el supermercado, rellené con rapidez el carrito de la compra. Cuando me dirigía a la caja de pago observé, tras la cristalera, que el peculiar personaje aún allí seguía, enfrentándose con la desatención de los presurosos viandantes. Entonces miré hacia uno de los estantes y elegí un paquete de galletas, de esos que las agrupan en cuatro bloques de forma cilíndrica. Efectué el pago correspondiente y al pisar de nuevo la calle, me acerqué al señor de los libros. Con cierta sorpresa recibió el paquete de las galletas, dada la escasa atención que, a tenor de sus palabras, estaba recibiendo durante gran parte de la mañana.

“Llevo aquí desde las nueve y, en más de tres horas de esfuerzo, sólo he recibido un bote de mermelada y una lata de espárragos blancos. Al menos con las galletas, gesto que le agradezco, podré tomarme algo de la confitura con lo que tranquilizaré mi estómago vacío. De todas formas negociaré con la cajera, siempre que el joven de la seguridad no me señale la puerta (como hizo ayer) si puedo cambiar los espárragos por una barra de pan y algo de mortadela. Por cierto ¿qué ejemplar desea elegir Vd.? Tengo uno del académico Muñoz Molina, otro de su mujer Elvira Lindo y éste que trata sobre los parajes naturales de la sierra de Cazorla”.

Los tres libritos, que este hombre mantenía entre sus manos, mostraban, a primera vista, un buen estado de conservación. Junto a las piernas de mi interlocutor descansaba una raída mochila deportiva donde. a buen seguro, aguardaban otros libritos de bolsillo y ese par de latas conseguidas en el insólito intercambio comida/lectura.

“No, gracias, no se preocupe. Por la profesión que he desempeñado durante largos años, lo que me sobran son precisamente libros en casa. Incluso los dono a una biblioteca pública municipal, que está situada a pocos metros de donde nos encontramos. Estos ejemplares, que me ofrece para elegir, puede seguir utilizándolos con otras personas que accedan a entregarle algún alimento a cambio. Por cierto ¿conoce que en la zona de la Iglesia de Santo Domingo, junto al cauce del río, facilitan cada día bolsas de comidas, de manera totalmente gratuita, a las personas necesitadas?”.

Hubiera sido interesante haber seguido hablando con Herminio (su nombre lo conocí semanas después de este nuestro primer encuentro) a fin de conocer, de manera más precisa, las circunstancias concretas que le habían conducido a ese significativo mercadeo entre alimento y cultura. Ya en casa, reparé en dos detalles que me hicieron pensar al respecto sobre la posible realidad que ocultaba el intercambiador de bienes. Una persona que conoce el parentesco familiar entre dos afamados escritores hispanos e incluso la pertenencia de uno de ellos a la Real Academia de la Lengua Española, no se identifica con el perfil del típico mendigo que malvende cualquier objeto hallado en los contenedores de basura, a cambio de unos pocos euros para atender  sus necesidades. No tuvo que pasar excesivo tiempo para que la suerte me ofreciera respuestas a estos interrogantes.

Una hermosa tarde de abril, que nos gratificaba con ese saludable tiempo primaveral que tonifica nuestras vidas, me encontraba trabajando con mis apuntes, en la ya aludida biblioteca pública. A ratos suelo hacer algún descanso, paseando y distrayéndome mientras observo las diversas estanterías repletas de manuales y conocimientos.

Desde el piso superior en que me hallaba, podía divisar la planta inferior del centro difusor de la cultura. En esta parte del recinto están habilitadas unas mesas para la lectura de la prensa diaria, además de varias estanterías conteniendo carátulas de películas ofertadas al préstamo. Delante del mostrador donde el encargado de la biblioteca atiende las peticiones del público, hay un par de mesas expositoras donde se muestran algunos libros que pueden ser tomados por los lectores interesados, sin que éstos tengan la obligación de su devolución. Pertenecen estos ejemplares a títulos que el fondo bibliográfico de la institución tiene repetidos o también porque las dependencias del edificio carecen del necesario espacio para poder albergarlos. Por estas razones, deciden donarlos con el admirable objetivo de fomentar la lectura. Debo precisar que esta biblioteca posee una bien dotada sala de ordenadores y dos espacios, preparados para atender a un público específicamente infantil, junto a dos amplias salas para la lectura y estudio.

Junto a la mesa donde se ofertaban libros y películas en DVD se encontraba Herminio, a quien reconocí sin dificultad. Vestía la misma camisa de cuadros, los vaqueros muy desteñidos y esas botas deportivas blancas, un tanto ennegrecidas por la falta de limpieza, prendas que también llevaba el día de nuestro primer encuentro ante el súper. Se afanaba en recoger unos cuantos volúmenes, tamaño bolsillo, además de varias películas de entre las ofertadas a los interesados. Me acerqué a él con ánimo de saludarle e invitarle a un café. A los pocos minutos, estábamos sentados en un bar cercano, compartiendo sendas tazas de té. Nos acompañaba su vieja mochila de color verde militar, bien repleta de material literario y cinematográfico.

¿Fue literatura o realidad lo que este interesante personaje se prestó a narrarme, durante los más de sesenta minutos de reunión que mantuvimos? Su afición a la cultura, desde los años de la adolescencia; su residencia en diversos destinos de nuestra geografía, a partir de su origen natal en un pueblecito de Extremadura; su inestabilidad laboral continuada (la última como tramoyista en una compañía teatral) a lo largo de sus cuarenta y nueve años de vida; sus controvertidas y azarosas vivencias afectivas, que le han deparado, hasta la fecha, cuatro hijos a los que mantener…  Me dice que en la actualidad, lleva ya casi un año viviendo en Málaga, unido a Esperanza, una colombiana madre de su hija Thais, mujer de fuerte carácter que trae unos pocos euros para la casa limpiando en una comunidad de vecinos.

Me pidió finalmente esfuerzo inversor, para un proyecto que albergaba desde hacía tiempo en su mente: pretendía abrir un taller de reparación de bicicletas, en un pequeño local ubicado por la zona del barrio de las Delicias. La enérgica convicción con que defendía su objetivo era verdaderamente admirable, aunque siempre entendí que sobreactuaba con sus teatrales gestos y palabras. Finalmente decidí, a fin de que llevara algún sustento a casa,  comprarle algo de pan, fruta y leche, en ese súper cercano donde le conocí, ejerciendo su inteligente habilidad de intercambio.-


José L. Casado Toro (viernes, 15 Abril 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga